El faro de Illa pancha, en Ribadeo, el más oriental de Galicia, será un hotel de lujo de dos habitaciones. Mientras el debate hierve en las redes sociales, el faro sigue cerrado y acceder a su interior es un privilegio
31 may 2015 . Actualizado a las 18:37 h.Cabo Prioriño, Cabo Prior, Punta Frouxeira, Punta Candieira, Cabo Ortegal, Estaca de Bares, Punta Roncadoira, Punta Atalaia e Illa Pancha. De uno a otro extremo, cada noche los faros ponen luz con sus destellos a la costa de Galicia. Desde Illa Pancha, el haz barre el mar y entra furtivo en Asturias. Es el faro más oriental de Galicia, un icono de Ribadeo, más hermoso por inaccesible, por el halo del misterio en que se fraguan las leyendas. ¿Está amenazado? La reja que cierra la pasarela que comunica la isla se abrirá al público a finales de año. Esa es la expectativa con la que trabaja el hostelero que va a reconvertir el faro en un hotel de lujo de dos habitaciones. El Consejo de Ministros ya le ha otorgado su plácet y el debate -probablemente estéril, por trasnochado y tardío- se juega ahora en las redes sociales. Pero hay un ribadense que probablemente pueda anticipar mejor que nadie lo que se va a perder y ganar. Fari, el hijo del farero, creció en Illa Pancha. Allí están muchos de sus recuerdos. Con su cámara de fotos, Fari ha recorrido todo el mundo trabajando para una agencia de viajes y con la sensibilidad moldeada por el objetivo de una Canon 5D mark III, sentencia: «Illa Pancha es un lugar mágico».
Nació en A Coruña y con dos años recaló en el faro de Cabo de Ajo, en Cantabria. A los pocos meses su padre fue destinado a controlar la estación del pico de Penouta, una montaña del Occidente asturiano donde se levantaba una de las torres DECCA del sistema de navegación de radio hiperbólico ?el precedente del GPS?, para dar la posición a los barcos. Finalmente, cuando Fari contaba con cuatro años llegó el traslado definitivo a Ribadeo. A su familia, a sus padres y a su hermana mayor, les esperaban dos viviendas: la del antiguo faro, en el muelle de Ribadeo, y la de Illa Pancha, ocasional, de verano y fines de semana.
«Hacíamos vida normal, como en cualquiera otra casa: churrascadas en San Juan, recibíamos a amigos que venían a disfrutar del entorno...» dice, quitándole importancia. «¿Peligroso? No lo recuerdo así, porque cuando estábamos allí era básicamente en verano y entonces sí era un lujo. Por el contrario, en invierno era muy fastidiado, por el mar y los temporales. El mar allí pega muy fuerte. El faro es bonito de ver, pero para vivir allí en invierno... es complicado, las condiciones de vida no eran buenas. Tan solo con el ruido del mar y del viento, ya no se podía dormir. Ni te cuento cuando se ponía en funcionamiento la sirena del faro. Y por aquella época era habitual».
El rodaje de una película
Fari medita unos instantes, y se corrige: «Bueno, cuando yo tenía ocho o diez años vino una farera, Mercedes, que se quedó a vivir allí una temporada. Ahora está en Ortigueira. Ella tenía un carácter especial y le gustaba mucho aquello». Entonces el faro tenía tres habitaciones, un baño, un salón y una cocina. Todo en una planta de 127,68 metros cuadrados. Después experimentó varias reformas, una de ellas, la más notable, para adaptar varias estancias para rodar la película Los muertos van de prisa. La próxima será hacer dos suites, cada una con dos habitaciones y un baño. Y decorarlas a todo lujo, para cobrar 150 euros por noche en temporada baja y 300 en alta.
«En mi casa siempre hubo botellas de acetileno... los primeros faros iban a gas», rememora Fari, como si a sus 32 años hablase de un tiempo muy lejano. Fari revive sus correteos por los dos faros, el original, que se encendió por primera vez un 30 de diciembre de 1861, tras licitar su construcción tres años antes por 47.513,86 reales; y el nuevo, que lo sustituyó el 1 de octubre de 1983, más esbelto ?12,70 metros, por los 8,8 de la vivienda? y más potente ?alcanza 21 millas náuticas, por las 9 del viejo?. Recuerda cómo subía a la torre cuadrada del faro original por una escalera de caracol y cómo se asomaba, por una angosta puertecilla, al balconcillo de hierro forjado y al torreón octogonal de lo alto, que soportaba la linterna hexagonal de cristales planos. En el faro nuevo, que carece de vivienda, a Fari le gustaba subir a la primera balconada. Alcanzar la superior era un reto que requería de buen ánimo: «Tenía unas escaleras un tanto inseguras».
Introdujo el diente de león
Pero Illa Pancha no es solo su faro. Es también el mar. «Yo buceo y me empecé a bañar allí a los 12 años. Me cambiaba en el faro, salía con mi traje de neopreno y el fusil, me tiraba, pescaba, subía, me duchaba y volvía al otro faro con la pesca», recuerda, ahora sí, con nostalgia: «Cuando tienes algo cotidiano, que te llegó tal fácil, no lo valoras como merece. Mis amigos, que me acompañaban, tampoco lo hacían. Para nosotros era lo de todos los días. Iba en coche con los dos perros, los soltaba y los dejaba jugando en la isla mientras me lanzaba a bucear o paseaba. Pescaba pulpos desde el puente con aparejos que inventábamos con azulejos; había caracolas gigantes, cantidad de ellas, que ahora no se dan.. Pero eso se acabó en 2009». Fue cuando falleció su padre. «Él introdujo el diente de león en la isla», recuerda. Es una especie invasora, cierto, pero Illa Pancha no sería lo que es si no se tiñese de morado por temporadas.
Y otro zarpazo a sus recuerdos: «Me gustaba ir por detrás del faro, la zona más peligrosa, donde hay un puentecillo artificial para unir dos peñascos. El edificio tenía unos desvanes que me daban miedo. La casa estaba cerrada mucho tiempo y cuando llegábamos nosotros en verano, revivía».
Ahora el faro será hotel y abrirá su puente de hormigón, antaño de hierro y madera. A Fari no le gusta terciar en este debate: «De niño la gente me preguntaba si podía acceder y yo les abría y les hacía un recorrido turístico, con el que a veces me ganaba alguna propina. Eso en verano, porque iba mucha gente ?dice asintiendo con la cabeza, como si quisiese disipar cualquier duda?. Si se abre el hotel podrá acceder la gente, y eso es lo bueno, pero también tendrá un impacto en el lugar».
«Sigo yendo por allí, porque es un paisaje espectacular y hago muchos reportajes». El recuerdo es tierno, suave, azucarado, llevadero: «¿Nostalgia? Supongo que como la que tiene cualquiera de su niñez y adolescencia». Pero apunta un argumento difícil de cuestionar: «¡Imagínate! Tener una isla para ti solo».