Ferrol Vello se pone hoy el casco. Así está previsto que acudan vecinos del barrio a una movilización. Y no es de extrañar el atuendo cuando uno ve que una zona histórica, el germen de una ciudad, se cae.
No es la primera vez que se habla del asunto desde este rincón. Pero, para el que suscribe, resulta imposible no hacerlo. Porque asiste con pasmo, mes tras mes, al desplome de cascotes, vigas, tejados... Hasta la casa natal de Carballo Calero se ha quedado ya en un esqueleto corroído, víctima de la degradación. Degradación, recordemos, de un bien de todos, pues fue comprado por el Concello. ¿Para qué? Eso ya es otra cosa. Se verá.
Lo cierto es que las soluciones no llegan. Excusas, eso sí, las hay para dar y tomar. Que si la declaración de BIC ralentiza la regeneración urbanística, que si no hay asentamiento poblacional, que si qué le vamos a hacer...
En fin. A un servidor no le cabe duda de que en un par de décadas Ferrol Vello será otra cosa. Volverá a concentrar vecinos, economía y vida. Porque no puede ser de otro modo. Es su vocación.
¿Cómo será? Eso ya se trata de harina de otro costal. Según el guion oficial, un precioso barrio marinero perfectamente rehabilitado y regenerado, combinando tradición arquitectónica y funcionalidad. Según las malas lenguas, un cúmulo de pelotazos urbanísticos para mayor gloria de unos poco bolsillos. La pena es que no sería una sorpresa. Aquí ya pocas cosas sorprenden.