Gómez Noya guía su pretemporada limitado por un techo bajo de pulsaciones para no coger la forma demasiado pronto y pasarse de vueltas
16 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.«Tiene tales condiciones físicas, tal genética, que si aprietas durante cinco o seis semanas a tope, alcanza un primer pico de forma muy pronto. Es una tentación, pero algo malo con la perspectiva de nueve meses de temporada por delante. Si pasas muchos meses a intensidad máxima, o te pasas de forma o te lesionas. Debe competir bien desde el principio, pero para que llegue algo fresco al final del año». Así explica el entrenador Carlos David Prieto el proceso para frenar a Javier Gómez Noya, sobre todo durante los meses de mayor volumen, la época de carga. Desde el 2012 ese trabajo lo pautan los datos del pulsómetro, que le prohíbe superar ciertos umbrales en determinadas fases del año, facilita las comparativas entre distintas meses y temporadas y detecta posibles momentos de fatiga.
El entreno por pulso es habitual desde hace años entre fondistas, y cada cual lo sigue según su libreto. En una disciplina como el triatlón, que combina tres segmentos diferentes -natación, ciclismo y carrera pedestre- con temporadas de varios meses, son frecuentes los casos de sobreentrenamiento, los favoritos que guiados por sensaciones se vacían demasiado pronto pensando que si rinden en mayo volarán en julio.
Por la cabeza de Javier Gómez Noya rondó esa duda, la de haber entrenado a altas intensidades demasiado pronto, la de haber competido en un número excesivo de pruebas antes de la fase decisiva. Apoyado en esa idea y el consejo de su cardiólogo y también triatleta, Nicolás Bayón, en el 2012 recomendó al entrenador de entonces, Omar González, un cambio de método. La cinta en el pecho y el reloj en la muñeca le acompañaron casi siempre en el entrenamiento a pie y en bici, porque su estirpe de nadador le ahorra esa herramienta bajo el agua, donde escucha y sabe el ritmo de su corazón sin necesidad de pulsómetro.
«Nos guiamos más por lo que hacían la mayoría de fondistas de Estados Unidos. Pasé a entrenar más controlado por el pulsómetro para no pasarme de ritmo al inicio de la temporada. Evitaría el error de cuatro años antes en Pekín. Al estar tan bien tan pronto, o te viene una lesión, o te fundes de cabeza, o tienes fatiga», entiende el tetracampeón mundial. El fondista estadounidense Galen Rupp realizaba un trabajo de ese tipo a las órdenes del cubano Alberto Salazar en Arizona. Su ejemplo y el de otros fondistas norteamericanos sirvió a su equipo como inspiración.
En ese 2012, el primero con la cinta sujeta al pecho, cuando sus rivales competían ya en las primeras pruebas de la temporada, se obligaba a no pasar de las 155 pulsaciones, lejos de su máximo de 178, salvo en días muy concretos. Los resultados terminaron tranquilizándolo hasta colgarse la plata en los Juegos de Londres y saciar su apetito olímpico. Rupp, aquel espejo, también firmó una plata en los 10.000 a cinco décimas de Mo Farah.
En la campaña siguiente, ya en la treintena, siguió progresando, entonces ya bajo la batuta de Carlos David Prieto como entrenador, y cayó otro Mundial. Esa pausa en el inicio de temporada, frenando un caballo desbocado, le permitió luego parar el cronómetro de su diez mil final a pie en Estocolmo en 29 minutos y dos segundos, lo nunca visto, rozando la simbólica barrera de los 29.
«Al principio de temporada intentamos que en la mayoría de los kilómetros Javi no se pase de intensidad, que trabaje en un punto por debajo del umbral anaeróbico. Luego a partir de febrero vas subiendo intensidades de competición, hasta llegar a pulsos máximos en abril, cuando hay una gran demanda metabólica», explica su entrenador.
La temporada pasada, con 31 años, Gómez Noya completó otra proeza, un inicio de temporada con tres victorias consecutivas y un final con los títulos Mundiales en distancia olímpica y media distancia, dos retos en parte incompatibles, en un margen de solo seis días.