Madres que matan a sus hijos

Ricardo G. Mira

GALICIA

07 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Las estadísticas nos hablan de que el número de ellas supera al de los varones. Tienen una tasa anual, en algunos países hasta semanal, y más de dos tercios de los asesinatos de niños cometidos por otra persona son perpetrados por sus padres. El filicidio es ya una de las principales causas de muerte entre los pequeños. El problema es, por tanto, social y requiere prevención específica.

Se las ha asociado a pasar por momentos difíciles de gran estrés económico, a sufrir las consecuencias del desempleo, a tener en su haber algún intento de suicidio, a sufrir depresión y otros desórdenes psicológicos. Son seres humanos, frágiles, que han vivido y acumulado frustraciones desde la infancia y que comparten aún en la vida adulta. Enganchadas aún a esas frustraciones sin resolver, perpetúan esa fragilidad cual pesadilla difícil de librar.

La literatura psicológica describe varias formas que ponen de manifiesto cómo cada una desgarra profundamente sentimientos, dolor, y necesidad de liberación, y con ello aparece incomprensión y falta de sentido de realidad. La decepción de una madre que evidencia su trauma en el asesinato de sus hijos y en la experiencia del amor altruista que le hace ver en la muerte la mejor opción para salvarlos de un mundo indeseable, por su propio bien. O la de quien acaba con ellos luego de un abuso continuado de maltrato que convive con estructuras invisibles que mantienen su personalidad al límite con conductas irreconciliables que solo evidencian trastornos. O la decepción del hijo nunca deseado que irrumpe en su experiencia vital como un obstáculo eterno. O el deseo de venganza que se evidencia en el daño al padre en medio de la lucha por la custodia. O, finalmente, la vivencia de ese delirio psicótico que la lleva a deshacerse de sus hijos sin motivo aparente.

De modo más o menos evidente, la decepción amorosa las hunde una y otra vez en ese trauma terrorífico, presa de dolor y desgarro que ocurre incomprensible en las entrañas de la mente.