José Manuel Salgado, autor del libro «Oribio. A montaña viva»: «Las informaciones más interesantes del libro son las que aportan los vecinos»

Paula Álvarez García
PAULA ÁLVAREZ LUGO / LA VOZ

LUGO

El libro, que tiene 250 páginas, describe los valores naturales y etnográficos del territorio
El libro, que tiene 250 páginas, describe los valores naturales y etnográficos del territorio Cedida

La obra, editada por la Consellería de Medio Ambiente, se presentó ayer en Triacastela. Su autor hace un profundo recorrido por la historia de la Serra do Oribio y su entorno

01 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El libro Oribio. A montaña viva documenta la riqueza etnográfica y los modos de vida de la Serra do Oribio y su entorno. Una amplia zona de montaña a caballo entre los concellos de Triacastela, Samos, O Incio y una parroquia, Louzarela, perteneciente a Pedrafita do Cebreiro.

Escrito por el periodista y fotógrafo, Jose Manuel Salgado, y editado por la Consellería de Medio Ambiente, se presentó ayer en Triacastela. Salgado relata en estas 250 páginas la historia de esta sierra y descubre elementos patrimoniales desconocidos hasta el momento. A la numerosa documentación consultada, el autor añade los testimonios de los vecinos que, según él, son la mayor fuente de sabiduría.

—¿Cómo nace la idea de escribir este libro?

—La idea surge a partir de conversaciones con Olga Iglesias, la alcaldesa de Triacastela. Yo hice diversos trabajos en esta zona, muy conocida por el Camino de Santiago. Sin embargo, no se conoce tanto la zona circundante. Por eso el libro nace con el objetivo de poner en valor la riqueza etnográfica que tiene la Serra do Oribio, muy a la vista de todo el mundo, dado que por ahí pasan miles de peregrinos, pero extrañamente olvidada.

—¿Por qué considera que la Serra do Oribio está tan olvidada en la geografía gallega? Teniendo en cuenta que forma parte de la Reserva da Biosfera.

—Es un misterio. En el propio libro digo que, hace siglos, era probablemente un monte conocido incluso fuera de Galicia. Floreció toda esa zona cuando formaba parte del coto del Monasterio de Samos, pero seguramente con la decadencia y la desamortización pasa a ser una zona marginal, quedando en manos de pequeños ayuntamientos. Creo que la desamortización eclesiástica pudo influír en que territorios como este perdieran importancia. Además de la geografía, puesto que hay lugares, como el Valle e Loúzara, muy cerrados en sí mismos. En todo caso, creo que es una combinación de accidentes y causas.

—¿No cree que ese olvido favorece, en parte, su conservación natural y vírgen?

—Si. Ese aislamiento seguramente ayudó a que se conserven los elementos patrimoniales de esta forma. Además, la huella humana en estas zonas fue siempre muy natural. Con esto me refiero a que la propia cultura humana, con sus usos y sus prácticas, hace que el territorio se conserve y sea valioso. En general la montaña de Lugo, hasta hace 30 o 40 años ha sido una cultura agropecuaria tradicional, y en ese mundo hay mucha sabiduría de cómo gestionar los recursos naturales y el ganado. Probablemente eso también ayudó a conservar así esa zona.

—En su libro habla de elementos patrimoniales como los pozos de nieve. ¿Qué tienen de particular? 

—Los pozos de nieve, que los hay en la mayoría de las sierras españolas, son unos grandes pozos cilíndricos construídos, la mayoría de ellos, por monasterios o gente de la hidalguía. En algún sitio están cubiertos, pero en Galicia no es lo común. En ellos se acumulaba nieve que posteriormente prensaban para conseguir hielo y comercializarlo. Ese era el objetivo final. Al principio prensar la nieve les llevaba varios años porque los pozos tenían entre ocho y diez metros de profundidad. Después lo cortaban y lo vendían en Castilla. Fue a partir del siglo XVI cuando el hielo empezó a utilizarse en bebidas y asuntos medicinales; lo que ahora concebimos como hielo se puso de moda en aquella época. Había regulación sobre los pozos y la venta de hielo. 

—¿Sólo encontraron uno?

—En buen estado sí. Encontramos el Pozo da Neve. Pero, al mismo tiempo, descubrimos que en la zona hay instalaciones como la Casa da Neve y nos hablaron de que en Louzarela seguramente hubo otro. En todo caso, lo que queda de ellos son restos arqueológicos o referencias.

 —¿Y los foxos del lobo, también conocidos como cousos, tienen alguna particularidad en esta zona? 

—Los foxos son trampas para la caza del lobo. Lo que tienen de singular es que en la Serra do Oribio no tenían paredes, cuando lo habitual es tenerlas. Hay varias maneras de llevar el lobo a una batida. Si los foxos tienen paredes en embudo lo empujas y no le queda más remedio que caer allí. Pero se puede hacer también con mangas de gente, que era lo habitual en esta zona. Con varios compañeros, que alguno de ellos tiene gran conocimiento sobre la caza del lobo, vimos que en Triacastela y Samos los foxos eran como un sistema integrado. Había gente suficiente e intentaban conducir el lobo con filas de gente haciendo ruído, porque el lobo nunca cruza una línea de personas. Algún vecino incluso nos contó que venían todos los pueblos perseguindo al lobo y lo llevaban a un foxo diferente cada día según a ellos les convenía. Por eso entendemos también que las batidas eran con cientos de personas. Además, hay alguno diferente. Es el caso del Corral dos Lobos, en Sampaio, que es un foxo de cabrito. Dejaban este animal atado dentro para que el lobo cayese sin opción de salir.

