El conjunto del pasado año se ha cerrado con una fuerte recesión de la economía que, sin embargo, se tradujo en una caída de casi ciento cincuenta mil parados registrados. Este buen dato no ha tardado en ser filtrado y utilizado como inequívoca señal de nuevos brotes verdes. No se filtró un dato que conocíamos un día después: que los afiliados a la Seguridad Social habían caído, en el conjunto del año, en ochenta y cinco mil personas.
Estamos ante una situación harto singular para una economía en recesión: caída del paro registrado y menos empleo. ¿Cómo se puede entender tal cosa? Una pista bastante sólida la tenemos en un dato que no ha sido debidamente aireado: que los parados beneficiarios de prestaciones económicas han descendido en los últimos doce meses en doscientas mil personas.
Son doscientas mil personas que han perdido una buena razón para mantenerse inscritos en las oficinas de empleo, buena parte de las mismas son trabajadores despedidos de la construcción al comienzo de la crisis. Pues de aquellos ciento cincuenta mil parados desaparecidos (que no empleados) sabemos que cien mil pertenecían en su día a dicho sector. Estos son los que denomino desanimados o sumergidos. Ni les tiene sentido seguir inscritos en las oficinas de empleo, ni están siendo dados de alta en la Seguridad Social.
Una parte menos importante del supuesto éxito en la caída del paro registrado lo tenemos en los retornados o emigrados. De los primeros sabemos que un tercio del descenso del paro registrado se anota en trabajadores extranjeros que habrían perdido cualquier tipo de prestación. No es difícil imaginar cuál es el siguiente paso que se verán obligados a tomar.
Del ejército potencial de emigrados nacionales el mejor indicio que puedo dar es la enigmática caída de cien mil parados registrados menores de 25 en los últimos dos años. Cuando, hay que reiterarlo, al mismo tiempo caían en cerca de un millón los afiliados a la Seguridad Social.
Estos son, desgraciadamente, los brotes verdes que tenemos; al menos de momento. Otra cosa es que, dada la dimensión de la depresión económica y social a la que llegamos, el declive del empleo empiece a dar señales de moderar su desplome. Al menos cuantitativamente, pues de la calidad y dignidad de nuestro mercado laboral actual es preferible no hablar. Y aún así necesitaremos una década para recuperar parte del empleo destruido.