Ala pareja que se suicidó en Santiago hay que añadir la muerte de un empresario en la misma ciudad que se quitó la vida al tener que declararse en suspensión de pagos. La muerte puede aparecer como la única salida para aquellas personas que ven quebrado su proyecto existencial más allá de todos los esfuerzos para reconstituirlo. No se matan los canallas. Se matan aquellos que viven con vergüenza y culpabilidad su fracaso. Se matan aquellos para los que la precariedad no estaba en su programa existencial ni subjetivo. Por eso la ruina deviene un trauma inasimilable y rompe las seguridades más básicas respecto de sí mismos y de su representación social. De este hombre, que supuestamente se dio muerte junto a su pareja, todos sus allegados destacan que era una persona cumplidora. El sentimiento de no poder cumplir en alguien cumplidor puede tener efectos subjetivos devastadores y desatar la agresividad contra sí mismo. Estos episodios, así como los suicidios desencadenados por perder la vivienda, deben ser un motivo de reflexión para que aquellos que se quejan de la violencia que suponen los escraches, cuando en realidad vemos que las víctimas de la crisis, de momento, dirigen la violencia más extrema contra sí mismos. Se aplican políticas económicas que conducen a la desesperación, incluso a la muerte, a muchos ciudadanos. Estos hechos, que se repiten cada vez con más frecuencia, ya no son excepcionales, y debemos estar advertidos de que estas situaciones pueden derivar en otro tipo de violencia que ya no tenga a la víctima como autodestinario.