Después de cuatro años, el entrenador vigués considera que ha ayudado a que el fútbol indio comience a espabilar
30 dic 2015 . Actualizado a las 07:36 h.«Siempre he querido buscar el sentido de mi vida a través de mi profesión, y mi profesión tenía que ser mi vocación». Movido por esa premisa, el entrenador vigués Óscar Bruzón dejó el banco donde trabajaba ?«me dije: ?o irme o trabajar ahí hasta los 65?»? para volcarse en la parte formativa del fútbol. Cambió también entonces el Celta y el Areosa, donde entrenaba a niños, por una academia de fútbol nada menos que en la India.
A través de un amigo, consiguió una entrevista y con eso y una mochila a cuestas se lanzó a la aventura. De aquella academia en la que aterrizó pasó al Sporting Goa, en una liga de la clase media asiática en la que llevó al equipo a la quinta plaza después de cogerlo en descenso, y de ahí al Mumbai, de la India Super League, con el que concluyó en sexta posición. «Era reacio al salto, porque me parecía demasiado espectáculo comercial y mediático, y yo estoy más por la parte metodológica». Sin embargo, le convencieron para ejercer de director técnico y entrenador asistente con Nicolás Anelka.
«La idea no deja de ser meter a profesionales extranjeros para instruir a la gente local y que lleguen al nivel de China, Japón o Australia», desgrana Bruzón. Y considera que en el tiempo que lleva en el país ha contribuido a lograrlo. «Sí creo que he ayudado a que empiecen a espabilar y esa es la parte buena pero también la mala, porque me va a costar irme». Se refiere a su futuro inmediato, que no descarta del todo que siga ligado al que hasta ahora es su lugar de residencia, pero que es muy probablemente que no lo esté. «Tengo opciones y proyectos interesantes, a nivel federativo, o de países como Tailandia. Me tomaré el mes de enero para decidir», avanza.
Sus años en India le han cambiado en algunos aspectos. «Era impulsivo, peleón, de mucha raza. Sigo teniendo todo eso, pero he aprendido a relativizar, a tener mano izquierda y a aplicar el sentido común», comenta. Todo esto es imprescindible para tratar con personas que entienden el fútbol y la vida de una manera completamente diferente. «No hay capacidad de comunicación, de liderazgo. La cultura del esfuerzo es mínima y muchas veces hay sensación de desidia, de dejarse ir y de salirse en los partidos importantes si se puede en vez de meterse».
Todo esto implica la necesidad de un trabajo en gran medida a nivel psicológico. «Hay que cohesionar, hacer equipo, crear un sentimiento grupal. Son individualistas y su cultura les dice que tienen que seguir instrucciones, hay muy poca proactividad». El papel de Bruzón ha consistido en buena medida en «hacerles descubrir nuevos parámetros técnicos y psicológicos, hacerles asumir responsabilidades y que se entiendan entre ellos».
En cuanto a los entrenadores, las diferencias también son abismales con respecto al fútbol europeo. «La palabra desarrollo está en todas partes. Se dice mucho, pero se practica muy poco. En los tres equipos en los que he estado ?contando la academia en la que aterrizó al llegar? tenía cuerpo técnico español y había celos», reconoce.
Pese al contraste con lo que había conocido anteriormente , a la morriña y a todas las barreras a las que se ha tenido que enfrentar, Bruzón nunca ha sentido la tentación de tirar la toalla. «Vigo es mi sitio y me gustaría volver, pero a medio o a largo plazo», explica. Le mueve la «dimensión» que su trabajo llega a adquirir en Asia con respecto a la que tendría en el fútbol europeo. «Con 38 años no voy a tener oportunidades en Primera o Segunda, quizá algún hueco en Segunda B. Prefiero estar allí; el día de mañana ya se verá».