Además de un submarino, creó la primera línea de autobuses, un seguro social, el poste telefónico y una novedosa colmena
28 oct 2012 . Actualizado a las 06:00 h.En 1837, hace ahora 175 años, nacía Antonio Sanjurjo Badía, un auténtico genio en la historia de Vigo. Como es tradición local, esenciada en el ourensano Cachamuíña, no nació aquí, sino en la localidad coruñesa de Sada. Pero fue en la ciudad olívica donde hizo su asombrosa carrera.
Hijo de relojero, Sanjurjo emigró con 17 años a Cuba, donde abrió una fundición. Cinco años más tarde, regresó a Galicia y se instaló en Vigo, donde creó un taller al que primero bautizó como La Fundidora para luego denominarlo La Industriosa, nombre con el que quería rendir homenaje a las laboriosas abejas, pues era aficionado a la apicultura. En el taller de Sanjurjo, al que apodaban El Habilidades, se construyó la primera máquina de vapor fabricada en Galicia. Y pronto ganó fama reparando motores para barcos de todas las banderas que recalaban en el puerto de Vigo.
Siempre ideando proyectos, nuestro hombre participó en la fundación de la primera fábrica de papel continuo que hubo en Galicia, que se movía con una máquina de vapor diseñada por él. Abierta en el ayuntamiento de Lavadores, supuso un gran avance para la imprenta y la prensa escrita en la ciudad. En 1880, inaugura nueva sede para La Industriosa, en García Barbón, y más tarde funda sus propios astilleros, en un momento en que se dispara la demanda de pesqueros de vapor para surtir a la floreciente industria conservera.
Para sus más de doscientos operarios, crea una caja de previsión que bautiza como La Hermandad, por la que los obreros percibían una pensión tras su retiro o una paga si estaban enfermos. De alguna forma, había inventado la seguridad social. También a finales del siglo XIX, se empeña en el reto de llevar el suministro de agua a la isla de San Simón. Su capacidad como ingeniero le permitió conseguirlo, utilizando sólo los medios de su empresa.
En 1898, coincidiendo con la Guerra de Cuba, estrena su creación más sonada, la «boya submarina» con la que pretende combatir a los Estados Unidos. En las pruebas, el artefacto gobernado por el propio Sanjurjo navegó a 20 metros de profundidad durante una hora y media.
El rudimentario submarino puede verse hoy en el Museo del Mar, en Alcabre, y asombra la audacia de su creador. Pilotar el cacharro no fue menos heroico que el reciente salto estratosférico de Baumgartner. Nuestro personaje ha dado lugar también a algunas fantasías. La primera, ya descartada, pero que se mantuvo durante décadas, fue que Julio Verne, de visita en Vigo en 1878, se inspiró en los proyectos de Sanjurjo para idear el Nautilus. Era algo imposible, porque la novela ya estaba publicada desde 1869.
La segunda fantasía es que Isaac Peral se inspiró en el submarino de Sanjurjo para construir el suyo. En algún libro, se dice que así lo declaró a Emilia Pardo Bazán en una entrevista. Pero resulta difícil sin poderes de «medium», ya que, cuando se botó en Vigo la boya submarina, Peral llevaba tres años muerto. Pero hubo más genialidades de Sanjurjo. A finales del XIX, presentó en la Exposición de Santiago su «colmena móvil», un artefacto acristalado donde podía contemplarse a las abejas en acción. Jaime Solá, en Vida Gallega, escribió un admirado artículo: «Aquí demostró Sanjurjo hasta que punto llega su ingenio mecánico».
Con el nuevo siglo, sigue Sanjurjo con sus inventos. En La Industriosa, logra reconvertir motores de vapor en de gasolina y funda La Regional, compañía de autocares cuya principal ruta es A Coruña-Santiago. Con ella, desbanca a La Ferrocarrilana, la compañía de diligencias que operaba hasta entonces. Y suma un nuevo invento, las «estaciones telefónicas portátiles». Se trata de postes de teléfono situados en la ruta cada diez kilómetros. Así, en caso de avería, el conductor puede pedir rápidamente que venga otro vehículo. El Habildades acababa de inventar los postes de emergencia de las autopistas.
Muere Sanjurjo en 1919 y sus funerales son grandiosos. Las crónicas destacan cómo se movilizaron conmovidos sus propios obreros. Tres años después, su familia vende La Regional a un santiagués cuyo apellido bien conocido: Evaristo Castromil Otero. Los famosos «castromiles» tienen así su origen en la línea de nuestro inventor.
Cuando se cumplen 175 años del nacimiento de un genio, bien merecería de su ciudad un nuevo homenaje.
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LA BUJÍA DEL DOMINGO Por Eduardo Rolland