Construir puentes en lugar de levantar barreras

Santiago Rey Fernández-Latorre

GALICIA

El presidente y editor de La Voz de Galicia, Santiago Rey Fernández-Latorre, recordó durante su discurso que es hora de ocuparse de los asuntos de los ciudadanos

07 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ha permitirme, señor, que empregue as primeiras palabras en ofrecerlle a miña casa. E en agradecerlle a súa visita, cando aínda teño na memoria aquel feliz día do ano 2003 en que estivo connosco, neste mesmo lugar, sendo príncipe. Hoxe é un honor para La Voz de Galicia coroar cento trinta e tres anos de historia coa súa presenza aquí, referendando tantos anos de servizo, de empeño e tamén de desacougos na construción da Gran Galicia, e na defensa da Grande España.

A súa figura, que hoxe se alza como o símbolo certo da nosa capacidade de superación, proxecta no mundo a mellor imaxe do noso país. A súa altura de miras, a súa determinación, e o seu gusto pola conciliación e o entendemento resumen as mellores armas das que debemos dotarnos para afrontar as batallas que aínda nos quedan por librar.

Esos conceptos que encarna tan singularmente han estado siempre en el ánimo de las grandes personalidades. Y definen también a las instituciones duraderas, enraizadas en la historia y absolutamente decididas a instalarse en el futuro. Quiero incluir entre ellas a La Voz de Galicia, savia de la cultura y la comunicación de nuestro país, y a la Real Academia Española, a cuyo director, Darío Villanueva, honramos hoy con la entrega del Premio Fernández Latorre en su edición cincuenta y siete.

Yo, que a lo largo de más de medio siglo he tenido la fortuna de asistir a la entrega de casi todas las distinciones que hemos concedido, renuevo hoy la emoción de la primera vez. Siento, con el jurado, la satisfacción de reconocer a un gallego de proyección universal, nacido en una tierra que nunca ha reparado en fronteras ni se ha ensimismado, sino que ha salido siempre al mundo a ofrecer su trabajo y su talento.

Trabajo y talento son las cualidades que caracterizan a este erudito de las letras, maestro de filólogos, y, sobre todo, descubridor. Él ha puesto más luz, por ejemplo, sobre el genio creador de gallegos que dejaron su pálpito en la literatura universal, como Emilia Pardo Bazán, Cunqueiro, Valle-Inclán o Dieste. A él se deben relevantes estudios sobre lingüística y a él debemos el impulso del siglo XXI que está experimentando la Real Academia, abierta como nunca a todas las comunidades hispanas y a las nuevas formas de comunicación que ha traído la tecnología. Es un orgullo reconocerle hoy todo su oficio intelectual, y, desde luego, su apuesta innovadora al frente de una institución que el sábado pasado cumplió, absolutamente joven, 301 años.

La innovación, tan altamente valorada por Su Majestad, es la clave del futuro. En La Voz de Galicia ha sido y es nuestra divisa, nuestro ariete, nuestra fuerza. Desde los tiempos de las primeras rotativas, las primeras linotipias, los primeros ordenadores?, hasta ahora mismo en que nos repensamos constantemente. No es nuevo, puesto que hemos tenido siempre como consigna actualizarnos permanentemente para cumplir nuestro compromiso de estar en vanguardia de la comunicación; día a día, generación tras generación.

Es cierto que el periodismo vive hoy su gran encrucijada. No faltan dificultades e incógnitas sobre su evolución. Pero el buen periodismo es y será la herramienta indispensable de la convivencia. El instrumento de la participación y la cohesión social. Me refiero a las empresas y profesionales que se forjan en la búsqueda de la verdad, del conocimiento de la realidad, del servicio a una sociedad madura. Es inimaginable una sociedad libre, civilizada, democrática y dueña de sí misma sin medios de comunicación solventes. Aquellos que ponen por delante la independencia, la serenidad de juicio y las nobles reglas profesionales que hoy están tan gravemente olvidadas.

En La Voz de Galicia sabemos las dificultades que traen consigo estos tiempos de transformación. Pero también sabemos que la pervivencia de una sociedad sana depende de una comunicación sana. Y por tanto, encaramos el futuro con la convicción de que solo el buen trabajo periodístico permanecerá. La fórmula consiste en hacerlo mejor. En evolucionar por delante en las expectativas de la audiencia, respetándola y sirviéndola honestamente, sin necesidad de caer en el recurso fácil de halagar los instintos más primarios. Renovándolo todo, pero manteniendo inamovible el principio fundacional: obedecer únicamente a los intereses legítimos de la sociedad. En esta casa me lo exige nuestro título.

En tantos años que llevo como editor he impulsado siempre el mismo objetivo: abrir las páginas, las cámaras, los micrófonos a la pluralidad, a la deliberación, al pensamiento positivo. Al diálogo. Creo que no es un anhelo caduco. Pero sigo observando que muchos interlocutores sociales no están preocupados en absoluto por hacer este esfuerzo.

