El caso más parecido al vivido por don Juan Carlos fue protagonizado por Isabel II durante los confusos y emotivos días que sucedieron a la muerte de la princesa de Gales, Diana, en 1997. La reina cometió errores que fueron muy criticados por la sociedad británica, hasta el punto de que se vio obligada a rectificar. Pero a diferencia de lo ocurrido ayer, nunca cruzó la frontera ni pidió perdón. La primera reacción de Isabel II tras conocer la muerte de su nuera fue proteger a sus nietos Guillermo y Enrique, para lo que se recluyó con ellos en los Highlanders escoceses, en su formidable residencia de veraneo de Balmoral. Allí, entre los inexpugnables muros victorianos, era incapaz de ver y oír lo que ocurría en su país. Incluso rotativos tan monárquicos como The Sun se preguntaban en sus portadas: «¿Dónde está la reina cuando su país la necesita?».
Además de esta ausencia, los británicos observaban con asombro que en palacio ninguna bandera ondeaba a media asta en señal de duelo. La Casa Real solo cumplía el protocolo: «La bandera nunca ondea a media asta en Buckingham Palace, no lo hizo cuando murió Jorge VI». Así lo expresó el secretario privado de la reina, sir Robert Fellows. Pero se trataba de un anacronismo y desde Downing Street surgieron voces que se preguntaban si la reina vivía en el mismo siglo que su pueblo. A los tres días del óbito, había gente en Buckingham Palace que comenzaba a pensar lo mismo. En los medios de comunicación se abrió un agrio debate sobre el futuro de la monarquía.
El equipo asesor de la reina trasladó a los principales miembros del clan Windsor que la situación en Londres era insostenible y que se hacía necesario olvidar los tradicionalismos anacrónicos con los que se había «gestionado» la vida pública de la familia hasta ese momento. Asimismo, había que regresar de inmediato a la capital.
Los que estuvieron presentes en Balmoral aún recuerdan el furor con el que reaccionaron la reina y su esposo. «Sin embargo -explica sir Robert-, a la mañana siguiente la reina era otra persona». Aceptó que se había equivocado y reaccionó en consecuencia. Regresó a Londres, leyó un discurso en recuerdo de Diana, incluso se atrevió a cruzar la verja de Buckingham Palace para hablar con la gente y saludar el paso del féretro de la princesa. La bandera fue izada en Buckingham Palace y ondeó a media asta. La reina reconoció sus errores, pero el enfajado protocolo no dejó que pidiera perdón a su pueblo.