Antonio Pampliega, periodista freelance que cubrió la guerra en siria durante tres años, compañero de James Foley, decapitado por el ejército islámico, relató hace unos meses a La Voz cómo ejerció su profesión en un país en el que 40 periodistas han sido asesinados desde el 2011. A pesar de todo, él asegura que volverá, para dar voz a los que no pueden hablar
22 jul 2015 . Actualizado a las 15:57 h.«Llamo a todos mis amigos, a mi familia y a mis seres queridos a levantarse contra mis verdaderos asesinos, el gobierno de los Estados Unidos. [...] Porque lo que me sucede hoy es solo una consecuencia de su complacencia y criminalidad», leía, momentos antes de su asesinato, el periodista estadounidense James Foley.
La visión de Jim siendo humillado, arrodillado ante su verdugo y ataviado con un mono naranja -como el que usan los presos de Guantánamo- sobrecoge el corazón. El Estado Islámico ponía, de esta manera, su maquinaria propagandística a funcionar. Sabían que ese Mensaje para América daría la vuelta al mundo y ponían de manifiesto, una vez más, la desprotección que tenemos los periodistas freelance en zonas de conflicto.
Me quedaré con la dignidad de mi amigo; quien a pesar de las circunstancias aguantó circunspecto su final. Dignidad que no tuvieron sus ejecutores quien le colocaron frente a una cámara y le obligaron a leer un mensaje para luego mostrar al mundo como lo decapitaban. Jim fue secuestrado, junto a su amigo y compañero John Cantley (quien ya fue secuestrado en julio), el pasado 22 de noviembre de 2012 cerca del pueblo de Taftanaz (provincia de Idlib) se convertían en los primeros occidentales secuestrados por una facción yihadista en Siria. Desde ese momento Siria y su revolución se fue por el desagüe.
Siria es, sin lugar a dudas, el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo; como así lo recoge Reporteros Sin Fronteras en sus diferentes informes. Un total de 40 periodistas han sido asesinados desde que comenzara la revolución en marzo del 2011 y otros 80 han sido secuestrados -de los cuales 20 aún permanecen desaparecidos-. El objetivo, desde los primeros compases del levantamiento popular, ha sido silenciar a la prensa para que no informase de lo que sucede en el país árabe.
Recuerdo la primera vez que entré en Siria. Era diciembre de 2011. Nada o casi nada se sabía de lo que estaba sucediendo, ya que el régimen de Assad blindó el país impidiendo a los informadores poder acceder. Así que la única forma era entrar ilegalmente la frontera con «ayuda» de unos contrabandistas. Así lo hice. Rompí el cerco y estuve una semana en la zona de Jabl Zawiya (provincia de Idlib), hasta ese momento única zona liberada de toda Siria. El grupo de informadores que conseguimos infiltrarnos acabamos siendo buscados por el ejército sirio quien, como castigo, machacó a los pueblos que visitamos matando a centenares de personas. El régimen, desde ese momento, ponía a la prensa en el punto de mira.
Esa animadversión por los informadores quedó constatada el 22 de febrero de 2012 cuando Marie Colvin y Rémi Ochlik fueron asesinados en la ciudad de Homs. Los dos periodistas estaban en la ciudad narrando las atrocidades que allí se cometían cuando un misil alcanzó la casa en la que se refugiaban. Ellos fueron los primeros de una larga lista de compañeros que se han dejado la vida y la salud en Siria.
He trabajado cubriendo la guerra de Siria los últimos tres años. He entrado en diez ocasiones y he permanecido en diferentes partes del país más de año y medio. ¿Qué ha cambiado en todo este tiempo? La respuesta es sencilla:poco o nada. La caza del periodista se ha convertido en un deporte entre los grupos afines a Al Qaeda, el Estado Islámico o los leales al régimen. Siria ha puesto de manifiesto, una vez más, que los informadores ya no somos necesarios. Con la llegada de Internet y de las redes sociales y con la creación de nuevos canales, la voz de los periodistas occidentales ha quedado desautorizada y ya no es necesaria, por lo tanto nos convertimos en prescindibles y en elementos molestos y a eliminar.
Bien es cierto que no debo criminalizar a todos los sirios, ni señalarles como colaboracionistas con las diferentes facciones. Muchos de ellos se han jugado la vida por mí y por mis compañeros. De hecho, le debo mi vida a un sirio. Yosef Abobaker cuidó de mi la última vez que estuve en Siria, este pasado mes de junio. Trabajé con Joselito, como le llamamos cariñosamente, meses y meses en los que forjamos una amistad y un respeto que jamás había tenido por ningún otro fixer con los que haya trabajado a lo largo de todos estos años. Yosef fue secuestrado por el Estado Islámico el 4 de agosto de 2013 cerca de la frontera con Turquía. Junto a él iba el periodista estadounidense Steven Sotloff, quién también acabó siendo ejecutado por el EI. Yosef tiene la convicción de que alguien cercano a él le traicionó y les vendió -tanto a él como a Steven- a los islamistas radicales por unos 40.000 dólares. «Nos estaban esperando en la carreterea. Ellos eran 15 y nosotros solo cuatro. No tuvimos opción de defendernos», afirma Yosef quien ahora se encuentra en Turquía junto con su mujer y su hijo recién nacido. Durante dos semanas, Yosef, su hermano y sus primos estuvieron encerrados en una de las cárceles que el EI tenía en la ciudad de Alepo. «A veces pensaba que nos asesinarían a todos porque trabajaba para gente del extranjero. Pero finalmente nos liberaron porque había combatido con una unidad rebelde durante la revolución. Jamás volví a ver a Steven», se lamenta.
Lo cierto es que los yihadistas pusieron precio a la cabeza de todos los informadores extranjeros que estuviesen en Siria. Muchos civiles continuarán protegiéndonos y otros, los menos, no dudaban en vendernos a la mínima ocasión. Recuerdo un incidente que tuve el pasado septiembre en la ciudad de Alepo cuando un civil detuvo un coche donde viajaban cuatro soldados del Estado Islámico y, sin dudarlo, delató la posición de los informadores que estábamos realizando un reportaje. Ese día nos salvaron nuestros guardaespaldas.
Y es que, unos días antes, el secuestro de tres compañeros periodistas hizo que extremase las precauciones, sabedor de que los periodistas nos habíamos convertido en un objetivo. Desde ese momento, una escolta armada se hizo indispensable para poder trabajar sobre el terreno. Permanecí en Siria cerca de un mes. Sería el último periodista occidental en entrar en la ciudad de Alepo durante muchos meses.
Pero acabé volviendo, como otros compañeros; volví a sabiendas que éramos un jugoso botín. Es complicado de explicar a alguien por qué seguimos trabajando en un país como Siria, donde los periodistas acabamos secuestrados o decapitados por radicales islámicos. La respuesta es bien sencilla... Anteponemos nuestra vida a la vida de los que sufren la guerra. A ellos les debemos la lealtad de informar sobre lo que está ocurriendo. Somos los ojos de los que no pueden ver y la voz de los que no pueden hablar. Y mientras me queda una bocanada de aire seguiré volviendo a Siria a narrar el horror de esa guerra que se acerca a los cuatro años. Se lo debo a los sirios.