Yo coincido con Su Majestad y con todos ustedes en la necesidad imperiosa que tenemos de entendernos. Acabamos de ver cómo nos ha faltado esa voluntad en la comunidad autónoma de Cataluña, cómo nos falta en tantos asuntos que están hoy sobre la mesa. Y hemos comprobado lo fácil que es abrir abismos cuando la lógica nos dice que debemos construir puentes.

Si construyésemos puentes, en lugar de levantar barreras, no asistiríamos desalentados al drama insoportable de los refugiados que huyen de la guerra y encuentran el portazo de Europa. Y aquí, en España, no habríamos permitido que algunos que se llaman políticos confundan la plaza pública con un campo de batalla, y vean al que piensa distinto como el enemigo al que hay que aniquilar. También habríamos desterrado los localismos, esa forma de esterilidad colectiva contra la que nos removemos siempre. Y, desde luego, no echaríamos en falta la acción de los poderes públicos para acabar con los derroches insostenibles de todas las administraciones, tantas veces puestos en evidencia y tantas veces ignorados por sus responsables.

Si construyésemos puentes, no haríamos de esa riqueza universal que son las lenguas -quizá el mayor don que recibimos y que transmitimos- un elemento de desunión, cuando su función es justo la contraria.

En este templo de palabras que es La Voz de Galicia sabemos cual es el valor de las lenguas. Contienen justamente la capacidad de comunicación, la capacidad de entendimiento, que es el rasgo fundamental que distingue a los seres humanos. Por eso es tan necesario extraer de ellas los conceptos positivos. Incidir en el carácter solidario que debe presidir la vida pública. Y aspirar a una sociedad diversa, pero respetuosa. Una sociedad amistosa. Una sociedad donde incluso las divergencias más profundas se traten desde el respeto y el reconocimiento. Porque cuando estos dos conceptos se pierden queda el campo libre y abonado para el desastre.

El respeto y el reconocimiento fueron las bases que nos permitieron construir la democracia, en la que vuestro padre, Majestad, tuvo tanta determinación y tanto acierto. Y aunque en estos días aparecen voces increíblemente desorientadas que quieren demoler aquel logro colectivo, todos los demócratas saben que es en la conciliación donde reside el esplendor. Refrendar la Constitución, hace casi 37 años, fue la mayor inversión en paz y futuro para España. Es cierto que con consenso todo es reformable, pero mientras tanto sigue siendo nuestra mejor garantía de convivencia. Y así debe ser defendida. Porque el respeto a las leyes y a las instituciones es la clave para apreciar el respeto que un pueblo tiene por sí mismo.

Justo ahora que terminan unas refriegas políticas y se exacerban otras, es más necesario que nunca regresar a la cultura del pacto. No es nuevo que lo diga en esta tribuna, porque vengo haciéndolo desde el año 2008. Ni es nuevo contemplar cómo han dejado de practicarla las fuerzas políticas, enrocada cada cual en sus cálculos partidistas.

Y, sin embargo, es preciso que los actores sociales, antiguos y nuevos, piensen en clave social. Es hora de sustituir las fantasías por la realidad y bajar a la calle para ocuparse de los asuntos de los ciudadanos. Los que preocupan a los trabajadores, a los empresarios, a los autónomos, a los desempleados, a los pensionistas. Los que inquietan a los padres, a los jóvenes, a los estudiantes; a las mujeres que tantas trabas encuentran todavía para situarse en pie de igualdad.

Trabajar en favor de todos ellos es la tarea más noble que se puede acometer. En eso deberían concentrarse. Como se concentra, señor, la agenda de la Corona.

Tomamos de Su Majestad el ejemplo de dedicación y servicio, la confianza firme en que todos los obstáculos se pueden remover, y, desde luego, la convicción profunda de que el futuro que le espera a España ha de ser siempre mejor.

Gracias, señor, por acompañarnos en un día que quedará señalado en la historia de La Voz de Galicia. Su presencia aquí me hace recordar otra fecha histórica de esta casa, como fue el 18 de noviembre de 1998, cuando tuvimos con nosotros a vuestro padre, Don Juan Carlos I, también en la entrega de los Premios Fernández Latorre.

Gracias, Darío Villanueva, a quien hoy rendimos reconocimiento por su ingente labor intelectual y por impulsar una nueva etapa de esplendor de la Real Academia Española.

Y gracias a todos ustedes que tienen la deferencia de acompañarnos. Miro a esta sala y vuelvo al principio: veo una nítida representación de la Gran Galicia, de la Gran España. Y viene de nuevo a mi pensamiento una palabra perfecta. La palabra esperanza.

Gracias a todos por compartir estas horas de celebración con nosotros.

Y todo mi respeto, mi ánimo y mi agradecimiento, Majestad.