Ramón Ribeiro sobrevivió en 1964 al ametrallamiento del «Sierra Aránzazu»por lanchas anticastristas apoyadas por la CIA. Cree que fueron a Cuba «vendidos»
28 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.Eran las ocho menos diez del domingo 13 de septiembre de 1964 y Ramón Ribeiro Caamaño, engrasador de 17 años, se disponía a entrar de guardia en la máquina del Sierra Aránzazu, mercante de 1.600 toneladas, que navegaba cerca ya de su destino en Cuba. La marinería soportaba el calor tropical cantando y boxeando en la popa del buque de la Marítima de Norte, cuando apareció una lancha rápida para inspeccionar con un foco la matrícula del buque español. Tras desaparecer, a los diez minutos otras dos lanchas rápidas a babor y estribor iluminaban y disparaban al carguero con ametralladoras pesadas, calibre 50, y cañones ligeros. El resultado, tres muertos (el capitán y dos oficiales), ocho heridos y el buque en llamas.
El ataque, descrito al principio en la prensa española como piratería en el Caribe, nada tenía que ver con un asalto o «botín» navideño (42.000 kilos de muñecas, coñac, jamones, almendras, jaulas para gallinas, arados, material de construcción...) con destino Santiago de Cuba. Comandos anticastristas que actuaban con lanchas, apoyados por la CIA desde bases en Nicaragua, República Dominicana y Costa Rica con un buque nodriza (el Santa María) llevaban a cabo sabotajes -la primera portada de La Voz sobre el suceso incluye también un ataque a un buque ruso- y operaciones encubiertas con la intención de acosar y derribar el régimen de Fidel Castro, quien parecía consolidarse tras superar el desembarco de Bahía Cochinos y la crisis de los misiles, para desesperación del exilio en Miami y del Gobierno estadounidense.
El atentado, silenciado por una prensa estadounidense centrada en la lucha electoral entre Lyndon Johnson y Barry Goldwater, trató de camuflarse como una confusión del Sierra Aránzazu con el carguero cubano Sierra Maestra (de mayor porte y que, tras cruzar el canal de Panamá, navegaba hacia China con diez mil toneladas de azúcar), sigue teniendo claves oscuras pero Ramón cree que fue premeditado. «Foi un ataque asasino, non pirata, e os gobernos, incluido o de Franco, sabían o que pasaba». Ramón, con lágrimas en los ojos, recuerda: «O cociñeiro vasco, duns 150 kilos, tirouse na cuberta mentras as ráfagas se dirixían primeiro á máquina, alcanzando o depósito de combustible para incendiar todo, e barrendo a ponte».
«O capitán, Pedro Ibargurengoitia, xa co peito e o estómago abertos, mandou abandonar o barco, que podía explotar». A Ramón, junto con el tercer maquinista, José Vaquero, le tocó el heroísmo de arriar uno de los botes salvavidas, el que no había sido inutilizado por las balas. Los anticastristas interrumpían el ametrallamiento pero alcanzaron a Vaquero, que se arrojó sobre el joven Moncho de O Pindo, para protegerlo. Herido de muerte, tardó varias horas en fallecer, pero el benjamín del barco «solo» recibió metralla en los pies.
De susto en susto, y tiburones
El segundo oficial de puente, el vigués Javier Cabello, moriría al poco de embarcar la veintena de tripulantes (entre los que había más gallegos como Manuel Caamaño, Ramón González, José Castro Vilas, Antonio Ferreiros, Jesús Seoane...) en el bote pensado para 12 hombres. «Fixeramoslle un torniquete, tiña un brazo colgando e desangrouse, e o capitán agonizaba e tamén morreu ao cabo dunha hora, logo de ordear o racionamento dos víveres e auga que tiñamos».
Los tiburones rodearon el bote durante las horas de la noche que tardaron en ser rescatados. «Entre os mortos e os feridos, había moito sangue, e o bote facía auga polos buratos dos disparos que tapabamos cos dedos ou con calquer material. Había medo a morrer e, contra a mañá, ao aparecer outro avión, pensamos que nos ían atacar de novo... todo o mundo se puxo a berrar e cantar a Salve mariñeira. Soltou un paquete con medicamentos e víveres e mandou sinais de tranquilidade».
El avión estadounidense y con base en Guantánamo avisó para el rescate al mercante holandés Thulin, que navegaba en la zona y ya había visto antes al Aránzazu en llamas por el gasóleo, las muñecas y las 4.000 cajas de coñac. «Despois do mal, estamos safos», respiraron. Los trataron muy bien a bordo pero todavía habría un susto más: aparecieron tres lanchas torpederas cubanas cuyos oficiales subieron al Thulin con la orden de llevar a los españoles a Cuba. Sin embargo, el capitán holandés los reunió, dándoles a elegir. Prefirieron ir a Guantánamo para ser repatriados vía Puerto Rico.