José Castro, Pablo Ruz, Javier Gómez Bermúdez y Mercedes Alaya. Ellos tienen la palabra
14 abr 2013 . Actualizado a las 15:57 h.Salen tanto en la prensa como Cristiano o Messi. Unos porque lo buscan y se encuentran en la tele como pez en pecera y otros porque los han metido en un lío que ni buscaron ni les apetece. Son jueces. Preparadísimos. Tienen entre manos los asuntos más peliagudos. Algunos podrían cambiar el curso de la historia. Por eso su prestigio varía según quien lo cuente y cómo le vaya la feria en ello.
José Castro
Motero, futbolero y muy callado. Casi nadie conocía al juez José Castro (Córdoba, 1947) antes de que cayera en su despacho del Juzgado de Instrucción número 3 de Palma de Mallorca el asunto Nóos, con Urdangarin y compañía. Llegó a las primeras planas cuando comenzó a investigar las presuntas irregularidades cometidas en la construcción del velódromo durante el Gobierno de Jaume Matas y cuyo coste se disparó de los 48 millones de euros presupuestados a unos cien. De todos los magistrados que por haches o por bes están en la cima de la popularidad, es el más callado. No dio una entrevista en sus 34 años como juez y, aunque extremadamente educado con los periodistas que todos los días lo esperan en los Juzgados, no les dice ni mu de lo que lleva entre manos. Habla con autos, «sin importarle ni un comino lo que puedan opinar de los mismos», según un fiscal gallego. Para el magistrado, los escritos judiciales deben ser respetuosos en los términos jurídicos y no farragosos y, en la medida de lo posible, entendibles para la ciudadanía porque en ocasiones, como en el caso Nóos, el asunto tiene una gran trascendencia social.
Ni se calienta cuando ponen en duda su imparcialidad, como hizo el ex secretario general del Partido Popular Francisco Álvarez Cascos, quien criticó el lenguaje «tabernario» que, a su entender, empleó el juez Castro en un auto. Lo leyó y quedó como estaba.
Este veterano de la Justicia, amante de las motos hasta que el médico le aconsejó que hiciera ejercicio y ahora va en bicicleta a todas partes, es un gran aficionado al fútbol sin mucha pasión, es madridista pero no le importa que gane el Barça. En breve se jubila.
Pablo Ruz
El hombre tranquilo, familiar y serio. Pablo Rafael Ruz Gutiérrez (Madrid, 28 de noviembre de 1975) no nació juez, pero casi. Fue un joven prodigio. Se puso la toga con 28 años y desde entonces no ha parado de ponerse galones en una fulgurante carrera judicial. Se dio a conocer cuando sustituyó en la Audiencia Nacional al que más lustre dio al apelativo de Juez estrella, a Baltasar Garzón. Pero nada que ver.
Aunque como el otro, también es considerado progresista, no se alinea con cualquiera. Pertenece a la plataforma Otro Derecho Penal es Posible, integrada por juristas de izquierdas. Su primera bomba judicial fue poner al exasesor de Urbanismo de Marbella Juan Antonio Roca la mayor fianza hasta entonces en el caso Saqueo I. A su espalda tiene otros casos tan famosos como el Faisán, Malaya, Gürtel, Bárcenas y SGAE. Pero, sobre todo, su fama llegó por el enfrentamiento con el juez Gómez Bermúdez.
Por todos esos fangos caminó con soltura y «un estricto sentimiento del deber y de la responsabilidad», según cuenta un magistrado coruñés que estudió con él en la Universidad Pontificia de Comillas. «No tiene el carisma de otros de su círculo, es callado, no comenta, no da entrevistas», dice el mismo magistrado. En definitiva, su fama le llegó por los casos que lleva; al contrario de otros, que sus casos son famosos por la fama del que los instruye.
De su ideología se sabe que apoya «la humanización del sistema penal, disminuyendo el ingreso de personas en la cárcel cuando sea innecesario». En el plano personal, es un hombre preocupado por conciliar la vida familiar y laboral. Para él, su familia está por encima de todo.
Javier Gómez Bermúdez
El juez que se gusta mucho. Salvador Francisco Javier Gómez Bermúdez (Álora, Málaga, 1962) se gusta mucho. Lo dice un magistrado gallego que trabajó cerca de él. Solo había que verlo como manejó la sala en el juicio del 11M, protagonizando anécdotas de todo tipo. Y la gota la puso su segunda mujer, periodista de profesión, cuando sacó a la calle un libro de las vivencias de su pareja durante el macroproceso (La soledad del Juzgador), lo que no gustó casi nada a nadie del mundo judicial. Pero como tiene pecho para aguantar y responder al que se le pone enfrente, salió del entuerto fácilmente. Como salió del enfrentamiento que mantuvo con el juez Ruz por el asunto de los papeles de Bárcenas. Él, al contrario que su compañero, que no amigo, explicó a los medios su parecer. Perdió y calló. Los mentideros políticos dicen que en el PP no lo quieren ver ni en pintura, que en Génova les faltó el champán cuando la sala de lo Penal de la Audiencia decidió darle a Ruz los papeles de Bárcenas. Y eso que Ruz está encasillado como progresista. Líos aparte, en muchos se metió él y en otros lo metieron», comentan juristas gallegos, se convirtió en juez, como algunos miembros de su familia, con apenas 24 años, y en 1989 ya fue nombrado magistrado. Es miembro de la Asociación Profesional de la Magistratura (APM). En la jurisdicción penal ha desempeñado todos los destinos posibles, a excepción de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. También es profesor de la Universidad Europea de Madrid. Desde su primera designación, el 21 de julio del 2004, el Tribunal Supremo revisó el proceso de selección en cuatro ocasiones, anulándolo en las dos primeras. Bermúdez, sin embargo, consiguió mantenerse en el cargo gracias al apoyo incondicional de la mayoría conservadora del Poder Judicial.
Mercedes Alaya
Altiva, trabajadora e icono de la moda. Un día la vieron sonreír. Pero nunca desarreglada. A sus 48 años magníficamente llevados, Mercedes Alaya tuvo tiempo en su vida para tener cuatro hijos y casarse. Los que la rodean dicen no haber visto jamás alguien más trabajadora, de las que regresa a casa a las siete de la mañana y poco tiempo después vuelve al despacho después de llevar a sus hijos al colegio. Es «rarita», dice un fiscal gallego que la conoce de referencias. Nunca toma café con un compañero ni se le ve conversando en los pasillos de los juzgados sevillanos. Solo sabe trabajar. Descansando no podría resolver todo lo que tiene en sus manos, porque aparte del escándolo de los eres andaluces, lleva el sumario del Betis, la investigación de Mercasevilla o incluso una instrucción contra Juan Guerra (el hermano de Alfonso).
Y si José Castro es callado, Mercedes Alaya lo es el doble. Porque ni saluda a los periodistas. Su imagen altiva camino del juzgado arrastrando la maleta, siempre pulcra, seria, la convierte en una mujer distante. Y sin quererlo jamás, se ha convertido además en un icono de la moda. Cuando empezó a salir en televisión -hasta los eres era una completa desconocida-, miles de jóvenes y adolescentes la elevaron a mito de la moda. Tiene hasta club de fans y una página web en la que aparece retratada con todos sus modelitos, muy comentados. Pero Alaya, que lleva 23 años en la judicatura y que sacó el número 16 de su promoción, pasó por los juzgados de Carmona y Fuengirola antes de llegar a Sevilla, no quiere ser famosa. Lo suyo es trabajar. Cuando sus dolorosísimas jaquecas se lo permiten, porque son comunes sus bajas de larga duración. Como su dureza con los abogados.