La cantante de 93 años se someterá a un chequeo general tras apreciarle un estado de «gran cansancio»
12 jul 2012 . Actualizado a las 22:45 h.La cantante Chavela Vargas, de 93 años, ha sido trasladada hoy a un hospital madrileño para realizarle un «chequeo general» tras apreciarle un estado de «gran cansancio» después de su actuación en el homenaje a Lorca que se celebró el pasado martes en la Residencia de Estudiantes, han informado hoy fuentes de su entorno.
La artista ofreció hace un par de días un concierto junto a Martirio y Miguel Poveda en la emblemática residencia, donde se aloja desde hace una semana, en el que hizo, según las mismas fuentes, «un gran esfuerzo». Nueve mil kilómetros en avión, una multitudinaria rueda de prensa y un recital de una hora, pero, sobre todo, 93 años «entre pecho y espalda» han pesado demasiado en la cantante mexicana.
Según han explicado fuentes de su entorno, la artista se encuentra «bien y consciente» pero los médicos han querido hacerle «una revisión general» antes de regresar el próximo domingo, como tiene previsto, a México. Vargas estuvo ayer todo el día descansando, pero sus acompañantes han apreciado hoy que no se recuperaba, por lo que han llamado al SAMUR y, aunque los técnicos no han detectado ninguna patología importante, han decidido trasladarla a un hospital para examinar en profundidad su estado de salud.
La intérprete de La Llorona, de hablar trabajoso y con necesidad «de vez en cuando» de oxígeno, está en silla de ruedas desde que «una mañana» en su casa de México se levantó y los pies «no le respondían», contaba ella misma entre risas en el recital del pasado martes en Madrid. Allí dio muestras de un aguante insólito, escuchando atenta y cómplice a Poveda y a Martirio y cantando sola y con ellos, y su voz fue, cuando tenía que serlo, rotunda a pesar de que era patente su esfuerzo por pronunciar cada palabra.
María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano (Costa Rica, 17 de abril de 1919) llegó el día 1 a Madrid para, por este orden, dar una rueda de prensa -el día 5-, el recital, con los poemas de García Lorca que recita en su último disco, La luna grande, y presentar esta tarde la versión actualizada de sus memorias, Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela.
«Mi nombre es Chavela Vargas y estoy viva. Viva de tanto vivir (...). He vivido todo, todo lo tuve y nada me quedé. Voy a vivir riéndome de la vida el tiempo que me quede sobre la Tierra. Cansada pero en paz», proclama en el primer capítulo. El libro, con anécdotas rigurosamente inciertas que contribuyen a su mito más que al rigor histórico, porque cada vez que recuerda una verdad «la cambia en otra», lo escribió a medias con su amiga, la periodista María Cortina, en el 2009 y ahora, para su edición española (Montesinos), se han incorporado fotografías y dibujos.
Sí cuenta Chavela -«con 'v' y no con 'b', para joder»- que estuvo en el infierno del alcohol durante 20 años empujada por la desesperación que le produjo la muerte de sus grandes amigos, Alvaro Carrillo (1969) y José Alfredo (1973), los que la ayudaban con su poesía y su música a salvar un dolor que siempre la ha acompañado y que nunca la ha doblegado. Sin embargo, «pasa» de explicar, por ejemplo, por qué no estuvo en la celebración de su boda con un íntimo amigo del compositor Carlos Monsiváis, del que no da el nombre, qué razón había para que su padre la «castigara» con una niñez «absurdamente desdichada» y cuál fue el secreto que le dejaron en legado Diego Rivera y Frida Kahlo, «el amor de su vida».
Esta «yegua sin potrero» pregona que ha vivido siempre como le ha dado su «republicana gana», que ha dicho las verdades del barquero, sobria y «borracha» -«el tequila es el mejor invento del hombre», declara-, y que nunca ha escondido su predilección por las mujeres. Poética y onírica, homenajea en su relato vital a su «cuate», su «compañero del alma», Federico García Lorca, el mismo que la ha sacado de su casa de Tepoztlán (Morelos), la ha subido a un avión tras siete años ausente de España y le ha hecho un poco más «livianos» sus 93 años de dolor y rebeldía, de «resbalones» y «tequilones».
Monsiváis decía de Chavela que sabía expresar la desolación de las rancheras con la radical desnudez del blues, y su amigo Enrique Helguera señala en el prólogo de las memorias que si el primero llevo la canción mexicana a lo más alto, «ella la puso boca abajo». Su forma de cantar, potente y desgarrada pero también sofisticada, sensual y tierna, ha atravesado con su androginia los temas de otros -Luz de luna, Sabor a mí, Toda una vida- y ya no han vuelto a ser los mismos, aunque si hay dos que serán por siempre Chavela Vargas son La llorona y Macorina, tanto que a sus guitarristas les llaman «los macorinos».
«Decidí cantar lo menos parecido a los grandes. Me propuse cantar diferente, yo sola, sin mariachi, sola, con mi jorongo, mi pantalón de manta y mi guitarra. Y así fue como canté, desde el alma», relata en el libro. Asegura que «igual» que su amigo José Alfredo, ella presentirá con exactitud el momento de su muerte, y que quiere que sus cenizas sean diseminadas al mar frente a la costa de Veracruz, «por la ruta de Quetzalcoatl y hasta la vereda tropical», y que su velorio sea «una gran fiesta».
«La barca en que me iré lleva una cruz de olvido», cantaba el martes, haciendo que Poveda llorara sin consuelo, esta mujer venida de «un mundo raro» y que habla de la muerte muy a menudo, aunque dependiendo del ánimo, la llame «la Señora Muerte» o «la pinche pelona»: «Al paso que voy me estaré muriendo a los 105 años», desafía. La cantante permanece «estable», según las últimas informaciones conocidas.