El acuerdo para el levantamiento de las sanciones al país de los ayatolás es toda una geoestrategia política y económica. El precio del crudo permanecerá estable
12 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Irán ya no es un problema. Ese es el mensaje que se traslada desde la Casa Blanca. Y lo cierto es que Barack Obama parece exultante. No es para menos, ha liderado con éxito una negociación entre las grandes potencias mundiales, Alemania, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia con el gigante persa y, al hacerlo, no solo ha reducido drásticamente la amenaza nuclear iraní sino que ha abierto a las compañías americanas un nuevo mercado de setenta y siete millones de consumidores. Algo que también tienen muy claro las potencias europeas que han acompañado a Estados Unidos en este proceso.
A China y a Rusia nada hay que contarles que no sepan, su política exterior es diametralmente opuesta a la de Estados Unidos. Ellos, a diferencia de los norteamericanos, nunca han abandonado las calles de Teherán. Pekín hace tiempo que es el mayor socio comercial de Irán, adquiriendo la mitad de su crudo. Es más, si el ayatolá Ali Jamenei y el nuevo presidente, el moderado Hassan Rohani, ha podido sobrevivir al bloqueo americano es gracias al apoyo económico de Pekín y la ayuda inestimable de Rusia. Putin, si algo ha hecho, en esta crisis alimentada por Israel y las potencias del golfo, es rentabilizarla. Por un lado, vendiendo tecnología nuclear y, por otro, armamento sofisticado que permitiese a Teherán defenderse de un hipotético ataque israelí y/o americano destinado a destruir la tecnología previamente vendida. Es decir, cada crisis Washington-Teherán creaba un nuevo espacio de oportunidades para las administraciones rusa y china. Este juego, en principio, parece haber iniciado el principio de su fin. Rohani es un clérigo moderado, doctor en leyes por una universidad escocesa, y con una visión geoestratégica mundial muy diferente a la de Mahmud Ahmadineyad. Un occidental diría que es mucho más pragmático, menos apocalíptico. Dadas las características constitucionales de Irán, está claro que sin el visto bueno de los clérigos liderados por Jamenei, hubiera sido imposible este principio de acuerdo, pero el verdadero motor del proyecto ha sido el nuevo presidente, elegido hace cerca de dos años. El estandarte de su campaña electoral fue la recuperación económica y eso es lo que esperan de él sus votantes, más del cincuenta por ciento del electorado.
El PIB iraní es de 276.000 millones de euros, es decir, el 27 % del español, pero la ruptura del bloqueo lo puede llevar a niveles de los 400.000 millones de euros en poco tiempo. De hecho, en el 2012 ya había alcanzado la cifra de 390.000 millones. Es decir, hablamos de 130.000 millones de crecimiento adicional, cerca de un 40 % del PIB actual. A mayores, su nivel de endeudamiento está en el entorno del 11 % del PIB, es decir, en el momento en que tenga acceso a los mercados financieros internacionales, puede fortalecer su demanda interna con fuertes inversiones en gasto público. De hecho, se comentaba hace meses en Dubai que había una legión de empresarios esperando a la firma del acuerdo, y que el día que se produjera no habría plazas en los aviones para trasladar a tanto ejecutivo europeo. No olvidemos que los Emiratos Árabes están actuando de portaviones en el golfo de las grandes multinacionales americanas y europeas y que el estrecho de Ormuz, el punto más corto entre el mundo persa y el árabe mide solo treinta y siete kilómetros. No es nada. Y no lo es ni para evitar una invasión comercial de las grandes compañías instaladas en Dubai y Abu Dhabi, ni en sentido contrario. El problema es que las monarquías árabes de ese sentido contrario, de Irán al golfo, solo esperan una invasión militar. El dinero de los ayatolás chiíes es calderilla para ellos y si algo desean es verlos lejos, muy lejos. Por eso, en diciembre del 2014, el Consejo de Cooperación del Golfo, una suerte de OTAN formada por Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Kuwait, Qatar, Omán y liderada por Arabia Saudí, decidieron crear una fuerza naval conjunta y también por eso, y en ese mismo mes, se anunció que Gran Bretaña instalaría una base naval en el puerto Mina Salman de Baréin. ¿Y tienen algo que ver estas decisiones con el acuerdo nuclear? Todo. Mientras Irán abandona, supuestamente, una carrera nuclear, el Golfo inicia, por un lado, una carrera armamentística desconocida hasta el día de hoy y, por otro, una guerra económica sustentada en atacar las cuentas públicas de la potencia chiita ¿Cómo? Hundiendo su principal fuente de ingresos, las rentas petroleras. Y esto, ¿cómo nos puede afectar? Se preguntará. Pues no se lo pregunte, porque ya le afecta y de momento de modo positivo. Lo nota cada día que va a repostar de combustible su automóvil. Pero tampoco se alegre tanto, las bombas ya están destrozando Yemen, el país del sur del Golfo, y ciento cincuenta mil miembros del ejército saudita están listos para tomar el país. Posiblemente, cuando acaben los bombardeos, un buen número de ellos entren y lo hagan liderando una alianza internacional, en este caso del mundo árabe, una coalición que irá desde Pakistán hasta Marruecos. Y donde obviamente no están ni Irak, ni Irán. Si este conflicto se desplaza ligeramente al norte y entra en el antiguo territorio yemení de Najrám, una de las pocas ciudades de mayoría chií de Arabia Saudí, la que hoy es su alegría, por ver el barril brent en la horquilla de los cincuenta dólares, puede tornar en drama, y la crisis del 73 ser recordada como una mera historia infantil. Y este escenario cada vez es menos improbable. Esta misma semana, Teherán ha aprobado el envío de dos buques de guerra a las costas yemenís, en claro intento de apoyar al movimiento de los hutíes ¿Qué estamos viendo? Un nuevo Vietnam, en el que Arabia Saudí juega el papel de los EE.UU. e Irán, el de la URSS. Unos apoyan al régimen, y otros animan a los insurgentes ¿El problema? Al margen del drama social y humanitario, que las bombas caen a pocos kilómetros de la principal fuente de energía del mundo, el petróleo. Y será este el motivo, y no las miles de personas que aún no saben que van a morir, lo que provocará que el mundo desplace su mirada hacia ese empobrecido país árabe.
En la medida en que esta escalada bélica en la que estamos inmersos se desvanezca, se podrá divisar un escenario esperanzador para la economía mundial. Pero, ¿hay lugar para el optimismo?, se preguntará. Hay. El jueves, Rohani ha hecho un serio llamamiento a un alto el fuego, y mientras lo solicitaba a través de los medios de comunicación de su país, Bijan Namdar, su ministro de petróleo, llegaba a Pekín. Aterrizaba en la capital china en busca de financiación, por un lado, para poder abrir los pozos cerrados y, por otro, hacer frente a la explotación de nuevas reservas. Está claro, que bien a través de esta vía o a través de otros prestamistas, la potencia persa empezará a incrementar de modo sustancial su producción de petróleo. Y parece igualmente claro que Arabia Saudí no reducirá la suya, ya que si así hiciese, elevaría los precios mundiales, favoreciendo a su principal enemigo en la región.
Por tanto, el escenario en el medio plazo es que los precios se estabilicen en la actual horquilla o, en todo caso, bajen. Obviamente, esto será un grave problema para naciones que requieren el barril a 100 dólares para mantener su sistema político, como Venezuela, pero supondrá un claro beneficio para la economía mundial.