Brasil mete el jogo bonito en el armario

Manuel Blanco GRANADA / ENVIADO ESPECIAL

DEPORTES

El seleccionador Rubén Magnano es algo así como el Dunga del básket; con un juego duro y ordenado ha situado a su equipo entre los favoritos

01 sep 2014 . Actualizado a las 21:54 h.

Brasil es un país especial. Único. Creativo como pocos. Divertido pero también algo indolente. Ese espíritu ha alcanzado en algunos momentos de su historia reciente una absoluta simbiosis con el deporte para alumbrar equipos de leyenda. Formaciones que han pasado al imaginario colectivo ajenas al resultadismo que prevalece en nuestros días.

Sucedió con el fútbol en los ochenta. Sócrates, Cerezo, Zico y Falcao inventaron bajo la tutela de Telé Santana el «jogo bonito». Puro entretenimiento. Hedonismo pelotero. Por aquel tiempo, el baloncesto verdeamarelo caminaba en esa misma dirección. Su selección era una potencia mundial. Una máquina de anotar liderada por un mito como Oscar Schmidt Becerra, sin duda uno de los grandes tiradores de la historia junto a Bird, Petrovic... Oscar era Batman y su inseparable Marcel Souza, Robin, otra metralleta de cuidado. El run and gun (algo así como corre y dispara) era la seña de identidad de su juego. Acumularon títulos y victorias de prestigio. Sobre todo una, la primera derrota de Estados Unidos en su propia casa en la final de los Panamericanos de 1987. Los norteamericanos jugaban por aquel entonces con universitarios, pero entre sus chicos estaba un tal David Robinson y otros que hicieron igualmente carrera en la NBA como Danny Manning o Rex Chapman. Ni con esas. Oscar les enchufó 46 puntos y Souza 31.

Magnano, el alter ego de Dunga

Ocurre que el deporte evolucionó y en el camino, Brasil se olvidó de su veta romántica. Le pasó al fútbol, pero también al baloncesto. Si Dunga encarna hoy la disciplina y el rigor táctico sobre el césped, Magnano es su alter ego sobre el parqué. El país de los deportistas imaginativos se ha dejado seducir por la letra gruesa.

El caso es que en el básket no parece que les haya ido mal. El seleccionador argentino ha construido en el Mundial de España un bloque de hormigón armado en el que no hay demasiado espacio para la anarquía. Al contrario, las salidas de tono se penalizan severamente. Los pilares del equipo son tres armarios de dos por dos que triunfan en la NBA: Varejao, Splitter y Nené Hilario. Su presencia en la cancha es intimidante, especialmente la de Nené, un jugador con un lenguaje corporal curioso sobre la cancha. Por momentos, parece desconectado, a otra cosa, pero cuando entra en ebullición desata el pánico entre sus rivales. Los centímetros y kilos de los tres pívots han sembrado ya el terror en apenas dos jornadas de Mundial, y se perfilan como la gran baza carioca para disputar las medallas.

Neto y Alex García son más de lo mismo en el exterior, mucha intensidad atrás y rigor en la ofensiva. El único guiño genuinamente brasileño es Marcelinho. El base del Barça es puro talento, y el único al que Magnano da algo de libertad para salirse del libreto. Brasil puede parecer la menos Brasil de su historia reciente, pero infunde más miedo que nunca.