
Los XVII Premios Luis Freire de Investigación Científica en la Escuela invita a los estudiantes de secundaria a «doctorarse»
21 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Este mes se convocan los XVII Premios Luis Freire de Investigación Científica en la Escuela y, si llegas a formar parte de las investigaciones finalistas tendrás que exponer tu trabajo ante un jurado de educadores de ciencias, durante una ceremonia similar a la que debe pasar cualquier persona que desee doctorarse en alguna de nuestras universidades. Hay quien dice que las investigaciones que se presentan tienen, al menos, tanta calidad como las universitarias, así que ¡ánimo!
Parece que la principal novedad de este año es que habrá más tiempo para realizar las investigaciones, pues se podrán desarrollar hasta el mes de marzo, y se mantienen las tres modalidades de las últimas convocatorias. Una destinada a la participación de profesores de educación primaria con sus alumnos, otra a la de escolares de educación secundaria obligatoria y la tercera orientada a la participación de estudiantes de educación secundaria obligatoria, bachillerato y ciclos formativos que deseen realizar proyectos científico-tecnológicos. En la página web de los Museos Científicos del Ayuntamiento de A Coruña podrás encontrar más detalles (http://mc2coruna.org/).
El punto en común que debe inspirar todos los trabajos es que «la mejor forma de aprender ciencia es hacer ciencia». El objetivo de la convocatoria es fomentar actitudes positivas hacia la ciencia que den respuestas, mediante la experimentación o el trabajo de campo, a cuestiones que tengan relación con hechos o procesos de nuestro entorno más inmediato y de la vida cotidiana.
Y se recuerda que se premiarán aquellas investigaciones que se distingan por la originalidad y el rigor de sus planteamientos y las conclusiones a las que lleguen.
PUNTO DE PARTIDA, LA PREGUNTA
Cada vez está más ampliamente reconocido el valor educativo de fomentar las preguntas de los escolares en el aula. Hasta se dice que la capacidad para formularlas es el origen de la cultura, pues genera ejercicios de imaginación y de búsqueda. Por eso no es una idea nueva, pues la actividad de preguntar ha sido fomentada hace ya más de 2.000 años. Se cuenta la anécdota de que cuando le preguntaron al antiguo y famoso filósofo Sócrates (470-399 antes de Cristo) cuál había sido su logro más importante respondió: «Enseño a los hombres a preguntar».
Existen numerosos ejemplos de avances científico-tecnológicos cuyos resultados han llegado precedidos de una pregunta. Quizá dos de los más conocidos sean los de Newton y Darwin. El primero, cuando se cuestionó sobre el motivo por el que los cuerpos caen y el segundo, cuando se planteó si los seres vivos habían sido creados o podrían haber aparecido por evolución. A este respecto merece la pena recordar que algunos psicólogos piensan que la inteligencia es una capacidad más orientada hacia el planteamiento de problemas que a su solución.
Sin embargo, algunos profesores aún piensan que lo importante son las respuestas y en ocasiones consideran que preguntar es más propio de quienes no saben. En este sentido podemos recordar que diferentes investigaciones educativas señalan que para los niños es más importante saber cómo responder diferentes tipos de preguntas que conocer las respuestas en sí y, aunque las preguntas no deben quedar sin contestación, si siempre se las responden los adultos les estamos dificultando aprender a planteárselas de un modo diferente para poder resolverlas ellos mismos. Viene al caso una cita del pedagogo latinoamericano Paulo Freire (1921-1997): «Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho».
La educación debe atender a la curiosidad de los niños y a su experiencia previa para orientar la construcción de sus conocimientos. Puesto que la acción de preguntar es una forma de verbalizar la curiosidad y reclamar la atención debemos permitir que los alumnos planteen preguntas, pues además estas forman parte del proceso sobre cómo opera la ciencia. En caso contrario los escolares perderán paulatinamente su motivación y capacidad para preguntar sobre todo lo que les rodea.
EDUCACIÓN CIENTÍFICA
Hace muchos años que diferentes organismos internacionales vienen llamado la atención sobre la necesidad de mejorar la educación científica de la sociedad (ONU, OCDE, Comisión Europea, etcétera). Según la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), el objetivo es conseguir que los niños se adapten al entorno en el que viven.
Y en esta adaptación juega un papel fundamental la educación científica, puesto que a través de ella los niños abren la mente a nuevas ideas, aprenden a pensar por sí mismos y a afrontar la vida con actitudes positivas para poder vivir de forma libre, tolerante, abierta, próspera y justa en la sociedad que les ha tocado. Así lo recordaba en 1999 la Conferencia Mundial sobre la Ciencia y Tecnología, Ciencia para el siglo XXI, en la que se declaró que: «Para que un país esté en condiciones de atender a las necesidades fundamentales de su población, la enseñanza de las ciencias y tecnologías es un imperativo estratégico». En la misma línea ha seguido insistiendo en sus congresos más recientes, cuando afirma que la calidad de la educación científica nunca ha sido tan importante como en la actualidad para los Gobiernos de todas las naciones del mundo.
TRABAJOS GANADORES EN LA ÚLTIMA CONVOCATORIA
Investigación científica en educación primaria
- ¿Es verdad que la luz de la luna pone verdes las patatas?, presentado por Mar Domínguez Pacheco, del CPI Vicente Otero Valcárcel (Carral, A Coruña).
Investigación científica en ESO
- ¿Qué distancia pueden dispersar las semillas los carnívoros?, presentado por Amanda Arza Carballo, Lluís Castro Potau, María Locay López y Sandra Vilariño Rodríguez, del CPI Poeta Uxío Novoneyra de Folgoso do Courel (Lugo).
