Los tripulantes ponen rostro a la calamidad del barco «Eros»

María Hermida
maría hermida RIBEIRA / LA VOZ

GALICIA

Reclaman 207.000 euros al ribeirense que los contrató para faenar

22 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace ya bastante tiempo que con la historia del barco Eros, de bandera portuguesa pero propiedad de un armador de Ribeira, se podría haber hecho una película. Lo peor es que ese filme, que en un principio podría ser de aventuras, ahora entraría de lleno en la clasificación de drama. Porque en eso, en una auténtica tragedia, es en lo que ha desembocado la historia de este buque, que empezó a ser singular hace unos quince meses, cuando quedó retenido en Liberia al ser acusado su patrón y armador de pesca ilegal. Tanto si uno escucha al representante de la tripulación -un intermediario entre el empresario ribeirense y los trabajadores- como si el que habla es el dueño de la nave, la situación es para llorar.

¿Qué pasó con el Eros? El barco era uno más de entre las decenas de buques de armadores gallegos que trabajan en la costa africana. Su tripulación, como la de tantas otras naves, estaba formada por marineros africanos y solamente iba un gallego a bordo, Alberto Suárez, patrón y armador. Su historia era, por tanto, normal y corriente hasta que un día, cuando atracaron en Sierra Leona, el Ejército de Liberia se lanzó a por ellos.

Acusaron a Alberto Suárez de pesca ilegal y, automáticamente, barco y tripulación quedaron retenidos en Liberia. Durante catorce meses, Suárez y los marineros permanecieron en el barco, en una situación surrealista: con veinte toneladas de cangrejo real a bordo, sin poder moverse y, según el armador, sufriendo «una extorsión constante para entrar y salir del puerto a pie».

Al fin, a sus casas

El caso es que, en mayo, Alberto Suárez logró venirse a España. Al fin él y sus hombres dejaban de estar retenidos. Cuando llegó a su tierra, tras casi dos años sin ver a su familia -hay que sumar el tiempo de la retención y el de la marea- explicó que la tripulación continuaba a bordo, a la espera de que él consiguiese dinero para pagarles los salarios y enviarlos a su casa. Contaba también Alberto que uno de los trabajadores había fallecido en el buque tras exhalar los vapores que desprendía la carga de cangrejo real, ya putrefacto.

El caso es que la negociación con los trabajadores o, mejor dicho con su representante, nunca llegó a buen puerto. Alberto Suárez, tal y como él mismo reconoce, jamás llegó a pagar los salarios a los marineros. Únicamente costeó los billetes para que volviesen a sus casas. La tripulación, a través de su portavoz, le reclama nada menos que 207.000 euros; una cifra que Alberto Suárez reduce a 57.000 euros.

Momar Fall es el representante de los trabajadores. Dice, y envía numerosos documentos para demostrarlo, que sufrió un auténtico calvario para que Alberto Suárez, una vez en España, se acordase de que en Liberia seguía su tripulación. Señala también que sus hombres se vieron «abandonados». Y que llegaron a sus casas sin un mísero euro. Reclama dinero. Y también justicia. «Son humanos, no se merecen esto», dice.