El Museo Naval nos enseña una de las historias sobre el honor de la gente del mar
16 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Esta posiblemente sea una de las historias más impresionantes del honor que mantenía la gente de mar. Si nos situamos en la famosa batalla de Trafagar, concretamente 1805, el Brigadier Cosme Damián Churruca y Elorza, mandaba el San Juan Nepomuceno.
Curiosamente este insigne marino comenzó sus estudios en el seminario de Burgos, aunque eso era habitual en muchos jóvenes, pues no había demasiadas posibilidades. Pero, al final, dejó el camino del sacerdocio cuando un amigo le habló de la mar y de las aventuras que allí se podían correr.
Estaba recién casado con una bella joven de diecinueve años, desgraciadamente esta situación tan solo le duro siete meses. La vida cotidiana era muy dura, concretamente a Churruca al igual que al resto de sus compañeros le debían dinero de su paga, concretamente cuando se embarcó para combatir en la famosa batallas de Trafalgar, le debían nueve pagas, por ello tenía que dar clases para conseguir algo de dinero. Aunque el caso de Churruca era muy excepcional, es justo reconocer que en aquella época los marinos solían tener un perfil muy parecido, es decir, solían ser gente muy culta, y esto tiene una cierta lógica, debido a que en el Colegio de Guardiamarinas se les enseñaba matemáticas, geometría, geografía, interpretar cartas náuticas, química para entender la artillería y su funcionamiento. En resumen, era una educación muy completa, muy superior al ochenta por ciento de analfabetos de España.
Los comandantes en esa época pagaban de su bolsillo, empeñándose, la pintura de sus barcos para no tener que avergonzarse de su estado delante de los franceses.
A bordo de su barco, Churruca se preparó para la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero sin perder el valor en ningún momento. Tal era su determinación que, un día antes de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que se despedía diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la muerte. El destino fue cruel con este valiente marino, mientras se encontraba en su puesto de combate, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla, sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto. Además, se dice que al perder la piernas y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad.
Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y se mantuvo estoico hasta el final. De hecho, ordenó clavar la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida.
Finalmente, el marino protagonizó una curiosa anécdota incluso después de muerto. Esta se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del San Juan Nepomuceno que entregara, como era tradicional, el sable del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, debería partir el arma en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, no habrían vencido al marino nunca.
Finalmente este buque fue conducido a Gibraltar donde quedo como pontón bajo el nombre de HMS San Juan. Se dice que las autoridades británicas ordenaban descubrirse a quienes visitaban la cámara del Comandante Churruca, en cuya memoria se colocó una placa, finalmente fue vendido y desguazado en 1818.