
El argentino quiere que el escenario del primer y del último partido de su selección sea el mismo
14 jun 2014 . Actualizado a las 19:33 h.Cumplir el sueño de una vida no está al alcance de cualquiera, aunque sí de Leo Messi, el hombre al que el domingo le llegará su hora cero en Maracaná. A los 27 años, que cumple el 24 de este mes, el fútbol pone al argentino ante un desafío con pinta de película de Hollywood: jugar el primer y último partido de un Mundial en el estadio de fútbol más famoso del mundo y cerrar de una vez por todas cualquier duda acerca de su status histórico como jugador.
«Hay muchas ganas para este torneo, creo que aprendí lo que hice mal en los anteriores Mundiales para no volver a repetir los errores», dijo esta semana Messi, que jugará por primera vez en su carrera en el templo del fútbol brasileño.
Tras un año complicado en el Barcelona en el que no rindió al mismo nivel que los anteriores, aunque de cuando en vez ofreciera partidos superlativos, la pregunta de los argentinos es una: ¿Está bien Messi? Y la esperanza es clara: quieren creer que Messi realmente puso el freno de mano en su club para reservarse de cara al Mundial. Que su bajón de juego sólo fue el plan genial de un hombre que privilegió a la selección.
El delantero lleva ya más de la mitad de su vida viviendo en España, pero jamás quiso jugar con la camiseta roja. «Me hace feliz que se recuerde que fui yo quien hizo llegar a Lionel Messi a la selección argentina casi quitándoselo a España», recordó José Pekerman, ex seleccionador argentino y ahora al frente de Colombia, el viernes en Belo Horizonte. Pero tanto o más cierto que el papel de Pekerman es que Messi estaba obsesionado con jugar por Argentina. Jamás lo hubiera hecho por España, peser a que se lo propuso en persona Amador Bernabéu, abuelo de su amigo Gerard Piqué y dirigente del Barcelona.
Nada de eso. A lo largo de todos sus años en España, Messi se preocupó por no permitir que se le pegara el acento español. Quería, desde lo más profundo de su ser, seguir siendo argentino. En esos mismos años muchos de sus compatriotas lo acusaban de pecho frío, de no sentir la camiseta y de ignorar la letra del himno nacional. Aquel ánimo anti-Messi se fue desinflando a fuerza de goles y triunfos en las eliminatorias mundialistas. Fue Messi, en un gran partido ante Colombia en Barranquilla que pudo ser derrota y terminó en energizante victoria, el que impulsó a Argentina, señalada por casi todo los entrenadores del Mundial como una de las cuatro favoritas a alzar el trofeo de campeón el 13 de julio en el Maracaná.
Y mientras Alejandro Sabella, el técnico argentino, se despierta por las noches angustiado por las decisiones que tomó o debe tomar para que la selección funcione, Messi viene siendo centro de un operativo de persuasión desde hace tiempo: el técnico y algunos de sus compañeros buscan convencerlo de que atacar con tres puntas puede ser peligroso, de que el equilibrio es necesario en una selección con un mediocampo discreto y una defensa no exactamente sólida.
Más aún ante Bosnia, rival el domingo y el más peligroso de los tres rivales argentinos en un grupo que completan Irán y Nigeria. Cabeza dura y orgulloso, Messi quizás esté más receptivo que hace un tiempo. Viene de ser ovacionado por miles de brasileños en un entrenamiento en Belo Horizonte, lo que demuestra que el fútbol es más fuerte que las rivalidades. Si no, no se entendería que en tantas y tantas playas brasileñas haya jóvenes locales vistiendo la camiseta albiceleste con el 10 de Messi.
El Mundial le debe una alegría a Messi. En Alemania 2006 se quedó sin jugar el partido clave ante el equipo local, y cuatro años después lloró desgarradoramente en Ciudad del Cabo otra vez por culpa de los alemanes, arrasadores con su 4-0 sobre Argentina.
«Es más argentino que yo», dijo recientemente Diego Maradona al hablar de un Messi al que todos ven como su sucesor, pero que necesita ganar un Mundial para ponerse definitivamente a su altura en el corazón de sus compatriotas. «Uno cuando entra a la cancha se transforma», dijo esta semana Messi. Si esa transformación se da en la mejor de sus versiones, el argentino puede ir anotando una segunda visita al Maracaná dentro de 28 días.