Embarcado hacia Buenos Aires a los 13 años, el taboadense Javier Vázquez Iglesias llegó a ser un potentado magnate de la automoción y presidente del Centro Gallego de Buenos Aires
17 nov 2013 . Actualizado a las 17:51 h.Vigo, 1912. Un niño de tierna edad entra en una armería próxima al puerto. Se dirige al mostrador y le pide al dependiente un revólver que acaba de ver expuesto en el escaparate y cinco balas de repuesto. Atónito, la primera reacción de este es negarse, pero el pequeño es perseverante. Hay algo en su mirada. Fuego en los ojos, una determinación, un destino. «La compré con toda la seriedad de mis pantalones cortos», declararía muchos años después un Javier Vázquez Iglesias ya adulto. Pero retrocedamos. En aquel entonces iba a emprender un largo viaje y no estaba dispuesto a hacerlo indefenso. Había nacido en Taboada (Lugo) en 1899, donde transcurrió su infancia hasta la edad de 13 años. Viéndole sus padres inteligente y resuelto, y ante la situación de precariedad por la que atravesaba la familia, decidieron que la mejor salida para el pequeño Javier era la emigración.
La idea de hacer la Américas, popularizada por las compañías navieras, gozaba de una gran aceptación en la Galicia rural de principios del siglo XX. Los habitantes de las vilas y aldeas presenciaban con admiración y cierta envidia como algunos de sus vecinos retornaban de alén mar convertidos en indianos ricos, levantaban ante sus narices ostentosas mansiones y realizaban numerosas obras sociales con las que afianzaban su imagen y popularidad. Siguiendo uno de los itinerarios habituales Vázquez Iglesias se embarcó en el puerto de Vigo, en un mercante con destino a Buenos Aires.. Al ver como su barco, de nombre Anglo, se adentraba en el mar, cuenta que le vino a la mente la imagen de su madre: «Su sombra tutelaba mis pasos. Su saudade fue el timón para mis esfuerzos».
Un mes en barco
El largo viaje por mar y sus muchas incomodidades se veían agravados por la falta de alicientes para quien tenía pocos recursos. «Fueron treinta y tres días con muchos sueños y pocas pesetas el bolsillo», recordaba el empresario. Antes de llegar a Río de Janeiro sufrieron un accidente de navegación que motivó una llamada de auxilio, pero ni estas ni otras dificultades pudieron enturbiar sus esperanzas, ilusionado con las oportunidades que le ofrecería el nuevo continente. Una vez en Buenos Aires consiguió su primer trabajo en un negocio situado en la calle Juncal y Salguero, en el que le pagaron su primer sueldo, de 15 pesos mensuales: «Los que más me costaron ganar y los que recibí con más alegría».
A esta actividad le siguieron múltiples ocupaciones en las que el joven emigrante progresaba rápidamente. A los 18 años era ya gerente de una sucursal dedicada a la vendimia, tal vez, según sus palabras, «el gerente más joven de aquella época». Estas experiencias fueron puliendo a Vázquez Iglesias, otorgándole capacidad de observación, seguridad en la toma de decisiones y confianza en sí mismo, cualidades que le llevarían a convertirse en propietario de una importante empresa metalúrgica especializada en la fabricación de materiales para automóviles.
Creciendo pese a la guerra
En efecto, en 1928 fundó la compañía Javier Vázquez Iglesias S.A., que en sus inicios se dedicaba a la venta de naftas, lubricantes y al servicio y mantenimiento de autobuses. Pero mantener el liderazgo no resultó fácil para una actividad que dependía en gran medida de las relaciones internacionales, al tener que afrontar primero las dificultades derivadas de la Segunda Guerra Mundial y, al finalizar esta, las trabas derivadas de la alternancia de sistemas económicos proteccionistas y de libre mercado en su propio país.
Pero siguió creciendo. A principios de los años 50 las diversas plantas de su empresa ocupaban 80.000 metros cuadrados. En estas instalaciones se fabricaban ruedas para todo tipo de vehículos, materiales de fricción, cintas de frenado, bloques, forros de embrague y juegos para usos industriales, además semirremolques y ruedas para el ferrocarril. Todo funcionaba gracias a la acción coordinada de 230 obreros y un equipo de 50 administrativos.
Hasta Estados Unidos
Lejos de limitar su actividad a este sector, Vázquez Iglesias también dirigía la Compañía de Seguros S.U.R, proyectaba la creación de una fábrica de bujías y tenía planes para extender sus negocios a Estados Unidos. Con el fin de afianzar su capacidad de liderazgo, pero también imbuido del amor por Galicia que siempre le caracterizó, el siguiente paso de Vázquez Iglesias fue tomar parte en el principal órgano político de la emigración. Con determinación que le caracterizaba se presentó a las elecciones del Centro Gallego en 1950 y, por supuesto, ganó. El galeguista Bieito Cupeiro calificaría su mandato como «uno de los más fructíferos de la entidad».
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