Un rumano cuenta cómo fue esclavizado 3 años, obligado a pedir limosna
13 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Tiene las piernas rotas, pero su sonrisa corre como un gamo. Se le ve feliz pese a estar postrado en la cama de un hospital gallego y tener la cara como un mapa por dejarse caer desde un segundo piso huyendo de sus verdugos. Le alienta estar vivo y no tener que ser esclavo de nadie. Ya no tendrá que pedir limosna por las esquinas, compartir un piso con 35 personas más ni comer lo que pesca en los contenedores de la basura. Hoy es un testigo protegido porque le echó bemoles y buscó auxilio en la policía después de pasar los últimos tres años a las órdenes de una red de explotación de personas que le obligaba bajo amenazas de muerte a mendigar por las calles de A Coruña. Hasta que huyó y su testimonio sirvió para cerrar una investigación de meses que concluyó esta semana la Brigada de Extranjería de la Guardia Civil con la detención de los tres supuestos responsables de la red mafiosa. «Todo el dinero que conseguía, todo, se lo tenía que entregar a ellos».
Este hombre -por ser testigo protegido no se desvela su nombre, edad y, mucho menos, dónde está ingresado- llegó a Galicia hace tres años junto a otros quince compatriotas rumanos. En una furgoneta conducida por una mujer. Se subió a ella porque le prometieron que en el destino disfrutaría de una vida de ensueño. Lo engatusaron con un buen trabajo que le daría para vivir cómodamente a él y a toda su familia. Además, tendría una habitación en un piso céntrico y siempre un rico plato a la mesa. Nada más poner un pie en A Coruña le abrieron los ojos. Vio cómo el hombre que lo esclavizó todos estos años le pagaba a la conductora con una baraja de billetes. Y a él lo dejaron sin blanca.
Privado de documentación
«Primero me quitaron la documentación y me dijeron que me la devolverían cuando tuviera dinero para pagarles el billete, el piso y la manutención», cuenta. El caso es que a día de hoy, tres años después de aquello, no solo no le han devuelto nada, sino que prometieron matarlo. Por abrir la boca. Pero a este rumano fortachón no parece que se la vaya a cerrar nadie. Ya se lo ha contado todo a la policía y a la fiscal. Y no pide nada a cambio. Solo que lo cuiden «de los malos y mafiosos».
El primer día, según desvela, lo metieron en un piso que tuvo que compartir con otras 35 personas en las mismas circunstancias. Y a pesar de tanto ser humano, en la vivienda no había una sola cama. Dormían en el suelo. Algunos, los más mansos, tenían la suerte de reposar en un colchón que habían recogido de la basura.
Esa misma noche, le dejaron claro que ese «gran trabajo» que le iba a cambiar la vida consistiría en pedir limosna. Así de sencillo, así de infame. Por las mañanas, a eso de las nueve, una furgoneta los recogería a él y al resto en el piso y los distribuirían por las esquinas y supermercados de la ciudad. Luego, al caer la noche, los recogerían de nuevo. Y así, todos los días. Sin descanso, sin un día de asueto. Y lo peor es que toda moneda que cayera en sus manos rodaría sin remisión al bolsillo de los responsables de la red. Les sacaban hasta el brillo de las monedas. Ni un uno por ciento para el que se pasaba de sol a sol a la puerta de la iglesia.
Ya por la noche y de vuelta a la casa, los encerraban con llave. «No podíamos salir. Se nos tenía prohibido salir a la calle si no era con ellos y para mendigar», recuerda desde su cama del hospital con las piernas enyesadas hasta la ingle.
¿Y qué les daban de comer? «Nada». La dieta se la tenían que buscar ellos en los contenedores. «O pedir a las señoras que nos compraran un bocadillo. Muchas nos decían que dinero no nos daban, pero sí algo de comer. Gracias a eso nos alimentábamos», confiesa.
Aquello era tormentoso. Tanto, que se decidió a contarlo en comisaría. Jugándose la vida. Pero es que llegó un momento que, según dice, le daba igual que lo mataran. «No podía seguir así» confiesa.
Los captores se enteraron del desplante. Lo llamaron por teléfono al piso y le dijeron que dos coches iban a por él. El hombre siempre se refiere a dos coches cuando habla de matones. Pues así aparecían cuando había que cerrarle la boca a alguien o amenazar a uno que «se iba de listo». Cuando vio que llegaban los coches a la calle, no se lo pensó. Abrió la ventana y se dejó caer.
La escena la titula así: «Me rompí las piernas al saltar de un segundo piso porque me mataban». Fue como se libró de una paliza o de algo más.
Este viernes fue de nuevo intervenido y la operación salió bien. A ver cómo le sale ahora su futuro. Tiene miedo de que se enteren de dónde está. Porque está convencido de algo: «Me quieren ver muerto».
Mientras, la Policía no da por finalizada la investigación. Fuentes próximas a las pesquisas aseguraron que la operación puede ir más allá de las fronteras de A Coruña: «No se descarta que alguna ramificación esté también actuando por otras capitales», indicaron. De hecho, aseguran que la banda estaba muy bien jerarquizada, con los cabezas visibles bien definidos. No se descartan más detenciones. Sobre el estado de las personas que estaban «retenidas», se les está buscando una salida, aunque desde el primer día todos fueron atendidos y llevados a distintas instituciones.