Hace 25 años el agricultor Paulino Fernández enloqueció y mató a siete vecinos de Chantada y Taboada, donde aún se sufre por la tragedia
11 mar 2014 . Actualizado a las 10:01 h.El musgo quiere tapar la ceniza, pero no lo consigue de todo. Bajo la humedad, a las últimas vigas de lo que fue la casa de Paulino Fernández Vázquez todavía se les ve el hollín del incendio en el que terminó el peor crimen múltiple de los últimos tiempos en Galicia. Esos maderos quemados, tres de los cuatro muros del antiguo pajar y el solar vacío que ocupaba la vivienda, son lo último que queda del lugar en el que aquel agricultor enloquecido puso fin a una tarde de furia sin sentido. De aquello hace veinticinco años, pero en las aldeas de Chantada y Taboada en las que ocurrió aquello la mayoría guardan silencio. Como si les asustase recordar aquel día que perdieron a ocho vecinos, las siete víctimas y su verdugo.
«Teñen que entender que non queira remover outra vez todo aquilo». Lo decía ayer José Gamallo, a la puerta de su casa en Surribas, a escasos tres metros del solar de su antiguo vecino Paulino Fernández. Vivían puerta con puerta y por eso le tocó ser la primera víctima. Él no quiere recordarlo, pero las crónicas de la época cuentan que eran alrededor de las tres y cuarto de la tarde del 9 de marzo de 1989 cuando su vecino se fue a por él y lo atacó con un cuchillo. Los gritos de Gamallo alertaron a un grupo de gente que esperaba en un cruce cercano un autobús que los llevaría a un entierro, así que el agresor escapó. La mayoría de los demás que se cruzaron con él aquella tarde no tendrían tanta suerte.
Armado con un hacha y un cuchillo, Paulino Fernández echó a andar por Surribas, continuó hacia la aldea de Quinzán da Vila, todavía en la parroquia chantadina de Adá, y llegaría a Quinzán do Carballo, ya en el vecino municipio de Taboada.
Trece heridos
Por el camino mató a Aurora Sanmartín Ledo, Celsa Sanmartín Ledo, José Lago García, Maximino Saa Vázquez, Emilio Ramos Blanco y Avelina Moure Soengas, todos de entre 59 y 72 años. También atacó a Amadora Vázquez Pereira, de 43 años, que moriría días después en el hospital. Otras trece personas resultaron heridas a cuchilladas, hachazos o golpes.
Poco más de una hora después de que José Gamallo escapase y llamase por teléfono a la Guardia Civil, Paulino Fernández había vuelto a su casa. Abrió la cuadra para que saliesen las vacas, lo roció todo con gasolina y prendió fuego. Su hermano Marcelino había venido de Chantada al enterarse de que algo grave pasaba en Surribas. No supo lo que había sido hasta que llegó a la aldea y vio los cadáveres diseminados por caminos y prados, algunos tapados con mantas, otros ni eso. Conmocionado, se puso a buscar a Paulino de forma frenética.
Rescató a la mujer
Cuando vio que ardía la casa, entró jugándose la vida. No le dio tiempo más que a rescatar a su cuñada, postrada en una silla de ruedas. Cuando las llamas se apagaron, la Guardia civil encontró el cuerpo carbonizado del homicida en lo que quedaba de su habitación, tumbado sobre la cama.
Sandra Calviño tenía 11 años y su tía abuela era Avelina Moure, una de las víctimas mortales. Recuerda el coche de su familia lleno de sangre de los heridos, las ambulancias, los coches de la Guardia Civil, los vecinos con aperos de labranza para defenderse... «Pasei moito medo, e aínda hoxe o medo non marchou de todo», reconoce. Sigue sin atreverse a ir sola a algunos de los escenarios de aquella tragedia. Pero al contrario que la mayoría de sus vecinos, ella no tiene reparos en contar lo que recuerda. «Nin sequera o falamos moito entre nós -dice-, supoño que por respecto ás familias dos que morreron».