«Mi vida es estar aquí tirado»

A. Martínez / marta clavero VIGO / LA VOZ

GALICIA

Oscar Vazquez

Un ciego acoge en su habitación a un antiguo preso sin recursos

28 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Acceder a una vivienda es difícil para personas sin recursos, desahuciados o jóvenes que buscan independizarse, pero aún se hace más cuesta arriba si quien busca un techo es un expresidiario tras una larga temporada entre rejas. La Constitución garantiza el derecho a un lugar digno donde vivir, pero para José Luis Rivero Cerviño, apodado Basilio, de 61 años, el artículo 47 de la Carta Magna es papel mojado. Durante dos años vivió en un recoveco bajo un puente en Vigo. Pasaba frío, hambre y la humedad se le metía en los huesos. Hace seis meses un amigo invidente que conoció en la cárcel le cedió un espacio en su habitación dentro de una infravivienda cercana adonde él vivía al raso y donde también reside una octogenaria.

Basilio duerme ahora bajo techo, aunque en el suelo, a los pies de la cama de su amigo. Unos cartones le sirven de colchón. Ya no pasa frío porque tiene muchas mantas. Su nuevo hogar está reñido con todo lo que tenga que ver con el lujo y las comodidades, pero por lo menos no se moja cuando llueve ni le vuelan los cartones.

«Mi vida es estar aquí tirado todo el tiempo», asegura. Le gustaría irse a otra parte. «Ando loco buscando otro sitio», comenta. Pero por el momento es lo que tiene. No se puede pagar una habitación en otra parte, ni mucho menos alquilar un piso. Dice que al salir de la cárcel descubrió que una hermana había vendido la casa «por cuatro perras» y se quedó en la calle.

De su renta social de 367 euros mensuales, reconoce que más de la mitad se le van en pagar deudas antiguas. El resto no le alcanza ni para comer. «De vez en cuando voy al súper a robar; si no tengo para comer, cuando no me ven meto algo aquí sin que nadie me vea, un quesito, o un choricito», confiesa. Sus ingresos mensuales los complementa con alguna limosna. Salvo esos pequeños hurtos en el supermercado, dice que no ha vuelto a delinquir. Su vida de delincuente la purgó en la cárcel, donde pasó 25 años. Meterse en el mundo de la droga tuvo parte de la culpa, y también las malas compañías.

La primera vez que estuvo en el calabozo fue por un hurto en una librería. Del antiguo penal de la avenida de Madrid se enorgullece al decir: «Fui su fundador». También conoce las cárceles de Burgos, Ourense y Lugo.

Las paredes de su habitación están sucias y llenas de humedades. El frío se cuela por unas ventanas deshechas. No tiene agua caliente para lavarse. Aun así prefiere la libertad que disfruta ahora que volver a prisión. «Estoy contentísimo, no me meto con nadie ni nadie es capaz de meterse conmigo. Soy feliz», asegura.