Tendría yo que preguntarle un día a Segundo Leonardo Pérez López, que además de uno de los grandes teólogos españoles y deán de la catedral de Santiago es un historiador muy notable, qué tiene que ver el Santo dos Croques con aquel obispo Pedro Muñiz que consagró la basílica compostelana, y del que por más que las crónicas aseguren que no asistió al cuarto Concilio de Letrán, la leyenda, que es muy sabia, deja clarísimo que estando en él sintió nostalgia de su ciudad porque la Navidad llegaba, de manera que se vino desde Roma volando. Y entiéndase lo de volar, por favor, no como una metáfora, sino en el sentido más literal de la palabra. Es decir: que se vino hasta Santiago, desde allá, desde donde quedaba el Papa, atravesando las nubes. Aprovechando que tenía, entre sus múltiples dones, el de desplazarse por las alturas a pesar de que aún faltaban unos cuantos siglos para que la aviación se inventase. ¿Pudiera ser que el Santo dos Croques, en el que muchos quisieron ver el rostro del Maestro Mateo, hubiese sido labrado en principio, como no falta quien continúe afirmando, para la sepultura del prelado...? Cualquiera sabe. Pero lo verdaderamente importante es que, hacia la eternidad, sigue acompañando al obispo volador, cuyos restos descansan junto al Pórtico de la Gloria, que en la opinión particular de quien esto escribe es una de las más maravillosas obras creadas por el ser humano. Tan maravillosa obra, tanto, que no sería raro que hubiese sido el Cielo mismo -es lo que a mí me parece, vaya- quien la inspirase. El obispo Muñiz estará ahora, sin duda, con el Creador. Mientras sus restos, o lo que de ellos quede, descansan, junto a su amigo de piedra, bajo ese Pórtico que uno no puede mirar sin emocionarse, y que de hecho lo emociona con mayor intensidad conforme el tiempo pasa y para casi todo se va haciendo, efectivamente, cada vez más tarde. Pero tal vez del Prelado Volador quede todavía por Santiago, aunque nosotros no la veamos, una sombra casi transparente, eco sutilísimo de lo que fue su cuerpo y de lo que es para siempre su alma, que de vez en cuando se eleva en el aire. Eso sí, ahora sin alejarse demasiado, por más que de Roma sienta a veces una cierta nostalgia. También allí hay gente muy agradable.