Investigación tecnológica en ESO, bachillerato y ciclos formativos
¿Se puede diseñar y construir una «nevera» que con ultrasonidos inhiba el crecimiento de microorganismos y mejore la conservación de los alimentos?, presentado por Claudia Escapa Álvarez, de Aulas Tecnópole, Parque Tecnológico de Galicia (Ourense).
Mentes inquietas
(Por José Viñas, profesor de Ciencias en el IES David Buján, de Cambre, ganador de la edición del año 2007 y finalista en varias ediciones)
Desde que en el curso 2006-2007 se presentaron mis primeros alumnos al premio Luis Freire, han pasado por el laboratorio chicos y chicas tímidos, extrovertidos, divertidos, creativos, emprendedores, curiosos? Pero todos tenían algo en común: una curiosidad, una pregunta para la que no tenían respuesta. ¿Las ortigas no te pican si aguantas la respiración? ¿Mascar chicle en un examen te ayuda a concentrarte mejor? ¿Cómo se provoca mejor que otra persona bostece? ¿Una misma colonia huele igual en todas las personas? Y yo, su profe, sin ninguna respuesta. Y qué bien, porque así tuvimos que buscarla entre todos, en el laboratorio, en el campo o en la calle. Una búsqueda llena de alegrías, frustraciones, errores y vuelta a empezar, nervios y satisfacciones al ver un trabajo bien hecho.
A toda esa montaña rusa emocional se han tenido que enfrentar mis alumnos de 13, 14 o 15 años y no hay experiencia en el aula que supere esa sensación. «He madurado más en los 10 minutos de exposición que en todo el curso». «Enfrentarme a un tribunal de adultos delante de cien personas... Después de eso soy capaz de exponer delante de mis compañeros sin problema», me decían al terminar de presentar su trabajo. El premio Luis Freire les ha aportado seguridad en sí mismos y ha conseguido que se atrevan a presentarse a otros concursos fuera de Galicia e incluso de España. Como profesor, el premio Luis Freire me ha permitido ver la enseñanza de las ciencias desde otra perspectiva. Los contenidos son importantes, pero la pregunta y el reto son la clave. En unos años, a estos chicos no les bastará con saber muchas cosas, tendrán que mantener una mente inquieta siempre preparada para el cambio y la aventura.
¿Es cierto que la luz de la luna pone verdes las patatas?
(Por María del Mar Domínguez Pacheco, maestra en el CEIP Vicente Otero Valcárcel, ganadora en la modalidad de primaria en la XVI Convocatoria de los Premios Luis Freire de Investigación Científica en la Escuela)
Me emociono cuando observo a mis alumnos trabajar y apasionarse con alguna de las tareas que les propongo en el aula. Y me pregunto si realmente les enseñamos contenidos interesantes, ¿Seremos algo responsables de su desinterés por aprender? ¿Cuándo y dónde pierden la curiosidad con la que nos llegan? Estoy convencida de que a todos los docentes nos preocupan estas respuestas, y que la mayoría sacrificaría su propia metodología de trabajo si con ello mejorara el aprendizaje de sus alumnos. Por eso me animé a participar en estos premios.
Todo comenzó para satisfacer la curiosidad nacida en una de las muchas conversaciones que tenemos con los alumnos en la intimidad del aula. Una de esas que surgen en cualquier momento y sobre cualquier tema y que nunca se sabe dónde puedes terminar. Aquel debate trataba sobre creencias populares. No recuerdo qué lo originó, pero sí que lo esperaba algún día para proponerles iniciar una modesta investigación científica. Y por supuesto que deseaban hacerla. Pero les sorprendió mucho que ellos, alumnos de 6.º de primaria, pudieran trabajar como auténticos científicos. Al principio les pareció un juego pero, poco a poco, mientras diseñábamos la investigación fueron siendo conscientes de la envergadura de la tarea. Y conocieron el método científico, en el que no cabe todo. Había que ser rigurosos, ordenados, concretos, seguir con esmero el plan diseñado, pacientes? También creativos y originales.
Nuestra hipótesis fue: ¿es cierto que la luz de la lpone verdes las patatas? Debimos dedicar tiempo a pensar, a perder el miedo a expresar ideas quizá banales, pero a lo mejor también originales e imaginativas. Se discutieron posibilidades y se tomaron decisiones. Poco a poco fue surgiendo lo que luego pondríamos en práctica por equipos, asumiendo además la responsabilidad de que si un grupo erraba en su parte del trabajo, perjudicaría toda la investigación.
No hay duda de que el objetivo era encontrar la respuesta a través de una investigación que mereciera la denominación de científica. Y así fue: aprendimos que las patatas se ponen verdes cuando reciben luz de cualquier tipo, y que la luz de la luna no influye más que otras. Pero, para mí, lo más importante fueron las actitudes demostradas por los alumnos al enfrentarse a ese trabajo: seriedad, entrega, responsabilidad, motivación, interés, rigor, disfrute... Cierto que no todos alcanzaron el mismo nivel de compromiso y de aprovechamiento, pero todos aprendieron. Y quizás lo más importante es que querían aprender, y que disfrutaron con ello.
Soy consciente sobre la ausencia en estas líneas de referencias pedagógico-didáctico-curriculares. Es que, a veces, algunas herramientas o metodologías innovadoras nos obstaculizan el camino, porque ¿cómo atreverse a desarrollar un trabajo en el aula cuando no domino las teorías de enseñanza por proyectos? O ¿cómo evalúo el aprendizaje? Humildemente, pretendo educar actitudes que dirijan decisiones y preferencias en el futuro. A los alumnos no les preocupa que se llamen proyecto, tareas o simplemente trabajos escolares. Ellos desearían aprender, si es posible disfrutando. ¿Qué nos lo impide?