Las multas de hasta 450 euros por vender frutas y verduras fuera del catálogo oficial no frenan la rebelión de agricultores franceses contra el Gobierno
23 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Cada sábado por la mañana, el mercado de Lices de Rennes atrae artesanos, pescadores y agricultores de toda la Bretaña. Es el segundo más grande de Francia y los puestos de venta se extienden en un laberinto en la plaza central de la ciudad. En una esquina, Gildas vende frutas y verduras fuera de lo común. Variedades antiguas imposibles de encontrar en un supermercado. Calabazas extrañas, puerros minúsculos y coles violáceas que atraen chefs de estrella Michelin y de castillos particulares. «Esta es una violina», dice cogiendo una calabaza pequeña de piel arrugada. «No esta registrada en el catálogo», añade en voz baja. Desde que empezó a cultivar variedades antiguas hace una década, Gildas teme la llegada de un inesperado control de agentes del catálogo oficial de semillas de Francia. Un repertorio de los 7.000 tipos de frutas y verduras que se permiten cultivar y vender en el país. Aquellas que se quedan fuera son consideradas ilegales y su venta se castiga con una multa de 450 euros por variedad. Gildas, consciente del riesgo que corre, no se echa atrás. «Cultivar y conservar estas semillas es una forma de evitar que las multinacionales se apropien de lo vivo», explica. Y es que la mayoría de las variedades del catálogo pertenecen a gigantes de la industria agroalimenticia como Monsanto, Syngenta, Limagrain o RAGT. En 2012, el 80% de las variedades de zanahorias pertenecían a Limagrain, al igual que el 56% de los brócolis, el 64% de los rábanos y el 71% de las berenjenas. Además, el catálogo permite patentar las semillas registradas, lo que impide que los agricultores replanten sus propias semillas sin pagar una tasa. Con tal control de la producción agrícola, algunas variedades antiguas están hoy al borde de la desaparición. «La col de Pontoise es una de las pocas coles locales que nos quedan» explica Gildas. Sus hojas hacen un degradado de violeta oscuro a verde claro, unos colores que la han vuelto popular en los restaurantes gastronómicos de la zona. Ante el peligro de extinción de frutas y verduras, muchas asociaciones se han lanzado en la creación de bancos de semillas.
Por correo
Al sur de Toulouse, cerca de los Pirineos, la asociación de Kokopelli tiene uno de los más grandes de Europa. Sus 3.000 variedades son comercializadas y enviadas por correo en todo el mundo a una red de 130.000 clientes. «La particularidad de Kokopelli es que no somos una colección muerta», insiste su director, Ananda Gillet, «todas nuestras semillas están disponibles para jardineros y agricultores». Sin embargo, la desobediencia civil que practican no ha estado exenta de consecuencias. En 2004 el Estado francés les llevo a juicio y la justicia les condenó a pagar una multa de 17.130 euros. «Nunca la pagamos», admite Ananda, «con las protestas de los agricultores que provocó el juicio, el gobierno ha dejado de molestarnos».
Pese a ello, la batalla de Kokopelli no esta ganada. En agosto de 2016, el grupo ecologista del Senado francés pasó una enmienda para permitir la venta de las semillas libres de regalías, pero más tarde la Asamblea Nacional la rechazó. Este año lo volverán a intentar. Mientras tanto, Gildas seguirá vendiendo sus frutas y verduras prohibidas.