Mick Wall entra en la intensa vida de Prince, que se consideraba, como Elvis, un preso de la fama
16 dic 2016 . Actualizado a las 05:10 h.Cuando actuó en A Coruña, en el verano del 90 y a 160 kilómetros del concierto vigués de Madonna, todos fingíamos que lo conocíamos profundamente -o al menos tanto como a la Ambición rubia, quizás para autojustificar el dispendio que suponía pagar 4.000 pesetas de la época por cada entrada- aunque en realidad solo a algunos les sonaba un poco su nombre y a muchos menos su música, más allá del Purple Rain que sonaba en la radio y a la banda sonora de Batman. Y es que Internet no nos había convertido aún en espectadores directos de una actualidad global, en la que un youtuber recibe una bofetada y se entera hasta tu abuela, pero la carrera internacional de Prince ya estaba entonces en lo más alto en los mundos más civilizados.
El pasado 16 de abril, un cuarto de siglo después de aquel viaje en Jaguar desde Lavacolla al polideportivo de Santa María del Mar, Prince Roger Nelson apareció muerto dentro del ascensor de su casa. Era ya más una leyenda que un músico en plena actividad, un monarca dentro de su reino púrpura cuyo último sencillo de talla internacional, The Most Beautiful Girl in The World, databa del 94, y su álbum más recordado desde entonces, del 2001, The Very Best of. “Siempre quise ser realmente famoso, pero ahora, al igual que Elvis, soy prisionero de mi fama”, se había lamentando poco tiempo atrás.
Sin caducidad
Para entonces, con 35 años de carrera artística, 39 discos de estudio y siete Grammys, el mundo se había acostumbrado a sus peripecias, a sus movimientos, con paso seguro o sensual, pero este desenlace era algo tremebundo, tan inesperado que nadie lo había visto venir. Ni siquiera él, que llegó a asegurar en cierta ocasión, rotundo: “Yo no tengo fecha de caducidad”. Como sucede con casi los mitos, su muerte estuvo rodeada de leyendas varias: que si los Iluminati, que si era una venganza por su victoria legal sobre la Warner, que si tenía el sida... La comparación que él mismo había hecho con Elvis cerraba un círculo fatal.
Esclavo
Prince, el reino púrpura, es un libro de leyendas al cuadrado, puesto que su autor Mick Wall, está considerado la máxima autoridad en periodismo musical en Reino Unido y sus libros sobre Led Zeppelin, AC/DC o Lou Reed son pequeñas biblias para los fans de estas formaciones, que saben que este autor trabaja con fuentes de primera mano y escapa del sensacionalismo tan al uso en este tipo de publicaciones para centrarse en lo importante. En las páginas de Reino Púrpura, Wall desgrana con un estilo muy fresco y cercano pasajes claves de la evolución personal y profesional de Prince, al que considera “un innovador musical al estilo de Bowie, un guitarrista capaz de rivalizar con Jimmy Hendrix, un bailarín mejor que James Brown y un cantante dotado de un registro de voz variado y con múltiples formas de expresarse”. Dedica un capítulo entero a cuando escribió la palabra “esclavo” en su mejilla para protestar por las amarras creativas con las que le ahogaba su discográfica, nos habla de su depresión tras la muerte de su esposa, Mayte García, de la auténtica relación que tenía con las drogas a pesar de que era vegano y abstemio. De una vida intensa, en suma, de alguien que “solo quería verte empapada bajo la lluvia púrpura”.