La FIFA sorprende al designar al astro argentino como el mejor jugador del Mundial
14 jul 2014 . Actualizado a las 03:29 h.Leo Messi quería el cielo y se quedó en la tierra. «Jugaremos el partido más importante de nuestras vidas», dijo antes de la final, y se la perdió. Simplemente, no estuvo. Volvió a vomitar, a padecer las famosas y misteriosas arcadas. De nada le sirvió a Argentina frotar la lámpara en busca de su genio, que este domingo no acudió al rescate.
No hubo magia, solo unos pocos trucos con purpurina, que no se creyó un inmenso Boateng. Era su gran oportunidad de entrar en la historia y de acabar con la sombra de Maradona, que le acompañaba a cada paso con la albiceleste. El astro azulgrana estuvo apagado como durante todo el Mundial, ausente y poco participativo, y se condenó a vivir eternamente a la sombra del Pelusa. De ahí que sorprendió sobremanera la decisión de la FIFA de designarle como el mejor futbolista del torneo, anuncio que sonó a broma. El blaugrana tardó casi seis minutos en tocar su primer balón. Tampoco hizo nada del otro mundo para recibirlo antes, aunque cuando se decidía a probar a sus guardianes alemanes llevaba algo de peligro y nervios al área de Neuer.
Protagonizó una gran galopada en la que dejó en evidencia a Hummels, a quien rompió con un magnífico cambio de ritmo y velocidad, pero luego centró mal. En realidad, se la regaló a Schweinsteiger, que sacó la pelota jugada y con toda tranquilidad del mundo. Messi volvía andando, sin preocuparse de lo que ocurría alrededor, ajeno al trabajo de presión y ayudas que desplegaban sus compañeros. Él estaba a otra cosa, pendiente de detalles, de una genialidad, de ingeniárselas de alguna manera para liquidar en tres movimientos a la Mannschaft. Gastó lo justo en la primera parte, más bien nada, en la que tocó el balón 16 veces y completó tres pases. Esperó en vano porque este domingo estaba vacío, sin recursos.
Sin inmutarse
Al observarle, a uno le daba la sensación de que estaba ante un cazador que estudiaba a su presa. Ni se inmutaba cuando veía pasar a algún contrario con el balón junto a él. En más de una ocasión, tanto Kross como Schweinsteiger estaban a menos de dos metros de la Pulga tratando de entregar un buen pase y Messi ni siquiera hacía el amago de presionar, de robar.
Les acompañaba con la mirada y aguardaba que los suyos se hicieran con la posesión. Entonces daba unos pasos hacia adelante y buscaba la mejor forma de recibir y de marcharse de los defensores germanos, que le obligaban a bajar a su campo para recibir e iniciar el ataque, un movimiento que le alejaba demasiado de los dominios de Neuer y le condenaba a arrancar a gran distancia.
El partido de Messi fue gris y el fiel reflejo de su Mundial. Claro que los genios hacen genialidades y aparecen cuando menos se les espera, pero este domingo sólo era uno más; tal vez ni eso. Lo que ofreció fueron unos cuantos chispazos, que se apagaron enseguida en el mítico Maracaná.
Salvó a los suyos contra Irán con aquel golazo en la recta final del choque, hizo el doblete ante Nigeria y también marcó contra Bosnia. Pero todo esto ocurrió en la fase de grupos y en los cruces apenas enseñó una pequeña parte de su inmenso talento, tal vez sepultado por alguna lesión desconocida o por el brutal desgaste físico que arrastra.
Sin noticias La tuvo nada más comenzar la segunda parte, y entonces falló lo que jamás falla. Recibió un gran pase de Biglia y se metió en el área, un poco escorado a la izquierda, y el disparo que buscaba el ángulo largo se marchó fuera. El Messi extraterrestre la hubiese puesto donde quería, ajustado al palo, pero en este Mundial era humano. Cansado y agotado.
Humano. Desapareció de nuevo y dio señales de vida casi media hora después con otro tiro que se fue desviado y sin peligro para Neuer. Y eso fue todo lo que pudo dar el mago albiceleste, el fenómeno de los 450 goles en 614 partidos oficiales, el cuatro veces el Balón de Oro, el ganador de seis Ligas y tres Champions con el Barça... Este domingo pudo ser inmortal, pero el cielo le quedaba demasiado lejos.