Un romántico de cerebro latino

Paulo Alonso Lois
PAULO ALONSO LOIS REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Admirador del estilo de España, Low abrazó la revolución junto a Klinsmann y adaptó luego su credo

14 jul 2014 . Actualizado a las 17:22 h.

La final de la Eurocopa de Austria y Suiza del 2008 enfrentó a las dos corrientes que capitalizan el fútbol actual. Explotó la España de los bajitos, los cuatro media puntas que abrieron una época maravillosa, y a su sombra crecía la Alemania de Joachim Low (Schonau, Alemania, 1960). El seleccionador germano había heredado la idea y el cargo de su antiguo jefe, Jurgen Klinsmann, pero ahora imprimía su propio sello a una potencia huérfana de títulos. Prefirió el toque al juego en largo, primó la posesión sobre el contragolpe, antepuso el ritmo al control y eligió el ataque a las especulaciones. Ofreció un fútbol tan vistoso que, pese a cae en tres semifinales seguidas, su puesto no se puso en entredicho, hasta coronarse ayer en Maracaná, el mejor lugar para alcanzar la cumbre.

Low tuvo una trayectoria discreta como futbolista, quién sabe si por culpa de una entrada salvaje. Fino centrocampista del Stuttgart, el portero del Liverpool Ray Clemence le partió la tibia y el peroné en la pretemporada de 1980, paradójicamente el primer día que se ajustó unas espinilleras. Pasó un año sin jugar y su carrera ya nunca volvió a levantar vuelo. Tras jugar en el Friburgo, el Stuttgart, el Eintracht de Frankfurt y el Karlsruher, estiró unos años más en Suiza, entre el Schaffhausen y el Winterthur. Allí murió el futbolista y nació el entrenador. Un camino lleno de requiebros, de fidelidad a su idea romántica del juego, incluso en las peores circunstancias, terminó llevándolo al banquillo de la Mannschaft.

Ganó la Copa de Alemania y jugó la final de la Recopa con el Stuttgart, bajó a Tercera al Karlsruher en 1999 y levantó la Liga austríaca con el Innsbruck en el 2001, en una carrera que también le llevó al Fenerbahce turco.

Una charla en el lago Como

Una carrera notable que cambió el día que Klinsmann lo citó en el lago Como. Durante tres horas le explicó la revolución que pretendía emprender en el fútbol alemán, con psicólogo, preparadores físicos estadounidenses, dietistas y hasta un profesor de yoga. En el tándem, uno aportaría el carisma y defendería las decisiones más comprometidas, y otro dibujaría la pizarra.

Después de dos años, Klinsmann se hizo a un lado y Low asumió con naturalidad todo el protagonismo como primer entrenador. Derrotado por España en la Eurocopa del 2008 y el Mundial del 2010 y apeado por Italia en el último torneo continental, se hartó de elogiar a su principal rival. La selección de Vicente del Bosque y el Barcelona de Pep Guardiola se convirtieron en sus modelos. «Nuestro fútbol tiene un aire latino. Nos gusta la posesión y acelerar el juego cuando se dan las circunstancias. La clave está en el movimiento continuo». Los centrocampistas, hasta seis cuando juega con falso nueve, son capaces de desordenar a la mejor defensa en un juego hipnótico de cambios de posición.

El mayor de cuatro hermanos, monaguillo en Schonau, un joven que, como tantos de su generación, emulaba a Netzer con su melena, Low adapta su credo futbolístico a las circunstancias. Abrió el Mundial con cuatro centrales, rectificó luego al devolver a Lahm a su tradicional puesto de lateral derecho y tiró de Klose cuando creyó que el partido -como contra Ghana- requería un nueve clásico y rematador.

Capaz de maravillarse con un partido del Barcelona alevín, educa su paladar con vino español y proclama una mente abierta, dispuesto a explorar otros países si la vida le reparte otras cartas en la siguiente mano.

Flexible y ambicioso, en el Mundial rectificó para quitar a Lahm del eje y devolverlo al lateral derecho

Su fútbol gustó tanto que su puesto no se discutió después de caer en tres semifinales seguidas

Una fractura de tibia y peroné frenó su carrera, y como entrenador dirigió en Austria, Turquía, Suiza y Alemania