Mário Soares: «Fraga me aseguró que Franco, como gallego, no atacaría a Portugal»
INTERNACIONAL
La figura más reconocida de la política portuguesa confiesa que temió que España minase la revolución. El expresidente de Portugal desvela por primera vez cómo incluso EE.UU. pidió a Franco que encubriese una operación de los marines contra los comunistas lusos
20 abr 2014 . Actualizado a las 20:36 h.Es, a juicio de la inmensa mayoría de los portugueses, la figura política clave del país en las últimas décadas. A sus casi noventa años, Mário Soares vierte con asiduidad las críticas más duras que reciben el Gobierno y el presidente de la República, porque él, como medio Portugal, clama por la reedición del espíritu de la Revolución de Abril, del que ahora desvela que temió fuese atacado en 1974 por el languideciente pero todavía intransigente franquismo.
-¿Cierra los ojos y qué le viene a la cabeza de aquellos días de claveles y revolución?
-Yo llevaba exiliado cuatro años en Francia. Allí, en Alemania e Inglaterra conocí a muchos dirigentes a favor de la independencia de las colonias como yo. Me hice amigo de varios de aquellos políticos africanos y por eso lo primero que tenía en mente cuando volví a Portugal era la descolonización, después, naturalmente, la democracia, y luego el desarrollo económico. Pero la primera cuestión era la descolonización, porque en la guerra estaban muriendo muchos portugueses y africanos sin sentido ninguno. El 25 de abril fue hecho exclusivamente por los militares, a ellos se debe todo, pero no bastaba con dar a las colonias unas cuantas cositas, como pensaba Spínola para dejar todo igual en el plano político.
-Con los ojos abiertos al Portugal del hoy, 40 años después, ¿qué ve?
-Veo la desgracia que estamos viviendo desde hace tres años con este Gobierno (coalición conservadora de PSD y CDS). Han destruido todo, la Constitución, el estado social, el pluralismo sindical y el trabajo que inteligentemente los militares entregaron con su Revolución a los civiles, y con el que fui el primer ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno provisional para negociar con toda la sociedad y para conversar en muchos países y explicar lo que estábamos haciendo en Portugal.
-¿Lo hizo también con Franco?
-No, con él no. Quien me hizo comprender todo lo que pasaba en España fue Adolfo Suárez, pero antes con quien primero establecí contacto fue con un gallego. Un día me encontré por casualidad en Londres con mi amigo Fernando Morán (después ministro de Asuntos Exteriores). Me explicó que era el número dos de la embajada de España, y yo le pregunté ¿y quién es el número uno? «Fraga Iribarne», me respondió. «¿Tu no serías capaz de decirle a Fraga, al que no conozco, si querría hablar conmigo?», pedí a Morán. Al día siguiente me dijo: «No solo quiere verte inmediatamente, sino que quiere comer contigo».
-¿Qué se dijeron un ministro de la Revolución y un embajador de Franco?
-Una de las cosas que destruyó la I República portuguesa fueron las incursiones monárquicas hechas desde España. Hubo tres y todas vinieron más o menos desde Galicia. Yo no quería que esa historia se repitiese y por eso fui a comer con Fraga con mucho gusto y esa preocupación. Le pregunté: «¿Qué va a hacer Franco respecto a Portugal?». «Ya he hablado con Franco, soy muy amigo suyo», me respondió. «Y entonces, ¿qué cree que va a pasar?», insistí. «Franco es gallego y como gallego tiene un gran respeto por Portugal, luego él nunca hará nada contra Portugal». «¿Tiene certeza de eso? ¿No se irá a repetir lo de las incursiones españolas?», le pregunté. «Tenga la certeza de que no, porque yo hablo con él y soy amigo de él», volvió a decirme. «¿Y qué es lo que él piensa de lo que está ocurriendo en Portugal?», añadí. «Como gallego, Franco piensa que Portugal es Portugal y debe de ser respetado y por tanto no debe preocuparse de eso», me aseguró.
-¿Y se quedó tranquilo con esa interpretación de Franco?
-Francamente no quedé muy convencido, pero sí un poco aliviado.
-¿Volvió a tener alguna garantía de la no intervención española?
-Más tarde supe, por documentos americanos desclasificados, que Gerald Ford y Kissinger fueron a hablar con Franco, cuando él ya estaba enfermo, para pedirle que dejara entrar a los marines en Portugal para actuar contra los comunistas, porque creían que los comunistas iban a ganar. En esos documentos es lo que se dice, que querían entrar en Portugal, y eso hubiera sido el fin de esto y una estupidez enorme porque así hubiéramos perdido todos.
-Ese posible vuelco de la historia es desconocido.
-Pues sí. Franco les respondió: «Yo soy gallego y no acepto que Portugal no sea lo que quiera ser», eso es lo que está escrito en los documentos, y a su vez fue lo que me había transmitido Fraga. «Yo no autorizo que los marines pasen para actuar contra Portugal», fue lo que dijo Franco. Fue fabuloso. Lo he contado alguna vez en círculos pequeños, pero hasta hoy nunca en grande como con usted ahora.
-Para usted resultaría entonces inolvidable su cita con Fraga.
-Desde aquella nos hicimos amigos, sí. Le voy a contar otra historia. Una vez me invitó a ir a Galicia y estuve cinco o seis días invitado por Fraga ya como presidente de la República. Fraga empezó a enseñarme punto por punto Galicia, pero empezó por preguntarme: «¿usted prefiere comer cosas chik, o lo que yo creo que es lo mejor?». «Lo mejor, como es evidente», le dije. Entonces fuimos hasta las tabernas a comer, a comer y a comer, hasta tal punto que mi ayudante de campo quedó incapaz de funcionar, porque comió tanto, tanto, ¡jajaja!... que se puso muy malo, de verdad. Luego le invité yo a venir a Lisboa. Hablé con el jefe del mejor restaurante de entonces y le dije que trajera lo mejor, en langostas, en vinos, en carne, en pescados: «ponga todo ahí porque mi invitado es buen comedor, le gusta comer y come mucho». Y así fue, Fraga comió lo máximo que podía. Y yo al final le dije: «Fraga, ha de reconocer que aquí en Portugal se come muy bien también. ¿Lo reconoce, o no?». Y él respondió una cosa terrible: «Sí, es verdad, sobre todo cuando el restaurante es de un gallego como este». Yo no lo sabía y él sí, ¡jajaja!.