«Baby boom» en Ribeira de Piquín

Jorge Casanova
Jorge Casanova RIBEIRA DE PIQUÍN / LA VOZ

GALICIA

Álex y su hermana Iris posan con su madre y su abuelo en la aldea de Piquín.
Álex y su hermana Iris posan con su madre y su abuelo en la aldea de Piquín.

El 2013 trajo tres bebés a un lugar donde no suele nacer ninguno

06 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hugo tiene siete meses y unos ojos más bonitos que el arrebatador paisaje que se ve por su ventana. No le cuesta nada sonreír ni enviarle unos buenos manotazos al sufrido teclado que descansa en su regazo mientras mira a su bisabuela que miga la leche en el mesado de la cocina. Hugo es el rey de la casa y uno de los príncipes de su concello, donde el pasado septiembre ya no abrió el colegio, inviable para lo cinco niños que acudían.

«Para el concello ha sido un golpe duro -admite el alcalde, Sabino Díaz-, pero, como sigan las cosas así, igual tienen que volver a abrirlo». ¿Lo dice en serio? La verdad es que él mismo predica con el ejemplo, ya que es el padre de Martín, uno de los tres chavales que nacieron el año pasado en el municipio, donde normalmente no nace ninguno. Veremos si no tiene que llamar a la puerta de Educación porque este año, si todo va bien, nacerán otros dos, uno de ellos en casa de Hugo, que cederá su corona a cambio de un tesoro mayor: alguien de su edad con quien compartir la infancia.

«El primero fue buscado, el segundo, más bien una propina», admite Felipe, el padre de Hugo. Tiene 27 años, y su mujer, la madre, 23. Ambos viven en Ouviaña, una aldea donde sostienen una explotación de 15 vacas de las que viven toda la familia, seis en total.

-¿Nunca pensó en marchar?

-E ¿para onde? A verdade é que non hai moito para onde ir.

Responde Sandra que, cuando iba al colegio, apenas eran 30 alumnos. Sus amigas ya no eran muchas, pero se marcharon todas. Ella dice que se queda «mentres se poida». Hugo se ríe; aún no sabe nada de los Reyes Magos, ni que su mejor regalo está creciendo en el vientre de su madre.

Álex e Iris

A unos 15 kilómetros montaña abajo vive Álex, que solo tiene cinco meses y, hasta la fecha, es el más joven vecino del municipio. Parece estar en la gloria mientras su abuela lo pasea en el carro por el desierto salón del bar que regenta el abuelo. El cuadro lo completa Iris, la hermana de Álex, que tiene 4 años y que le pidió a los Reyes «los regalos que quieran». La niña, cuenta su madre, es un solete. Con sus cuatro años no tiene consola ni acceso a Internet, pero conoce su entorno perfectamente porque lo que más le gusta es estar fuera de casa. Ahora está empezando a disfrutar de Álex. Son los dos únicos niños de Piquín, la pequeña y coqueta parroquia en la que viven.

Camino de vuelta

El padre también trabaja en una explotación láctea de unas treinta vacas; la madre, en una clínica veterinaria de la cercana población de Meira. Y no, aquí tampoco se planteó nunca la emigración, entre otras cosas porque Susana, la madre de Álex e Iris, nació en Barcelona, donde habían ido a buscarse la vida. Cuando regresaron a Piquín, Susana tenía 14 años: «Nunca pensé en emigrar, quizás porque encontré un trabajo cerquita de casa. Tengo lo que quiero», explica sonriendo. El abuelo no está tan contento. Dice que si fuera hoy, no volvería de Barcelona a hacerse una casa allí y se queja de la poca sensibilidad por parte de las Administraciones a gestos como el suyo: «Lo menos que podían hacer es no cobrar impuestos a los que estamos en las aldeas». En cualquier caso, la buena experiencia que fue para sus padres tener y criar a Iris trajo consigo a Álex y contribuyó al pequeño milagro demográfico que vive Ribeira de Piquín, un concello de apenas 600 habitantes donde prácticamente la mitad ya están jubilados.

«¿Pañales? No, no. Ni leche sustitutiva, ni nada de eso. Tengo unidades por si hay una urgencia porque de otra manera es un producto que caduca antes de que se pueda vender», admite la farmacéutica del pueblo. No se le puede reprochar. En uno de los bares del pueblo, sacada a relucir la cuestión demográfica, el problema ya no es cómo conseguir que nazcan más niños, sino cómo atender a la ingente cantidad de mayores que forman el vector más numeroso de la población. Tal vez el colegio cerrado pudiera convertirse en una alternativa para atender a los jubilados, muchos de los cuales viven ya solos y precisan de la ayuda a domicilio.