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El derecho internacional muestra sus límites

INTERNACIONAL

15 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Muchos diplomáticos se estarán cobrando estos días las apuestas que hicieron con sus colegas hace cuatro años, cuando el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) emitió su dictamen sobre la independencia de Kosovo del 2008. Entonces se trataba de legitimar la secesión de una provincia de Serbia en contra de la legalidad vigente y los jueces de la TIJ proporcionaron esa justificación. En su resolución señalaban que el derecho internacional ni prohíbe ni autoriza las secesiones unilaterales. Muchos diplomáticos temían que el precedente acabase mordiendo a quienes lo habían propiciado, y así ha sido. No tanto porque ahora Rusia invoque el mismo principio para Crimea sino porque aquel episodio sirvió para evidenciar una vez más las singularidades, o si se quiere las debilidades, del derecho internacional.

A diferencia de las leyes de los estados, el derecho internacional es maleable, profundamente pragmático -es cierto que no había alternativa real a la independencia de Kosovo- y funciona en la práctica mediante un consenso aproximado en el que los países son juez y parte. No es la ley del más fuerte pero suele penalizar al débil cuando tiene enemigos fuertes. Kosovo se independizó porque Serbia no estaba en condiciones de impedirlo. Crimea, con toda probabilidad, se independizará porque Ucrania no tiene la capacidad de evitarlo. Aunque hay diferencias entre los dos casos, esa similitud es la crucial. El referendo, irónicamente, es una concesión a la legalidad, o a la apariencia de legalidad. Comprensiblemente, países como España se inquietan por estos precedentes -España, de hecho, sigue sin reconocer a Kosovo- pero la realidad es que los precedentes cuentan poco en derecho internacional, cuyo espíritu -si no su letra- se reescribe a fuerza de hechos consumados.

Basta mirar el mapa: desde 1991, tan solo en Europa y sin contar el Cáucaso, se han secesionado no menos de dieciséis países, entre ellos la propia Ucrania, y aunque en algunos casos haya sido mediante mecanismos de mutuo acuerdo -no necesariamente legales- todos los demás países independizados, prácticamente sin excepción, han acabado siendo reconocidos internacionalmente.

Por eso, y aunque se hable del referendo, lo que inquieta de verdad en las cancillerías y los organismos internacionales no es la secesión de Crimea sino la posibilidad de anexión a Rusia. Tampoco en este caso el problema es el derecho internacional, puesto que se han producido anexiones recientemente -en realidad, eso fue la reunificación alemana-. Lo que preocupan son las implicaciones geoestratégicas prácticas. Si Moscú reabsorbe Crimea esto obligará a reorientar las políticas de defensa de medio mundo y se abrirá un nuevo ciclo de inestabilidad que tendrá costes para todos.

El mundo entre líneas