Evangelina Barros, dueña de La Nueva y Valencia: «Soy feliz en el negocio, pero aceptaría una buena oferta por las panaderías»

F. Fernández FERROL

FERROL

JOSE PARDO

A sus 74 años gestiona catorce locales y una plantilla de ochenta personas

21 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Evangelina Barros Soto perdió en el 2010 a su único hijo, el que iba a ser el heredero de todos sus negocios. Ahora, a sus 74 años, la dueña de los catorce locales que conforman la red de panaderías La Nueva de Neda y Pastelería Valencia de Ferrol, que dan empleo a 80 trabajadores, reconoce que disfruta y que es feliz en el trabajo, pero que ya tiene ganas de descansar.

—Usted tenía La Nueva y compró la red de Pastelería Valencia, salvo el negocio de Ultramar. ¿No le tienta seguir ampliando el grupo?

—Proyectos nuevos tendría porque soy muy emprendedora, me encanta, pero reconozco que no tengo a nadie al que dejarle todo.

—¿Ha perdido la ilusión?

—Sí. Al verme sola, sin mi hijo, me deprimí, pero, al mismo tiempo, tras su fallecimiento, me refugié en el trabajo. Desde que murió monté tres negocios nuevos, no he querido tirar la toalla. Abrí en Caranza, Catabois y otro en Ultramar. Yo seguiría, trabajo para mí, tengo mucha ilusión con la gente buena de empleados que tengo, que me ayudan a seguir adelante. Pero no me animo porque no tengo 20 años ni tampoco 30. Casi catorce locales y ochenta empleados me parecen bastante. No abro más negocios, y tengo la oportunidad.

—¿Qué tal va el negocio?

—No me quejo porque estoy vendiendo bien, el camión de harina entra cada veinte días. Pero estoy trabajando más y ganando menos porque ahora el pan no te está dejando margen.

—¿Cuánto pan vende?

—No me gusta decirlo, no me gusta superar a nadie, vendo bien, no me quejo, la gente que tengo la puedo pagar y con eso ya te digo que el negocio va en el buen camino.

—¿Cuántas empresas tiene?

—Tenía tres, ahora dos: Nicasio y Gelina, que es el nombre de mi hijo y el mío, y La Nueva de Neda, que fue de mi padre y que nos dejó a mi hermano y a mí. Mi hermano no la quiso y la cogí yo.

—Valencia y La Nueva elaboran productos distintos.

—Sí, cada una vende sus propios productos. Cuando cogí Valencia subrogué los contratos del personal y sus productos siguen siendo los mismos, no los cambié, al revés, los mejoré. Estoy muy orgullosa de nuestros productos, me preocupo de que salgan bien.

—Elija: pan de Neda o el que hace Valencia en Ferrol.

—El de Neda. Cada uno trabaja con su harina, pero aquí, en Neda, tenemos un agua que es muy muy buena. Por eso, todos los panaderos de Neda tienen buen pan.

—¿Por qué compró Pastelería Valencia?

—Cuando me quedé con La Nueva me empeñé para modernizarla y ampliarla. Pedí un préstamo al Plan Ferrol, que nos dio muchas facilidades de pago. Pero vino el dueño de Valencia a hablar conmigo y a ofrecerme el negocio. Lo hablamos, estuvimos menos de una semana negociando y cerramos el trato. Ahí empezamos a trabajar mucho, teníamos tres turnos haciendo empanadas en Valencia, subrogué todo el personal para que el producto fuera el mismo y ahí estamos.

—¿Mantienen los tres turnos?

—Los tres turnos bajaron, vida, a partir de la pandemia. Tuve que mandar gente a un ERTE y cerré locales por la tarde que siguen sin abrir, como el que está enfrente al Parrulo, el de la carretera de Castilla, en Sánchez Calviño, en Caranza, la avenida de Esteiro... Tuve que despedir a diez personas porque no podía...

—El nivel prepandemia no se ha alcanzado todavía entonces...

—No, no, no. Qué importa que venda mucho pan si estoy ganando menos. Trabajo con harina muy buena y ganando la mitad, pero mantengo.

—¿Sacan productos nuevos?

—En Stolen sí varía bastante el pastelero, es un chico que trabaja muy bien y va innovando.

—Fabrican para sus propios locales, pero también venden a otros negocios, ¿a cuáles?

—Pastelerías, restaurantes, también tengo muchas superficies a las que dejo el pan y algún dulce. Pero yo tengo un precio alto y las superficies lo que quieren es quedarse con un porcentaje y no estoy por la labor. Trabajo en toda la comarca, en A Coruña no. También tuve un local allí, pero lo dejé porque era el único que tenía alquilado... Bueno no, miento, el de Ultramar es alquilado, el pequeñito que tengo allí. Lo puse porque me dio la gana, por el daño que me ha hecho la familia que me vendió Valencia, para decirle a la gente que Pastelería Valencia es mía porque compré los negocios (menos ese de Ultramar) y la marca.

—¿Los ha denunciado por usar su marca?

—No. La marca la compré por treinta millones de pesetas, después de pagarles los millones que les pagué por la empresa. Como no tenía dinero, se lo fui pagando con producto que les servía en Ultramar. Mi hijo fue con ellos a la notaría y firmaron que mientras viva Ana Simó el local de Ultramar está a su nombre. Es de juzgado de guardia, pero está firmado por mi hijo. Qué buen provecho le haga y que sea feliz con el dinero de otros porque quien está manteniendo el nombre es Evangelina Barros Soto, que tengo que pagar cada año por la marca.

—¿Ha recibido ofertas para comprarle las panaderías?

—No ha venido nadie y yo las vendía en este momento, ¿sabes?

—¿Las vendía?

—Sí, no tengo cuarenta años y no voy a vivir toda la vida. Así que si tengo oportunidad de vender, yo encantada. Aceptaría una buena oferta.

—¿Le ha planteado a los trabajadores que se queden con las empresas?

—Sí, pero me dicen: ‘si faltas tú, esto se va al carallo'.

—¿Usted es panadera?

—No soy panadera. Nací en O Roxal (Neda) y cuando tenía cuatro años emigramos a Uruguay. Esto empezó en 1972 más o menos. Mi padre le compró el negocio a un primo hermano. Vivíamos en Montevideo y mi padre me mandó a España con 15 años yo creía que a pasear, pero no venía a pasear. Cuando estoy aquí me dice: ‘no te vuelves a marchar porque esto va muy mal, si tengo que ir a cobrar a las bodegas (porque teníamos viñedos) tengo que ir con un revólver y esto no es vida para mis dos hijos'. Y me encargó buscar algo en lo que pudiéramos trabajar aquí y le propuse comprar la panadería de su primo hermano. Este me pidió dos millones y medio, que era un montón de dinero. Pensaba que mi padre venía forrado de Uruguay, pero no era así. Al final se compró y nos pusimos a trabajar, de noche haciendo pan y de día repartiendo. Empecé con una furgoneta y a los dos años tenía tres. Y así fue nuestra vida, muy dura. Tengo 74 años, voy a morir y queda todo aquí y yo sin disfrutar nada. Por eso quiero vender.