
El juicio de Fontiñas reconstruyó en 23 jornadas el relato del último trimestre de una niña «lista» que fue dejando pistas
31 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Menos mal que habló la madrina. Fue al séptimo día, sin resuello ni descanso. En una jornada eterna, el desparpajo de María Isabel Véliz, la mujer que cuidó de Asunta Basterra Porto durante buena parte del mes de agosto del 2013, puso a la niña en el centro del juicio. A la chiquilla «lista» que comía como una lima. A la preadolescente que acudió a sus primeras fiestas de verano. Al espigado cuerpo en pleno desarrollo que echó horas en el mar como si las aguas de Arousa fueran las del Caribe. Esa señora, cuyo testimonio sirvió de apoyo al jurado para sostener que Asunta estaba como un roble y que no tenía ninguna alergia, puso todo el afecto y calidez a sus palabras. «Pasó el verano de su vida», afirmó.
Fue el verano de su muerte. Después del 21 de septiembre, con el cambio de estación, vino el frío. El de un cuerpo al que dos vecinos de Teo no aciertan a ver pasada la medianoche. El de los atestados de la Guardia Civil. El de la crudeza de los informes forenses. La mesa helada sobre la que se practicó la autopsia. Su estómago, sus pulmones y, sobre todo, su pelo liso, que habló incluso después de morir y dejó pistas para encontrar a los asesinos. Todo eso pasó por Fontiñas.
Testimonios que hielan
Pero hubo más glaciaciones sobre los juzgados. Congelada dejó a la sala el testimonio de una profesora de música que contó cómo la aplicada Asunta no daba una con las notas y se caía contra las paredes. Y estremecedor fue el cálculo de una toxicóloga de la Universidade de Santiago, que puso en suspenso, bolígrafo en mano, el cálculo de las dosis de Orfidal que había ingerido aquel sábado y los efectos que causan en el cuerpo humano: ¡Al menos veintisiete! No lo intenten en sus casas.
También hubo ruido. El del ordenador del padre, que apareció y desapareció en la vista sin encontrar explicación a su presencia -en el juicio- ni a su ausencia en el piso durante los registros. O el del colombiano que se casó en Madrid con un traje beis y que nunca pisó Galicia en el 2013. Ni siquiera en el juicio, porque habló a través de un plasma por videoconferencia. Fue el juicio de las nuevas tecnologías y de las redes sociales. De fotos de Facebook con fechas cuestionables, de extraños selfies en el tanatorio, de cámaras que vigilan a deshora y, sobre todo, de wasaps comprometedores. Asunta habló en el juicio a través de alguna amiga, de sus profesoras, del entorno familiar y, por supuesto, por boca de su padre y de su madre. Pero en sus casos no eran verdades, eran coartadas.
El juicio fue mediático hasta el último día. Seguro que podría haberse forzado la entrega del veredicto a última hora del jueves, pero la casualidad eligió la luz de la mañana y el testimonio de las cámaras de televisión en directo. Los tres últimos periodistas que cubrieron la vista en la sala consiguieron salir de los juzgados haciéndose un hueco entre los cables y los micrófonos. Uno de ellos trabaja para un diario británico que ha seguido con mucho interés el caso. De todo lo ocurrido, lo que le parece más curioso es la expectación por un crimen que se coció «en dos o tres calles». Eso es Santiago, amigo. La ciudad que sigue estupefacta ante el desgraciado destino de una niña a la que vio crecer feliz junto a sus padres y que un 5 de julio escribió un mensaje: «Han intentado matarme». Hoy, por fin, sabemos quién.