Un matrimonio de Valladolid permanece en el hospital desde el día del accidente acompañando a su hijo de 42 años, que está en coma
10 ago 2013 . Actualizado a las 15:54 h.Se les ve siempre juntos. Ella, bajita y con el pelo rojo, y él, más alto y más delgado, siempre a su lado. Acuden al Clínico cada mediodía a escuchar el parte médico y a ver, unos veinte minutos, a su hijo José Javier Sanz, de 42 años, que permanece en coma desde el accidente de Angrois. A veces se quedan todo el día para empalmar con la visita de la noche. Otro ratito en el que estar muy cerca del hijo esperando que salga del sueño en el que está atrapado.
Algunos días reciben la visita de los muchos amigos que José tiene en Galicia y a los que iba a visitar aquella tarde. Su destino era Ferrol, donde esperaba pasar unos días con esa gente que ahora los visita cuando puede. Ellos salen del hotel y caminan la avenida de Barcelona hasta el Clínico. Casi siempre vuelven con las mismas noticias con las que partieron: «No nos saben decir. El médico cree que puede despertar en cualquier momento. Hay que esperar», comentaba a principios de esta semana Belén, su madre.
El matrimonio se desplazó desde Valladolid, donde residen, al día siguiente del accidente en un servicio de la Junta de Castilla y León. Desde entonces se han ajustado a la rutina del hospital y a la incertidumbre. Ayer, Belén estaba algo más alegre: «Ya respira por sí mismo y es posible que la semana próxima lo suban a planta. El médico cree que las visitas lo pueden estimular y ayudar a que despierte. Lo he visto más optimista». Ángel asiente. El jueves, cuenta Belén, los llevaron a pasar la tarde a Padrón. Allí, en una iglesia encendió una vela y una mujer con la que habló un rato le dijo que su hijo despertaría pronto. Toda luz es bienvenida.
Viajero inquieto
A lo largo de esta semana, Belén, que habla más que su marido, me ha ido contando algunas cosas sobre José Javier, un funcionario de la Junta de 42 años con ganas de vivir: alegre, extrovertido, viajero infatigable: «Hasta se fue a China hace dos años. Yo le decía: "¿Qué, también has dejado amigos allí?". Y él se reía». José, cuenta su madre, pagaba pocos hoteles, porque tenía amigos allí donde iba: «Fíjese que hasta nos había metido el gusanillo a nosotros, que viajamos mucho más que antes». Precisamente estos días tendrían que coincidir con los preparativos para reunirse en Galicia con José: «Y estamos en Galicia, pero ya ve usted».
Explican que los han tratado muy bien, que se han sentido arropados. Han recibido asistencia psicológica y no tienen queja de nada. Del destino si acaso, pero rara vez se lamentan. Hemos hablado de sus nietos y de los del rey, del alcalde de Valladolid y del Real Madrid, de Alberto Chicote y de lo que le fastidia que no le tengan en cuenta el tiempo que pasa en la cocina: «Mi nieta es la que más me valora». Así pasan las horas muertas a la puerta del hospital, donde Ángel sale a fumar un pitillo o dos en lo que él ha bautizado como «el banco de la paciencia».
También hemos hablado de lo malo. Del sufrimiento de los primeros días, de la angustia que provoca la incertidumbre, de José Javier dormido: «Tiene un golpe en la cabeza que ya le ha cicatrizado y parece que le está bajando la inflamación. Él mueve mucho las piernas. Constantemente. Por lo demás está bien. Solo dormido». Da miedo pensar en su largo sueño, en su último instante de consciencia. Pero Belén no se quiebra. La esperanza le puede más que el miedo.
Otra foto
Uno de esos días el matrimonio me enseñó una fotografía del accidente publicada en una revista: «Es este», me dijo Belén. Señalaba un cuerpo inerte transportado en una camilla en la frenética evacuación de las primeras horas. Cuatro personas sacaban del encuadre al herido. «Si pudiera, me gustaría darles las gracias». Probablemente tendrá oportunidad este fin de semana. En Angrois pudimos localizar el número de teléfono de uno de ellos, que, probablemente, agradecerá también la llamada. Cada reencuentro funciona como una vitamina en un anémico. Todos tienen muchas ganas de paz.
Si José Javier no despierta en los próximos días, es posible que la familia decida el traslado a Valladolid. Hasta donde saben, una vez que lo hayan subido a planta, seguramente la próxima semana, podrán optar por regresar. Belén no quiere apresurarse. No lo dice, pero confía en que su hijo, uno de los cuatro que crió, abra pronto los ojos y salga de la pesadilla en la que están todos metidos. Ojalá sea pronto. Ojalá sea hoy.