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Los más débiles soportan el mayor peso de la crisis

Juan Arjona

ECONOMÍA

Juan S. G.

El poder adquisitivo de los españoles ha caído más del 15 % desde el año 2007. La renta disponible de 4,5 millones de personas se ha reducido a casi la mitad en solo cuatro años. Los ingresos de la décima parte más rica de la población son quince veces mayores que los de la décima parte más pobre

09 jun 2013 . Actualizado a las 17:09 h.

Arrimemos todos el hombro. Tenemos que remar todos juntos. Debemos compartir entre todos los sacrificios para sacar el país adelante. ¿Les suena la musiquilla? Son algunas de las tópicas consignas repetidas hasta la saciedad por los gobernantes españoles desde que comprobaron, tardíamente, que la crisis financiera desatada a finales del 2007 era más nociva y duradera que un constipado pasajero. Hay en esa muestra, que podría ampliarse con numerosas variantes, una palabra que sistemáticamente se repite: todos. Lo cual suscita una inquietante pregunta: ¿realmente se están repartiendo de forma equitativa las cargas y los sacrificios? Más claro aún: ¿Quiénes, y en qué proporción, están pagando la crisis?

¿Cuánto hemos perdido?

Les propongo un sencillo ejercicio. Primero, los datos básicos, extraídos de la contabilidad nacional que elabora el INE . En el 2007, la renta disponible neta alcanzaba los 19.320 euros por habitante y año en España. En el 2012, cinco años de crisis después, había bajado a 18.075 euros. Es decir, un 6,4 % de disminución causada por el frenazo de la actividad económica. Examine ahora sus ingresos netos: los de antes y los de ahora. Inclúyalos todos, incluso -es la parte más difícil del ejercicio- la retribución en especie de la sanidad y la educación, y descuente los impuestos directos que ha abonado. Quédese únicamente con dos cifras: el dinero del que disponía para consumir o ahorrar en el 2007 y el que tenía en el 2012. Acaba usted de hallar su renta disponible neta tanto en vísperas de la crisis como el año pasado.

Evaluemos el ejercicio. Si su renta disponible se ha reducido un 6,4 %, está pagando exactamente la cuota de crisis que le corresponde. Es duro, ya lo sé, sobre todo teniendo en cuenta que ese porcentaje resulta engañoso: en realidad, su poder adquisitivo -ahora introducimos la subida de los precios en estos cinco años- se ha reducido en más del 15 %. Pero puede ser peor: si sus ingresos netos han caído por encima de aquel porcentaje, le están tomando el pelo: está usted soportando mayor carga de la que en justicia le corresponde.

Conclusión: la evolución de los índices de desigualdad constituyen el mejor baremo para calibrar cómo se distribuye la factura de la crisis. El mayor coste lo soportan esos 1,45 millones de españoles que viven en hogares sin ningún tipo de ingreso. Y en las antípodas se sitúan aquellos a quienes la crisis les sale barata, gratis o incluso gratificante para sus bolsillos.

Entre Rajoy y Rubalcaba

El 7 de noviembre del 2011, en pleno debate entre los candidatos a la presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy le espetó a Alfredo Rubalcaba: «Y fíjese usted qué dato más brutal: la desigualdad entre los ingresos de los españoles, entre los más ricos y los más pobres, es la mayor desde que la Unión Europea comenzó a hacer estadísticas, desde 1995. De los 27 países solo nos superan tres: Letonia, Lituania y Rumanía».

Rajoy, que utilizaba las series de datos publicadas por Eurostat, decía la verdad. Pero solo fue la cornada electoral de un día. Desde entonces, ni él ni su Gobierno han vuelto a mencionar el espinoso asunto. Cabe presumir el porqué: todas las evidencias, comenzando por la destrucción de empleo, indican que las desigualdades no hicieron más que aumentar en el 2012. Tampoco su rival, mudo en aquella ocasión, pudo devolverle aún la pelota, seguramente porque los datos más recientes de Eurostat, que solo llegan hasta el 2011, son todavía adjudicables al Gobierno de Zapatero.

Los que sí han hablado, alto y claro, basándose en diversos sistemas de medida, son numerosas instituciones, entidades y servicios de estudios. El FMI, en un informe de julio del 2012, constataba que en España se ha producido, a partir del 2007, «uno de los peores deterioros absolutos en la distribución de la riqueza». Solo Lituania, añadía, presenta registros peores. Y la OCDE, el pasado 15 de mayo, incluso agravaba el diagnóstico: España es el país, entre los treinta que integran ese selecto club, donde más aumentaron las desigualdades en el reparto de los ingresos disponibles.

Un abanico más abierto

Los datos de la contabilidad nacional, combinados con la distribución de la renta en el período 2007-2011, nos permiten observar cómo se ha abierto el abanico de ingresos disponibles en los cuatro primeros años de crisis. Dividamos primeramente la población española en cuatro partes idénticas y pongamos nombre, en función de los ingresos, a cada una de esas categorías: los pobres, la clase media baja, la clase media alta y los ricos.

