El nuevo papa: Brasil-Italia, y no es un Mundial

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto ROMA / ENVIADO ESPECIAL

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Los dos favoritos representan al poder de la curia y a los reformistas, respectivamente

12 mar 2013 . Actualizado a las 14:30 h.

Cuando se acerca la hora decisiva, las aguas turbulentas de los vaticanólogos se serenan y el torrente de candidatos se reduce a unos pocos. Atrás quedaron los papables exóticos como el filipino Tagle, el ghanés Peter Turkson -el primer «pontífice negro», decían, obviando que entre los tres antiguos papas nacidos en la África romana figura el moreno Melquiades (años 492 a 496), de origen bereber- u otros que despiertan simpatías, como el hondureño Rodríguez Maradiaga.

Al final, todo se reduce a la eterna lucha de la Iglesia: conservadores y moderados, la curia romana y los defensores del papel de las diócesis territoriales, los que quieren un papa estrechamente controlado y los que pretenden abrir la ventana y que entre aire fresco. Las dos opciones las representan, respectivamente, Odilo Pedro Scherer y Angelo Scola. Brasil e Italia. Uno es arzobispo de São Paulo, el otro de Milán. El primero, descendiente de rectos alemanes, y el segundo, de un camionero socialista.

Si hay que elegir un papa no europeo, Scherer lo tiene todo. Es espontáneo, mediático, políglota y tiene solo 63 años, lo que hace presumir, de ser el elegido, un papado largo, no de transición, que aporte solidez a la Iglesia y que permita afrontar la difícil herencia que ha acabado por agotar las fuerzas y el espíritu de Joseph Ratzinger.

Pero es que, además, representa a la nación con más católicos del mundo, 123 millones, un país emergente que en los próximos años celebrará un Mundial de Fútbol y unos Juegos Olímpicos y que atrae todas las miradas. Scherer puede ser el nexo entre la Iglesia latinoamericana más tradicionalista y las estructuras vaticanas, y por eso los medios italianos aseguran que ha conseguido poner de acuerdo a dos figuras tan divergentes (e influyentes) como Tarcisio Bertone y Angelo Sodano, el secretario de Estado y el decano del Colegio Cardenalicio, respectivamente.

El brasileño responde a la definición de «mano de hierro en guante de seda». Ha sido punta de lanza de Benedicto XVI contra la teología de la liberación y azote del sacerdote Marcelo Rossi, predicador que arrasa con sus cedés de Canciones para alabar al Señor y que ha contribuido a elevar la fuerza de los cristianos evangélicos en su país al 22 %, en detrimento del catolicismo. Scherer integró la Congregación para Obispos en la curia romana de 1994 al 2001, es doctor en Teología y máster en Filosofía.

Frente a él, Angelo Scola habría conseguido aglutinar a un numeroso sector del cardenalato que no está conforme con que las cosas tarden tanto en cambiar. Un grueso corpus que, durante las Congregaciones Generales de la semana pasada, exigió más explicaciones que las que el Vaticano está acostumbrado a dar sobre temas como el Vatileaks.

Scola, que también hizo estudios de Filosofía y se doctoró en Teología, es mayor (71 años) pero cuenta con la confianza absoluta del ahora papa emérito, a quien apoyó en los momentos más duros de los escándalos por la pederastia. Es amigo asimismo de otros pesos pesados entre los purpurados, como los cardenales Christoph Schönborn, de Viena; Marc Ouellet, de Quebec, y Peter Erdö, de Budapest. Los otros papables destacados.

Su diócesis, la de Milán, es la mayor de Europa, y son muchos los que creen que es necesario de nuevo un papa italiano, después de casi 35 años de extranjeros en la silla de Pedro. A su favor tiene también una amplia experiencia pastoral, cercano al movimiento ultraconservador Comunión y Liberación, creado por Luigi Giussani en 1954 y que preconiza la colaboración con la misión de la Iglesia en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea.

La votación de hoy no es un mero compromiso. Su resultado supone la primera radiografía de cuáles son los candidatos reales. Puede que no sirva para saber quién será el próximo pontífice, pero sí para descartar a algunos papables. Los más votados refuerzan sus posibilidades y comienza entonces un juego de estrategias y de trasvase de votos.

Pero también puede ocurrir que se formen dos grupos sólidos, con cardenales que no están dispuestos a ceder. En ese caso, y ante la tesitura de que el cónclave se alargue -lo que nadie desea porque todos quieren resolver la cuestión papal antes de Semana Santa-, puede surgir un nombre alternativo, que tenga muchas posibilidades de alzarse con el consenso general. No contenta a todos, pero tampoco desagrada a nadie y resuelve el bloqueo. Es lo que ocurrió en 1978 con un polaco desconocido llamado Karol Wojtyla.