La muerte del juez más ultra del Supremo abre otro frente entre Obama y el Senado

VICTORIA TORO NUEVA YORK / CORRESPONSAL

INTERNACIONAL

ERIK S. LESSER | Efe

El presidente propondrá un sustituto, pero la mayoría conservadora de la Cámara alta amenazó con vetarlo

15 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La muerte del juez del Supremo Antonin Scalia cayó como una bomba en la política estadounidense. Su personalidad jurídica, el proceso de primarias y la designación de un sustituto, que abrirá un nuevo enfrentamiento entre el presidente, Barack Obama, y el jefe de los senadores republicanos, Mitch McConell, forman el detonante de la bomba.

Scalia era uno de los nueve miembros vitalicios de un tribunal que decide en última instancia y dirime las disputas constitucionales. Nombrado por Ronald Reagan en 1986, era el más conservador. Este hombre, al que el propio Obama, que no compartía su visión jurídica, definió ayer como «una de las figuras legales más imponentes de nuestro tiempo», cambió radicalmente el principio de funcionamiento del Supremo, con su visión «originalista», como se la conoce en EE.UU., de la interpretación de la Constitución. Hasta que él llegó, el alto tribunal se fijaba en la evolución de la sociedad, pero los originalistas creen que la interpretación constitucional debe atenerse literalmente a como fue escrita en 1787. Se oponen, así, a derechos como el aborto, la igualdad para las parejas del mismo sexo o la protección a las minorías, que no están reflejadas en la Carta Magna.

Sobre el presidente recae la responsabilidad de proponer a un sustituto, que debe ser confirmado por el Senado, por lo que el reemplazo de Scalia abre la posibilidad de alterar el equilibrio ideológico del tribunal, que hasta ahora componían cuatro jueces progresistas, cuatro conservadores y uno moderado, que inclinaba el fiel de la balanza unas veces a un lado y otras, al otro.

La posibilidad de que ahora un juez progresista altere la simetría ha provocado un revuelo en las filas republicanas que salpicó también el debate de las primarias. Una hora después de conocerse la noticia, Ted Cruz alababa a Scalia: «Fue un héroe», dijo en un tuit. Y reclamó «que el Senado se asegure de que sea el próximo presidente el que nombre a quien lo reemplace». No se quedó solo, pues poco después el líder republicano de la Cámara alta, Mitch McConnell, decía lo mismo: «El pueblo estadounidense debería tener voz en la selección del próximo juez del Tribunal Supremo».

Obama despejó poco después las posibles dudas: «Tengo la intención de cumplir con mis obligaciones constitucionales y designar un sucesor». Los republicanos dejaron claro entonces que impedirán que el Senado, donde tienen mayoría, vote al candidato elegido por el presidente.

Hagan lo que hagan los conservadores en la Cámara alta, la situación es complicada para ellos. Si impiden la elección del nuevo juez provocarán la indignación de los demócratas y su asistencia masiva a las urnas en noviembre, justo lo que necesita el candidato de ese partido para ganar. Pero si de alguna manera permiten que el elegido por Obama sea confirmado, enfadarán a sus propias bases, con lo que podría aumentar el apoyo que estas están mostrando a Donald Trump.

Bush saca músculo en campo amigo

El último debate republicano tuvo lugar horas después de conocerse la muerte del juez del Supremo Antonin Scalia. Tras las alabanzas al fallecido, los seis candidatos abandonaron cualquier atisbo de amabilidad ya desde los primeros minutos, que dedicaron a opinar si Obama debe nombrar a su sustituto o dejar que lo haga el próximo presidente. El único en contra de la mayoría fue Jeb Bush: «El presidente tiene ese derecho constitucional».

Bush concretó en Greenville su mejor debate, que fue durísimo, hasta la fecha. Carolina del Sur, donde su hermano George ganó en el 2000 con más de la mitad de los votos, es para él a priori un terreno favorable. Marco Rubio, que parece haberse recobrado de la catástrofe de Nuevo Hampshire, necesitaba volver a aparecer como vencedor para no quedar definitivamente descartado por el establishment del partido y por los donantes.

Fue un desastre para Ted Cruz y, sobre todo, para un Donald Trump que gritó, interrumpió constantemente a sus adversarios y se defendió a base de groseros epítetos.

Fuera de sus casillas

Trump contra el clan Bush. En uno de los enfrentamientos más broncos, entre el multimillonario y el exgobernador de Florida, el primero arremetió contra la familia Bush, centrándose en su hermano George W., a quien atacó porque el «World Trade Center se derrumbó durante su mandato», y la guerra de Irak. «Mientras Trump hacía un reality show en televisión, mi hermano construía la seguridad de este país», defendió el menor de la saga. Terció Rubio en la discusión, para defender al expresidente y los continuos ataques de unos y otros provocaron que el showman perdiera los papeles varias veces. «Eres el mayor mentiroso. Eres todavía más mentiroso que Bush», le dijo a Ted Cruz.

Inmigración

El español entra en el debate. Cruz y Rubio, con el telón de la inmigración de fondo, protagonizaron otro sonoro enfrentamiento, que logró que el senador de Texas venciera sus reticencias a hablar en español. Tras ser acusado de defender una «amnistía» para los inmigrantes sin visado en la cadena Univisión, Rubio se burló: «No sé cómo puedes saber lo que dije en Univisión porque no hablas español». A lo que Cruz respondió en español: «Marco, ahora mismo díselo, ahora en español si quieres».

La crispación creciente entre los candidatos se debe a la cercanía de las primarias de Carolina del Sur, el sábado próximo.