Con sus trabajos, la investigación en nanomedicina del campus compostelano se ha situado en la élite mundial. Después de que la Fundación Bill y Melinda Gates pusiera sus ojos en ella, acaba de fichar por la mayor institución sanitaria del país. Esto no significa que Alonso abandone Santiago. La medicina moderna seguirá teniendo sello gallego.
18 dic 2016 . Actualizado a las 04:00 h.El futuro de los medicamentos viaja en unas unidades tan minúsculas que el ojo humano nunca podrá apreciar y cuyo gigante mérito pocas veces se sabe valorar. María José Alonso (Carrizo de la Ribera, 1958) siente que el trabajo dentro del laboratorio avanzará en su visibilidad el día en el que en la calle le pregunten con qué anda ahora. «¡Muchos de mis amigos no saben bien lo que hago!», exclama, sin perder el entusiasmo: «me gusta entender por qué funcionan los medicamentos». Catedrática en Farmacia y Tecnología Farmacéutica en la USC, roza en su currículum la veintena de familias de patentes alcanzadas y ocupa el noveno puesto del ránking internacional Times Higher Education por sus publicaciones científicas. Ahora también forma parte de la Academia Nacional de Medicina de EEUU. Es la segunda investigadora que trabaja en España que lo consigue tras el catalán Josep Dalmau. Un reconocimiento, subraya, al trabajo de todo un equipo, el de Nanomedicina y Liberación de Fármacos que coordina desde el Cimus, el Centro de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas de la USC. Aunque admite que abundan los profesores a los «que les cuesta salir del libro», a Alonso no le molesta buscar un hueco para explicar qué ha llevado a un organismo como el norteamericano a deparar en lo que se hace en Galicia. «Todavía se piensa que la investigación se hace fuera. No está arraigada. Lo percibes en la propia facultad, y eso es culpa nuestra. Debemos enseñar a los alumnos a ser críticos. En Alemania lo normal es que te pregunten sobre qué investigas porque creen que el futuro está en tus manos. Aquí lo que hacemos parece etéreo», explica.
Comenzó en los 90 en el campo de la bioingeniería, un paso adelante en la generación de fármacos donde la síntesis de moléculas no solo requiere de química. Hoy, apunta, dar con tratamientos que pongan fin a enfermedades incurables y el avance en la medicina personalizada dependen de farmacéuticos y médicos, pero también de físicos e ingenieros. «Más de la mitad de los medicamentos comercializados en las últimas dos décadas son biológicos. En Estados Unidos nos llevan años de ventaja en la investigación interdisciplinar», asegura. Elige dos verbos para definir su día a día: «Diseñar y construir». Es una experta en nanovehículos, «las máquinas más pequeñas del mundo», según el comité que concedió este año el Nobel de Química a los padres de la nanotecnología. «Hace a los medicamentos más efectivos y menos dañinos y por eso se ha restringido a ámbitos en los que la toxicidad es importante. La quimioterapia consiste en fármacos fitotóxicos, queremos mejorarlos. Existen medio centenar de nanomedicamentos comercializados y aún estamos empezando», subraya. Estos portadores diminutos de los principios activos son miles de veces más pequeños que el diámetro de un cabello. Por ahora no los encontraremos en una farmacia, se limitan al suministro hospitalario. «El enfermo huye de fórmulas como la inyección. Disponer de opciones más sencillas de administrar la insulina, por ejemplo, conlleva una mayor eficacia», explica Alonso, que colaboró con la OMS y participa en cinco proyectos europeos. «Hay una pequeña revolución tras el descubrimiento de la nanomateria. Tiene un comportamiento distinto al de las partículas grandes. Los últimos hallazgos nos han permitido ver la eficacia de nanomedicamentos para el cáncer de pulmón y de páncreas. Hay posibilidades de reducir la metástasis». La oftalmología, donde intentar diseñar terapias génicas a través de un convenio con Pharmamar, la diabetes, la obesidad, las enfermedades de la piel o la vacuna del sida, gracias esta última a la financiación de la Fundación Gates, son otros de sus frentes. No le gustan las prisas, ni los «titulares fantasiosos que anuncian curas para mañana. Es cuestión de décadas poner en circulación un tratamiento».
También es crítica con el desinterés gubernamental. «Iniciamos el declive por el 2010. Tengo un prototipo que he probado en ratones, pero no existe financiación para trasladarlo a clínica. Puedo llegar en 2 años o en 10, o nunca». Varios colegas norteamericanos ya le han trasladado su preocupación tras la victoria de Trump, crítico con la investigación de células madre. «Todavía no conocemos tanto de nuestra biología», recuerda Alonso. Solo hay una cosa que le gusta más que el laboratorio y formar a los futuros investigadores: «Cuando partes de una hipótesis y ves que se verifica, o que te lleva a otro camino, el conocimiento generado produce una satisfacción enorme».