El juez Joaquim Barbosa, hijo de un albañil y una limpiadora, que ayer se convirtió en el primer presidente negro del Tribunal Supremo de Brasil, es un magistrado implacable, considerado por muchos como un héroe contra la corrupción y la desigualdad. Barbosa, de 58 años, saltó a la fama por su papel incisivo y rocoso en la instrucción del llamado juicio del siglo, que condenó por corrupción al antiguo círculo político del expresidente Lula da Silva.
El nuevo presidente del Supremo tiene una biografía de lucha: nació en la pobreza en un pueblo del interior de Minas Gerais. Con 16 años, viajó a Brasilia donde para pagarse los estudios trabajó de limpiador en los tribunales y en una imprenta de noche. Hoy es doctor en derecho público por la Sorbona, donde obtuvo tres diplomas de posgrado, y habla francés, inglés, italiano y alemán.
«Era de una familia pobre, luché y conseguí, pero sé que otros en las mismas condiciones, con la misma voluntad, no lo consiguieron, pues el sistema educativo crea mecanismos poderosos de exclusión de los negros», declaró en una ocasión.
Barbosa fue nombrado juez del Supremo en 2003 por el entonces flamante Lula. Se ha caracterizado por denunciar el racismo y la desigualdad en el país con la segunda mayor población negra del mundo después de Nigeria. «El sistema penal brasileño penaliza principalmente a los negros, los pobres y las minorías», se lamentó en una de las raras entrevistas que concede. En otra, contó que una vez, al llegar a un restaurante de Rio, lo confundieron con el empleado que aparca los coches.
Las redes sociales lo transformaron en un superhéroe de cómic contra la corrupción, un justiciero infatigable con su inconfundible toga de magistrado, e impulsaron la propuesta «Joaquim Barbosa 2014», en referencia a las presidenciales de dentro de dos años.
La presidencia del Supremo brasileño es rotatoria entre sus miembros más antiguos.