—¿De qué año datan estos elementos?

—No lo sabemos concretamente. Algunos foxos aparecen ya en el Catastro de la Ensenada. Es probable que la mayoría de ellos daten de la Edad Media. Por ejemplo en el de Santa Maria do Monte, que es gigantesco, lo contemplan en los deslindes de la parroquia en 1752. El catastro dice que el límite va hasta el couso de Ribela (que es el de esta parroquia. En cuanto a los pozos de nieve, se popularizan en toda España y se empiezan a construír en el siglo XVI. Pero no es fácil saberlo a no ser que aparezca una escritura. 

—¿Considera que deberían protegerse de alguna forma?

—Es precisamente el siguiente paso. La idea que tenemos es informar a Patrimonio en el momento en el que se cataloguen para que pasen a estar protegidos.

—¿Os ayudó la toponimia a la hora de descubrirlos? 

—Depende. Hubo algún caso en el que lo encontramos por el nombre y otros que no, pero es cierto que el nombre siempre suele estar relacionado. En el foxo de Santa María do Monte —mencionado anteriormente— nos dimos cuenta por las fotos satelitales, pero es que además el lugar del monte se llama O Couso do Foxo. También el Corral dos Lobos, en Sampaio, nos parecía un sitio raro, pero fue una vecina quien nos indicó que allí ponían un cabrito para la caza del lobo.

—Menciona también en la obra los hornos de cal. ¿Qué son?

—Un horno de cal es una especie de cono truncado de piedra, con dos metros de ancho y abierto por arriba, que es por donde le echan piedra caliza mezclada con carbón. Está al aire libre. Cuando haces fuego por abajo, que también tiene otra abertura, esa piedra caliza se cuece y al desmenuzarse obtienes la cal. Era la manera de obtención de cal desde tiempos inmemoriales. El Códice Calixtino cuenta que los peregrinos cogían una piedra de cal en Triacastela y la llevaban a unos hornos de cal hasta la Castañeda, en Arzúa, que eran los que nutrían de cal la construcción de la Catedral de Santiago. Un monumento construído, por tanto, con cal de Triacastela. 

—Usted habla de redescubrir, porque los vecinos conocían muchos de estos elementos. Entiendo que fueron una importante fuente de documentación.

—Totalmente. Las informaciones más interesantes del libro están aportadas por los vecinos, y realmente la importancia radica en sus testimonios, que intento reproducir textualmente. También hay una gran labor de documentación mía y de mis compañeros, pero me dieron mucha información sobre los elementos que mencionamos en el libro. Los vecinos son los últimos que entienden la naturaleza y cómo utilizarla. Saben dónde están los elementos y conservan el recuerdo.

—Habla también en su libro de la industria artesanal del hierro. ¿Fue en su momento un importante motor económico?

—Si. De hecho, en mi opinión, esa industria transformó el paisaje de zonas como O Courel y Louzara. Hay muchos pleitos del siglo XVII y XVII, seguramente guardados en el Archivo de Galicia, que demuestran que había una necesidad muy grande de producir carbón. Todas las parroquías estaban pelando el monte con las raíces del brezo para producir carbón. En mi opinión, parte del paisaje de la montaña es fruto más fruto de la labor humana de lo que pensamos. 

—¿Qué considera que es lo más curioso del modo de vida tradicional de esta zona?

—Lo que me parece más curioso es la comprensión holística por parte de los vecinos. El entendimiento tan profundo que tienen sobre el mundo natural que los rodea. Conocen los ciclos de la naturaleza, el comportamiento del territorio…es increíble. Te das cuenta de que es gente muy sabia. A pesar de que el mundo cambia, han ido acumulando conocimientos generación tras generación desde 4.000 o 5.000 años atrás.

—¿Cree que queda algo aún vivo en estas zonas de ese modo de vida?

—Si, lo creo. Queda el conocimiento heredado por parte de la gente, especialmente de 50 o 60 años, todavía activa, que guarda lo que vivió de niño. Aunque lo apliquen menos por los avances tecnológicos, son capaces de aplicarlo cuando conviene. También considero que desde las ciudades se maltrata a la gente del campo, que es la que mejor conserva la naturaleza, por lo menos en España y en Europa. Creo que hay una visión banal del mundo rural en las ciudades.

—Para ti, ¿qué es lo que hace especial la Serra do Oribio?

—Primero el gran bosque que tiene, que fue cazadero de reyes en la Edad Media. Pero también la propia silueta de la Serra do Oribio. Es uno de los paisajes de montaña más espectaculares de todo el Camino de Santiago en España y Francia. Y no me olvido de la sabiduría y la amabilidad de los vecinos, que son muy hospitalarios. Claramente, me quedo con el paisaje y la gente.

—¿Descubrieron algo que no esperaban? 

—Diría que todo el sistema de foxos para la caza del lobo, que era desconocido para mi. De hecho, queremos seguir investigando más allá del Oribio porque creemos que se extiende. Lo de la industria del hierro y los pozos de nieve ya lo conocía. Pero en realidad, te embarcas en una aventura como esta, que nos llevó casi dos años,  y no sabes lo que vas a encontrar.