El 25 % más pobre de la población disponía, en el año 2007, del 10,1 % de la renta española. En el 2011, su porción se había reducido al 8,6 %. Podemos precisar más. La renta disponible per cápita de este grupo era, en vísperas de la crisis, de 7.805 euros. Cuatro años después habían perdido en términos reales la cuarta parte de esos exiguos ingresos. Pesada factura que duplica con creces la reducción media española, cifrada en el 12,3 %. Los principales paganos de la recesión hay que buscarlos, sin duda, en estos parajes.

A la clase media baja tampoco le fueron bien las cosas. Su participación en la renta nacional se redujo del 18,3 % al 17,9 %. Y su poder adquisitivo -14.142 euros per cápita en el 2007- menguó un 14,3 %, dos puntos más que la media.

De la suma de las dos parcelas se concluye que, de la población española -44,9 millones de habitantes en el 2007, 46,1 millones en el 2011-, la mitad menos afortunada perdió casi dos puntos porcentuales de participación en el conjunto de la renta disponibe neta: del 28,4 % del total pasó al 26,5 %. Pérdida que se tradujo en ganancias para la otra mitad: del 71,6 % de los ingresos pasó a acaparar el 73,5 %.

Los más pudientes son, al menos hasta el año 2011, los que menos sufren las dentelladas de la crisis. Por un lado, aumentó su cuota en la renta disponible: 1,5 puntos de incremento en cuatro años. Por otra parte, si bien no lograron eludir del todo los zarpazos de la crisis, su poder adquisitivo per cápita solo cayó un 9,3 %, reducción achacable casi en su totalidad a la carcoma de la inflación.

El primero y el décimo

El fulgurante incremento de las desigualdades en España se aprecia aún mejor si, en vez de dividir la población en cuatro partes, la troceamos en diez. El ensanchamiento de la brecha que separa los dos polos ha sido espectacular. En el 2007, la décima parte de la población situada en el extremo inferior se conformaba con el 2,6 % de toda la renta generada por la economía española. La decila superior recibía el 23,3 %. Por tanto, los ingresos medios de los más ricos eran nueve veces mayores que los obtenidos por los más pobres. Con ese abanico, España no era, ni muchísimo menos, el país más desigual de Europa. Todos los indicadores la colocaban no muy alejada del término medio.

Cuatro años más tarde, la situación ha dado un vuelco. Los pobres son mucho más pobres: una décima parte de la población subsiste con el 1,6 % del ingreso nacional. Y los ricos son más ricos en términos relativos: una décima parte de la población engulle el 23,9 % de la tarta, nueve décimas más que en el 2007. Hagan cuentas: los ingresos medios de los más ricos son casi quince veces mayores que los obtenidos por los más pobres.

Ningún país de Europa ha experimentado un latigazo de desigualdad similar. El ingreso medio de los 4,5 millones de personas que integran la decila inferior eran de 5.023 euros en el 2007. Un cuatrienio después habían perdido casi la mitad de su raquítica capacidad adquisiva: exactamente el 46,1 %, según nuestros cálculos. En la decila superior también sufrieron pérdidas, pero más modestas y atribuibles, casi íntegramente, al alza de los precios.

Desigualdades y crisis

Conviene deshacer entuertos. Responsabilizar a la crisis -también- del crecimiento de las desigualdades es una falacia. Cuando la actividad económica se contrae, el volumen de trabajo disminuye, se genera menos riqueza y los ingresos descienden. Pero todo eso, tan obvio, no implica necesariamente un aumento de la desigualdad. También el peso de las desgracias puede ser mejor o peor repartido. Nada impide que, en pleno proceso de empobrecimiento general, puedan ser atenuadas las diferencias de renta. Esa función depende, sobre todo, de las políticas redistributivas que adopten los poderes públicos. Son sus decisiones en materia de impuestos y de gasto público las que contribuyen a ensanchar o a estrechar la brecha.

En esta esfera ni siquiera es válida la coartada de Bruselas y sus directrices o imposiciones. Aunque los gobiernos nacionales estén obligados a aplicar políticas restrictivas, en su mano queda la elección del objeto del recorte o del sujeto del nuevo impuesto.

La experiencia de los primeros cuatro años de crisis confirma el argumento. El índice de Gini, uno de los termómetros más utilizados para medir la desigualdad, señala que esta apenas ha crecido en la Unión Europea entre el 2007 y el 2011. En ese cuatrienio de tribulación, hay países que han logrado rebajar notablemente sus desequilibrios de renta: Alemania, sí, pero también Italia o, aún con mayor intensidad, un país rescatado como Portugal. En algunos otros , el índice ha crecido. Pero en ningún caso tanto como en España.