Rosario espera «con pesimismo» el veredicto y Alfonso «esperanzado»

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

XOÁN A. SOLER

Hoy se cumple el quinto día de deliberación y los acusados aguardan en prisión arropados por sus compañeros el momento de ser llevados a escuchar el fallo

30 oct 2015 . Actualizado a las 09:01 h.

Rosario Porto y Alfonso Basterra, que hoy cumplen 758 días de encierro, tienen ahora un problema. Otro más. Y es la tensa espera. Cuentan en prisión que llevan desde el lunes sin quitarle ojo a la puerta de la celda, aguardando que en cualquier momento entre un funcionario y les diga que se arreglen, que el jurado va a leer por fin el veredicto y un furgón los va a trasladar a los Juzgados de Santiago para que lo escuchen. Mientras ese funcionario no llega, sus vidas en la prisión de Teixeiro son cada vez peores. Están aterrorizados, a remolque de la incertidumbre de lo que se les puede venir encima, de si van a permanecer solo unas horas más, o si ya no saldrán hasta dentro de 18 años.

El abogado de Rosario, Gutiérrez Aranguren, dice al respecto que su clienta es «escéptica» con lo que pueda pasar, que él la intenta animar, pero «es complicado». Las pastillas contra la depresión la alivian, pero cada vez menos. Sus compañeras de módulo, salvo excepciones, «le dan cariño», le dicen que todo va a salir bien, que en el juicio se demostró su inocencia. Pero «continúa baja de ánimo», según fuentes de la penitenciaría. Ni las maniobras de distracción de las otras reclusas logran que Rosario piense en otra cosa que no sea el momento en el que la llamen para escuchar el veredicto.

Desde el penal se cuenta que ya no sabe qué hacer para que la fama, que en estos días solo tiene ojos para ella, le quite la vista de encima. Estos días, más que nunca, se sabe el centro de atención de la cárcel. También «está más arropada por el resto de compañeras», con las que a veces se desahoga. Hace unos días, según trascendió, la madre de Asunta lloraba en público por la cacería que, según sostiene, siguen teniendo montada contra ella los guardia civiles del caso y las acusaciones. En eso coincide con su exmarido, que también les habla a los compañeros del módulo 14 con los que tiene confianza de la «persecución» a la que se vio sometido desde la muerte de su hija. Pero él es «optimista». Confiesa a sus más cercanos que en el juicio se comprobó su inocencia y que no hay una sola prueba contra él. Por eso «tiene esperanza» de que en nada pueda hacer ya la maleta e irse para no volver.

Ahí donde la convivencia la marca la suerte y casi siempre un golpe en la mesa, Rosario y Alfonso ya no están tan mal como cuando entraron. Cuando a ella le llamaban la «diabólica» y le hacían llorar y a él le pegaban. Instituciones Penitenciarias los rodeó siempre de presos de confianza y se ocupó, a veces sin demasiada fortuna, de tenerlos lejos de cualquier peligro.

El director del centro penitenciario, que también compareció en el juicio como testigo de la defensa, recordó que mantuvo «audiencias» con Porto, acompañado en ocasiones por la subdirectora de seguridad y por la psicóloga, en las que se encontró siempre «a una persona hundida, en un llanto continuo». Según relató Carlos García, que Rosario, en las entrevistas, no hacía más que hablar de su hija, de los planes de futuro que tenía con ella y de lo inteligente que era.

El responsable del penal contó además que durante el período de internamiento recibió tratamiento psiquiátrico y explicó que a la reclusa se le cursó un «parte disciplinario» porque en su celda le encontraron medicamentos para la depresión que le daban a diario en la enfermería.

El letrado de Porto explicó después que su patrocinada «no tomó parte de la medicación durante unos días» porque, si bien «inicialmente» fue atendida por los servicios médicos del centro, más tarde se hizo cargo de su salud un psiquiatra ajeno a la cárcel y que le pautó «una modificación de la medicación», por lo que Rosario guardaría las pastillas del «tratamiento anterior» para «entregarlas» a los servicios médicos de la cárcel.

A cualquier recluso que ingresa por primera vez en prisión, las autoridades penitenciarias le aplican el protocolo de prevención de suicidios, medida que se utilizó con Rosario Porto y Alfonso Basterra. Ella permaneció varios meses acompañada por varias internas incluso cuando se levantó el protocolo, mientras que en el caso de su exmarido, «por indicación de los miembros del equipo técnico, se le sigue acompañando en celda». Aún a día de hoy.