Javier Gomá: «La estructura y la selección de los líderes de los grandes partidos deben ser revisadas»

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

GALICIA

BENITO ORDOÑEZ

El autor de la «Tetralogía de la ejemplaridad» sostiene que la corrupción española es un problema de educación colectiva

28 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

El filósofo y ensayista Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) clausura hoy en Santiago el curso Ética pública y medios para prevenir la corrupción, organizado por la Escola Galega de Administración Pública (EGAP) y la Fundación Santiago Rey Fernández-Latorre. Autor de una monumental Tetralogía de la ejemplaridad, obra en cuatro tomos aclamada por la crítica y a la que ha dedicado los últimos diez años de su vida, el también director de la Fundación Juan March defiende un cambio en las estructuras de los grandes partidos tradicionales. «Si alguna lección ha dejado la crisis, es la de que la estructura de los partidos tiene que revisarse. Sobre todo, la de los partidos políticos grandes, con estructuras cerradas, burocráticos, con inmuebles y personal administrativo en cada una de las provincias y procesos torpes de selección de líderes. Todo eso tiene que ser revisado. De la crisis ha salido ese anhelo, que deberá ser satisfecho a medio plazo», sostiene Gomá.

-¿Vivimos en España una época especialmente corrupta, o se trata de que ahora somos más intolerantes ante la corrupción?

-La corrupción es siempre la misma, y por eso tiene menos interés filosófico. En el inicio de Ana Karerina se dice que todos los matrimonios felices son iguales y cada uno es desgraciado a su manera. Yo diría que todas las corrupciones son iguales. La corrupción es vulgar reiterativa, previsible. Lo único distinto, innovador, sorprendente e imprevisible es la revolución que representa un comportamiento ejemplar.

-¿Pero hay una corrupción genuinamente española?

-Creo que a veces nos fijamos mucho en la corrupción española, de la genética hispánica, ibérica o mediterránea, frente a los países anglosajones. En España, un famoso sindicalista se acerca con una bolsa de plástico a un banco a ingresar un millón y medio de euros de procedencia oscura y nos llevamos las manos a la cabeza, por supuesto. Pero hace una semana, nos enteramos de que se ha impuesto una sanción de 3.500 millones de euros a unas entidades financieras anglosajonas que habían pactado el tipo de cambio. La corrupción española tiene algo de zafio, pero la anglosajona, que muchas veces es el espejo del civismo y la modernidad, será de guante blanco, pero es infinitamente peor. Sutil, refinada, pero de unas consecuencias devastadoras. Un sistema financiero cuyas cúpulas están corruptas y distorsionan la libre competencia y el mercado.

-¿Cuál es el origen de esa corrupción zafia a la española y de su explosión en este momento?

-La corrupción española tiene algo que ver con unos problemas de educación colectiva. Mientras otros países como Francia, Inglaterra o Estados Unidos han tenido una educación de dos o tres siglos para la libertad, en España la clase media que funda la modernidad y establece un puente entre clase privilegiada y trabajadora y que quiere propiedad y libertad, como decía Locke, no llega hasta 1975. En los 80, hubo ebriedad de libertad sin demasiada educación para ella. En los 90, nos llueve el dinero de la Unión Europea, que no es resultado de la virtud del trabajo. Nos viene sin trabajar suficiente para merecer esas cantidades. Libertad y dinero producen un prototipo vigente en los 90 del nuevo rico. Una persona que, teniendo dinero y libertad, no tiene buen gusto. Una vulgaridad que se traslada de lo social a lo político con comportamientos indecentes.

-¿Los políticos españoles de hoy son peores que los de antes?

-La Transición es un triunfo tardío, pero extraordinario, que convocó a algunas de las mejores inteligencias de la época. Y en contraste con ella, los políticos de ahora salen bastante perjudicados. Pero quizá no es justo comparar la épica de la Transición y la lírica de los 80 con la prosa del siglo XXI. Y, a veces, la política tiene que ser prosa.

-En su obra sobre la ejemplaridad sostiene usted que una persona solo llega a ser ejemplar cuando resuelve la doble especialización de fundar una casa y elegir un oficio. ¿Debe un político tener un oficio previo antes de ejercer la política?

-Si tuviera que elegir dónde quiero que vayan los mejores talentos de una generación, prefiero que vayan a centros de investigación, universidades, empresas, hospitales, incluso al arte, antes que al Parlamento. Si el talento es escaso, prefiero que la política tenga algo de rutinario y de administración de la normalidad.

-¿Tiene entonces alguna virtud el político profesional?

-No digo que sea el ideal, ni que deba haber una única raza de cuadros, pero tiene al menos la ventaja de que conoce las reglas de juego frente al visionario, que es lo que se le reprocha a Obama. Un desconocimiento que estorba y retrasa la realización de los ideales.

-¿Existe el peligro de que el hartazgo de la corrupción produzca un desapego ciudadano hacia la política?

-Si. Es peligroso. Cuidemos el presente. Las conquistas humanas tienen un carácter absolutamente precario. No hay conquista ni progreso que no sea reversible. No hay una fatalidad positiva del progreso. El progreso ha respondido al esfuerzo colectivo y es reversible. En situaciones críticas, la tendencia es que el dolor, la desesperación, la angustia, la indignación, lleve a algunos a la tentación de aniquilar un presente que, sin embargo, es el mejor período de la historia.