Llevaba una vida tranquila en una localidad gallega. Un día comenzó a ver en la televisión las terribles imágenes de la lucha de los kurdos contra el ejército islámico. Cogió un avión a Turquía y se unió a la lucha.
15 jun 2015 . Actualizado a las 08:56 h.«La guerra da miedo, por supuesto. Sobre todo al principio. Pero una vez que estás aquí o te adaptas o te marchas», afirma con vehemencia Servan mientras camina por entre las ruinas de la ciudad de Kobane (Siria). La ciudad, donde antes de los combates entre milicianos kurdos y los yihadistas del Estado Islámico vivían más de 50,000 personas, es un enorme solar donde el 80% de las casas están destruidas o con daños considerables.
El suelo está tapizado de cascotes. Los edificios son enormes moles de hormigón sin vida. Algunos vecinos se afanan en recuperar las pocas pertenencias que han podido salvar de los bombardeos. Un grupo de niños juegan en la calle ajenos a los innumerables proyectiles que aún no han explotado. Servan mira a su alrededor. El panorama es apocalíptico. «La verdad es que jamás me imaginé en medio de una guerra. Recuerdo que los primeros días el cielo estaba completamente negro por culpa de los bombardeos. Era un ambiente muy gris». El joven recuerda cómo fueron sus primeros días en Kobane. «Al principio te sobresaltas cada vez que escuchas una bomba, un disparo o una explosión. Te asustas pero a los tres días ya ni pestañeas».
Servan, que en kurdo significa -combatiente-, es un joven gallego que lo dejó todo para acudir en ayuda del pueblo kurdo que estaba resistiendo al Estado Islámico. «Unos meses antes de viajar hasta el Kurdistán sirio me informé sobre todo lo que estaba ocurriendo, pero antes de que ISIS atacase a los kurdos no sabía absolutamente nada lo que estaba ocurriendo en Siria? A día de hoy, mi compromiso con los kurdos va incluso a arriesgar mi vida para que ellos tengan libertad», sentencia demostrando hasta dónde está dispuesto a llegar.
Camina siempre con un AK47 colgando del hombro. Hace meses que los yihadistas del Estado Islámico abandonaron la ciudad replegándose a Orillas del río Éufrates, pero aun así, por seguridad, nunca va desarmado. «Antes de llegar a Siria jamás había cogido un arma. Yo soy pacifista y militarista. Nunca me había planteado la posibilidad de empuñar un arma y ahora siempre voy con una. Se ha convertido en una parte más de mí. Es una desgracia tener que utilizarla pero es la única forma que tenemos para combatir contra al ISIS. Con ellos no se puede negociar, y es una pena», se lamenta.
Las imágenes que veía por televisión y por Internet le empujaron a comprar un billete de avión hasta Turquía y viajar hasta la ciudad de Suruç, próxima a la frontera con Siria. Allí tuvo que ganarse la confianza de los kurdos hasta que accedieron a meterlo dentro. «Los turcos solo permiten a los habitantes de Kobane que entren en la ciudad, al resto la entrada nos está vetada. Así que tuve entrar ilegalmente. Saltando vallas», recuerda.
Lo más duro de estar tan lejos de casa e inmerso en una guerra fratricida contra los enemigos de la humanidad es, sin duda, la familia. Servan trata de hablar con sus familiares lo más regularmente posible que puede. Las circunstancias no son sencillas. Kobane no tiene electricidad, salvo los pocos generadores que hay repartidos en diferentes barrios. Internet es una utopía. Y las llamadas por teléfono son bastante esporádicas. «Mi familia sabe que estoy en Kobane. Trato de que estén tranquilos diciéndoles que en esta zona no hay peligro. Cuando llegué aún faltaba una semana para liberar la ciudad y entonces la situación era muy distinta porque te podían matar en cualquier momento. Soy capaz de tranquilizar a los míos porque tengo la certeza que estoy a salvo», comenta un emocionado Servan al que no le gusta nada hablar de su familia. Como cualquier ser humano, ese es su punto débil y rápidamente cambia de tema. «¿Sabes? Dos días después de que cesasen los bombardeos sobre Kobane ya se podía escuchar el trinar de los pájaros», comenta mientras se le dibuja una amarga mueca en los labios.
«Es difícil que te secuestren aquí»
Como extranjero, la cabeza de Servan es un valioso trofeo. Tras las ejecuciones de varios Occidentales a manos del Estado Islámico, si este gallego es secuestrado correría la misma suerte, pero él le quita hierro al asunto. «Estando con los kurdos las posibilidades de que me capturen son mínimas. Es muy difícil que te secuestren estando aquí. En otras partes de Siria la cosa cambia», se sincera.
Los pocos vecinos que han regresado a sus casas invitan a Servan a tomar té con ellos. Se acercan. Le abrazan. Le dan las gracias por venir desde tan lejos para combatir a su lado. Están agradecidos y eso le llena de orgullo y le da fuerzas para seguir. «Me tratan como a un compañero más a pesar de la barrera lingüística. Saben que arriesgo mi vida para salvar la suya. Ese agradecimiento es difícilmente descriptible», sentencia. «Antes de venir solo estaba dispuesto a dar mi vida por mi familia. Pero una vez que estás aquí, estás con ellos, y donde todo el mundo está dispuesto a dar la vida por todo el mundo eso hace que no te plantees irte de aquí. Es una situación de guerra donde la gente se siente libre y unida».
Kobane es un gigantesco cementerio donde centenares de cuerpos se pudren al sol o debajo de los escombros de los edificios destrozados por la aviación de la coalición. La ciudad huele a putrefacción y a muerte. Una pierna colgando entre las ruinas de una casa deshecha a morterazos. Un cráneo mimetizado entre pedazos de hormigón. Un cuerpo partido por la mitad donde aún se puede distinguir la camiseta de FC Barcelona. No es complicado toparse con restos de combatientes del Estado Islámico. En algunas zonas, donde los combates han sido más intensos, hay que tener cuidado donde se pisa porque muchos cuerpos permanecen semienterrados entre los edificios bombardeados.
Según las estimaciones kurdas, cerca de 3.000 yihadistas habrían muerto en los combates. Una cifra que nadie puede calcular con exactitud debido a la destrucción de la ciudad y a que muchos cuerpos han sido volatilizados por los bombardeos aéreos. Algunos cuerpos llevan en la calle meses, casi desde los primeros albores de la ofensiva contra la ciudad kurda. «Este es un cuerpo de ISIS que los kurdos aún no han retirado. Es como si fuera un muñeco», comenta Servan mirando fijamente los restos del yihadista.
En los bolsillos del islamista un ejemplar del Corán. «Todos los miembros de ISIS portan uno. Y este, por lo que se ve, no lo ha usado mucho porque las páginas no están desgastadas. Además, junto al Corán hemos encontrado los pasaportes», se sincera. Líbano. Rusia. España. Francia. Reino Unido. Qatar o Alemania. «Vienen de todas las partes del mundo a hacer la Yihad».