Antonio y Rosinda, un matrimonio de 90 años de Pobrais, uno de los focos del incendio de Portugal, perdieron a sus dos nietos calcinados en su coche
19 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.En la aldea de Pobrais murieron once personas, todas dentro de los coches en los que huían. Los que sobrevivieron fueron los que se quedaron en sus casas, aterrados. Es el caso de Antonio Fernández y Rosinda Simoe, matrimonio de 90 años cuyo testimonio es estremecedor. «Fue el fin del mundo. Perdimos a mi nieto y a su mujer. Isto é coisa de Deus», lamenta devastado Antonio. Ana Enríquez y Ricardo Martins, que regresaban a casa desde la fábrica en la que trabajaban cuando las llamas rodearon su coche, y ya no pudieron salir y acabaron calcinados.
La vida se acabó para nosotros»
Antonio y Rosinda descansaban en su modesta casa cuando el monte empezó a arder alrededor de las ocho de la tarde del sábado. El fuerte viento era un azote constante y el humo rodeó su casa en cuestión de minutos. Como el resto de las familias de Pobrais, intentaron apagar las llamas con cubos de agua, lo más parecido a intentar vaciar el océano con unas palas de la playa. Lo perdieron prácticamente todo. «Fue un momento de terror», recuerda Rosinda. Las lágrimas no le dejan de caer por el rostro al recordar a sus nietos. Porque Ana para ella era como una nieta más. También perdieron todos sus terrenos y las decenas de animales que tenían en el campo. «La vida se acabó para todos nosotros», gritaba Rosinda.
En la aldea todos sin excepción han perdido a alguno de sus seres queridos en la catástrofe Su hijo Rui, que perdió a su primogénito, estaba en estado de shock. Pero no olvida las seis largas horas en las que el fuego arrasó con las casas y las vidas de las familias de Pobrais. Durante ese interminable infierno, Rui vio como numerosos camiones de bomberos y coches de policía pasaban de largo por sus casas y no se paraban. «El fuego lo apagamos los vecinos que quedábamos vivos baldeando con cubos utilizando tanques de agua. Ni Protección Civil ni la policía ni los bomberos pasaron por aquí. Nadie nos ha venido a ayudar», se lamenta Rui, que criticó duramente a las autoridades portuguesas por la falta de atención a su aldea, una de las más castigadas por las llamas. Sin dormir, con un discurso lleno de rabia y sensatez, no parece ser consciente de lo sucedido.
Como en el resto de las aldeas arrasadas por el fuego, en Pobrais sobrevivieron los que no intentaron huir. Quienes intentaron escapar del fuego con sus coches apenas pudieron conducir unos metros. El humo los dejó a merced de las llamas. Así le ocurrió a José Estévez. «Estaba sola en casa e intentó huir con el coche», recuerda con los ojos inyectados de dolor. Cuando él regresó a casa, vio a su mujer en el coche completamente incendiado y supo que ya era tarde. Los vecinos dan vueltas, hablan, gritan, y siguen caminando en círculos. No tienen quién les dé consuelo, porque todos sin excepción han perdido a algún ser querido.
La Voz en Pedrógão Grande