Enfermedad mental y homicidio
FIRMAS
Cada vez que ocurre un hecho aparentemente irracional cometido por una persona, como en el llamado crimen de Santiago que estos día ocupa las páginas de toda la prensa gallega y nacional, aparece la hipótesis de la posible enfermedad mental del homicida y se escudriña en la biografía de la persona sospechosa para encontrar alguna muestra que confirme esta tranquilizadora hipótesis; en el caso mencionado, el consumo de diazepan y un ingreso psiquiátrico, olvidando que más de la mitad de la población ha consumido algún psicofármaco en su vida y que la cuarta parte de las recetas que emiten los médicos de cabecera son psicofármacos en los que las benzodiazepinas, como el diazepan ocupan a su vez el primer lugar. Por otro lado en Galicia se realizan más 300.000 consultas de SM al año y más de 4000 ingresos en las Unidades de Hospitalización Psiquiátrica (UHP). Si la hipótesis mencionada fuera verdad debería haber muchos más homicidios de los que realmente ocurren.
Desde hace años los psiquiatras luchamos contra el estigma de la enfermedad mental al cual ha contribuido enormemente su relación en el imaginario popular con la violencia. Pero también desde hace muchos años se sabe que la mayoría de los actos violentos aparentemente irracionales no son cometidos por enfermos mentales sino por los «supuestamente» sanos.
Los delitos cometidos en relación a la enfermedad mental se pueden diferenciar, a grandes rasgos, entre el delito cometido en función de una enfermedad mental grave (como en el caso Hildegart, mencionado hace unos días), que insistimos son escasos; el acto delictivo cometido por alguien que tiene una enfermedad mental pero que dicho acto no tiene relación con ella (paciente delirante que roba para su bienestar); o bien el delito cometido por una persona que sabe que lo que hace es un delito, que no puede evitar hacerlo y que podemos comprender los mecanismo psíquicos que lo han llevado a realizarlo (compulsión a robar).
Lo importante en los tres casos es que deben ser declarados responsables de sus actos. Otra cosa es la condena que se le impone y que en todos los casos debería tener que ver con un tratamiento. Tanto la mencionada Aurora Rodríguez (caso Hildegart) como algo más recientemente Louis Althusser (mató a su esposa en un episodio confusional) clamaron desde sus lugares de encerramiento que se les devolviera la condición humana de ser responsables de sus actos. No hay nada más excluyente y estigmatizante que anular en una persona la responsabilidad sobre sus actos.