El nacionalismo catalán, con el presidente de la Generalitat a la cabeza, diseñó hace casi dos años un delirante proceso para la secesión de Cataluña que fue, desde el principio, una farsa formidable.
Una farsa, sí, porque Mas y los que decidieron secundarlo en su aventura sabían, como los sabíamos cientos de miles de españoles, en qué iba a acabar su proyecto de aprobar, primero, una ley de consultas, y convocar, después, un referendo de autodeterminación absolutamente contrario a la Constitución que todos tenemos la obligación de respetar: en la impugnación por el Gobierno de la ley y de la convocatoria de la consulta y en su automática suspensión por el Tribunal Constitucional (TC), intérprete supremo de nuestra ley fundamental.
Pese a ello, Mas y quienes le apoyan en el Parlamento catalán siguieron adelante con su plan como si nada, asumiendo, por tanto, el inmenso coste político y social de ese desafío demencial: por un lado, abrir una brecha en la sociedad catalana que será muy difícil de cerrar; por el otro, mantener en vilo a un país entero durante meses y meses, en los que el presidente de la Generalitat ha hecho una y mil veces una promesa que él era consciente de que jamás podría convertir en realidad, al carecer de los recursos jurídicos y políticos necesarios. Y es que lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible.
Haciendo caso omiso de la radical imposibilidad de convertir el agua en vino, ayer dio el nacionalismo catalán, con el increíble y escandaloso apoyo de un PSC que se ha convertido en una caricatura de sí mismo, el primer paso de ese camino que llevará a los promotores del referendo de secesión a situarse en medio de la nada. Todo lo que vendrá a partir de ahora será para ellos la plena confirmación de que solo les queda ya aceptar la regla básica de la democracia y del Estado de derecho: la del respeto a la reglas del juego que están fijadas en la ley.
No soy siquiera capaz de imaginar que Mas vaya a encabezar una intifada contra ella, pero la inmensa responsabilidad que ha contraído en estos meses no puede saldarse ya con un mero borrón y cuenta nueva.
Ayer, tras el fiasco del referendo, el líder independentista Alex Salmond anunció su dimisión como dirigente del Partido Nacionalista Escocés y como primer ministro del Gobierno autónomo de Escocia. Así es como se saldan en democracia las apuestas temerarias. La de Mas lo ha sido sin duda desde que decidió ponerla en marcha. Por eso, cuando la semana que viene el TC suspenda el decreto de convocatoria del referendo del 9 de noviembre, a Mas solo le quedará ya una salida coherente con la envergadura del descalabro al que ha conducido a su partido, a las instituciones autonómicas y a toda Cataluña: presentar, como Alex Salmond, su irrevocable dimisión.