¿Por qué, 400 años después, nos sigue fascinando Shakespeare? Porque, a medida que van cayendo los siglos, el mundo cada vez se parece más a las tragedias de Shakespeare. El mundo es irremisible y trágicamente shakesperiano. Tal vez sea el destino inevitable que le profetizaron tres brujas reunidas bajo la lluvia, los truenos y los relámpagos de Escocia.
Por eso, para entender esta existencia ineludiblemente shakesperiana, hay que volver a Macbeth. Lo publica un sello también shakesperiano, Reino de Cordelia, en una espléndida edición bilingüe con traducción al español de Luis Alberto de Cuenca y José Fernández Bueno. Ilustra, con pinturas tenebrosas y fieras, Raúl Arias, para rematar un volumen tan necesario como brutal y hermoso.
Decía Jan Kott que Macbeth es una sopa de sangre, aunque tal vez sea ese océano incapaz de lavar las manos ensangrentadas y criminales de Lady Macbeth. Lo leímos en la versión de papel biblia de José María Valverde para Planeta (qué tiempos). Lo vimos en la película de Orson Welles, titánico en su papel de un hombre devastado por la codicia y el afán de alcanzar el poder absoluto. Y ahora regresamos a Inverness. Vuelve a brillar la daga de la ambición en los ojos de reptil de Lady Macbeth. Revisitamos una de las más intensas creaciones de la literatura, según Borges, al que inquietaba esa escena en la que el rey Duncan divisa el castillo de Macbeth, donde lo asesinarán esa misma noche, mira las torres y las golondrinas y observa que allí «el aire es delicado».
Otra frase gloriosa la pronuncia el propio Macbeth en la última línea de la escena cuarta del tercer acto. Ya ha liquidado a Duncan, a unos cuantos más y ha probado su inagotable talento para hacer el mal. Pero le suelta a Lady Macbeth:
-Aún somos principiantes en el crimen.
Justo por eso nos fascina Shakespeare. Porque nunca nadie, ni antes ni después, ha retratado así el alma de los desalmados.