Pedro Feal y María Calvar, ganadores del concurso Relatos de Verán 2016

G. N. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Los textos vencedores del certamen literario de La Voz doblaron en votos a sus rivales

26 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Son Pedro Feal Veira y María Calvar Giráldez. Uno, profesor, catedrático de filosofía en el instituto coruñés de Monelos; otra, estudiante, de primero de ESO en el IES de Mos. Él, 59 años; ella, 12. Son los ganadores del concurso de La Voz Relatos de Verán 2016, que somete al sufragio de los lectores del periódico los textos enviados por otros lectores que muestran una gran vocación narrativa y que son publicados en las páginas literarias que el diario ofrece cada agosto (acompañando los capítulos de la novela por entregas). Ambos autores representan dos mundos, dos generaciones distantes, que se cruzan en el aula, templo de la educación de un país. Así lo corroboran las piezas que hacen a Feal y a Calvar acreedores de esta victoria en un certamen que es fiel reflejo del amplísimo universo lector -y creativo- que sustenta este rotativo. Avos y Boas noites se impusieron respectivamente en las categorías general y de menores de 16 años de forma clara tras sumar el doble de votos que sus rivales más inmediatos (y Calvar repite hazaña: ya ganó en el 2015). Pedro y María expresan en sus textos esa brecha de edad, esa distinta fase de experiencia vital, uno, con un relato sobre el final de la aventura; otra, con un elogio de los sueños. Para él, el premio es un viaje; para ella, una tableta.

David Terradillos fue el lector agraciado con el sorteo (entre los que participaron con su voto) de un lote de libros del sello Biblos.

«Boas noites», de María Calvar

Dise que existe un mundo descoñecido flotando nas nubes. En cada nube hai un pobo, en cada pobo hai unha morea de habitantes que ninguén coñece. Algúns pensan que son as pingas de auga, outros din que son os anxos, por non falar dos que pensan que as nubes son unha masa visible suspendida na atmosfera, de cor e densidade variables? e din con orgullo que non hai nada nelas, que son, só iso, unha acumulación de partículas.

Eu teño a miña propia teoría, e tamén estou orgullosa do que penso. Unha nube é un soño, os soños bonitos, os que aínda lembras cando espertas e gustaríache que o tempo se parase ata que ese soño fermoso e agarimoso rematase, e o espertador faga que abras os ollos.

Os nubarróns escuros son os pesadelos, por iso é bo ter unha cheminea, así saen voando por ela. Cando hai néboa, é que alguén preto de ti está a soñar esperto.

Nas nubes habitan os sorrisos que botas sen decatarte, cando espertas con aquel soño tan fermoso na mente. Tamén viven nelas os choros de cando tes un pesadelo, os bicos dos teus pais na fronte para facercho esquecer, as palabras de alguén dicíndote:

-Que! ¿Estás a durmir? Esperta!

E tamén, as boas noites.

«Avos», de Pedro Feal

A principios de noviembre de 1993 hizo en Coruña una semana de tiempo espléndido. Uno de esos días, aprovechando la bonanza, dirigí mis pasos hacia el dique de abrigo y por el camino encontré un improvisado puesto de venta de los más curiosos artículos del régimen soviético que acababa de caer: insignias con la hoz y el martillo, emblemas del PCUS, pins con la cara de Lenin, junto a otros souvenirs rusos típicos. Me puse a hablar con quien los vendía, una joven madre acompañada de su hijo de corta edad. Me explicó que habían salido hacía meses de San Petersburgo en un pequeño barco de vela, que estaban circunnavegando la costa europea y que vivían de lo que les aportaba la venta de esos objetos en cada puerto en que fondeaban. Le compré una matrioska y un pin de Lenin y continué mi paseo, reflexionando sobre las vueltas que da la vida. El buen tiempo continuaba, así que en los días siguientes volví al mismo lugar, y esta vez, al pasar por el puesto de los intrépidos navegantes, conocí al padre de la mujer con que había hablado. Este, también capitán de la nave, se llamaba Valery Gladkov. Me contó que había trabajado como arquitecto en la antigua URSS y que se había quedado en paro tras su derrumbe, por lo que había decidido salir a la mar con su familia, en una nave rescatada del lago Baikal y que él mismo había reconstruido hasta convertirla en una réplica reducida de un galeón del siglo XVII. Después me invitó a visitar por dentro el barco anclado en medio de la bahía, y una vez allí reveló el significado del nombre que había puesto al velero: Avos, palabra sin traducción literal, que quería decir «por qué no» tanto como «adelante» o «ánimo». Todo un símbolo de su propia voluntad de aventura y libertad.

Al cabo de una semana, el Avos partió hacia el sur. Ya se les había roto un mástil en Francia, y temblé previendo las vicisitudes que la familia de aventureros habría de pasar en el océano. Creía que nunca llegaría a saber nada más del Avos ni de su suerte.

Y lo increíble ocurrió: en el 2006 el Avos apareció de nuevo en la bahía coruñesa, pero la nave fue desviada primero al puerto de Oza y luego al de Mera. Allí, con fondos de poco calado y con la marea baja, el barco que había sobrevivido milagrosamente a todos los avatares de la mar durante los 13 años que mediaron, encalló y se hundió frente a la playa, en pleno mes de julio y con un tiempo estival. Todos sus tripulantes se salvaron, pero el sueño del capitán Gladkov quedó sumergido para siempre en el mar coruñés.