Los últimos datos de la balanza de pagos reflejan que la deuda externa bruta volvió a situarse en niveles récord en el 2015, al superar los 1,8 billones de euros. Un volumen que convierte a la economía española en una de las más endeudadas y vulnerables
16 ago 2015 . Actualizado a las 04:00 h.La financiación que necesita un país (para sus empresas, hogares o Administraciones), cuando no se cubre con el ahorro de sus agentes económicos, obliga a recurrir a préstamos exteriores, lo que incrementa su deuda externa. Desde la introducción del euro, el acceso a un crédito abundante y barato coincidió en España con una creciente demanda para la expansión de actividades (empresariales e inmobiliarias, sobre todo) con bases muy frágiles.
En un primer gráfico recogemos la evolución de la deuda externa entre el 2002 y el 2014. Se observa un crecimiento espectacular hasta la crisis, al pasar de un 100 a un 250 % del PIB. Posteriormente, se produce una suave caída, interrumpida en el 2013, cuando volvió a superar el 200 %. En la actualidad, seguimos muy lejos del nivel del 90 % que se considera umbral de sostenibilidad.
Dos factores explican nuestro elevado endeudamiento exterior: la sobreinversión en una burbuja inmobiliaria canalizada por las empresas financieras y un crecimiento poco sólido, con financiación externa, de múltiples empresas manufactureras (en Galicia un caso paradigmático será el de Pescanova). Es aquí donde debieran entrar en consideración no solo las obligaciones de los deudores ahora en bancarrota, sino también el riesgo temerario en el que podrían haber incurrido los acreedores. En consideración para abordar renegociaciones y quitas.
Solo cuando llega la crisis irrumpe un tercer factor y complica la reducción del endeudamiento exterior: un déficit público creciente que se financia, en gran medida, con deuda soberana adquirida por inversores extranjeros. Déficit derivado del desplome de ingresos en una economía en recesión, mientras suben los gastos inducidos por dicha crisis (desempleo, saneamiento bancario,...). Aspectos que podrían matizarse en relación a la legitimidad de tal deuda o, como mínimo, sobre quienes debieran ser los contribuyentes que asuman la factura.
Baste decir que si en el 2007 la deuda del Estado en manos de extranjeros se situaba en los cien mil millones de euros, en abril del 2015 ya quintuplicamos esa cifra. Una progresión que nos lleva a que 55 de cada cien euros de deuda soberana española estén en manos de extranjeros, máximo de la serie histórica.
Este vector público de la deuda externa habría alcanzado al vector siempre campeón: las instituciones financieras. Un reequilibrio que apunta a una transformación de deudas privadas en deudas públicas.
Este vector público de deuda externa (junto con los privados de entidades financieras, hogares y empresas) provoca una crucial debilidad para nuestra economía. Ya que, si en vez de estar financiada con recursos externos lo hiciese con ahorro interno, la amortización de dichas deudas repercutiría favorablemente en la actividad y el consumo internos. Al ser externa esto no sucede. A lo que debe añadirse la fragilidad que supone depender de inversores y mercados no nacionales. Más en una hipotética situación de inestabilidad política o social.
LA CAUSA DE FONDO
Un saldo negativo de la balanza por cuenta corriente (que incluye bienes y servicios, rentas y transferencias) nos indica que, en ese país las familias, las empresas y el sector público necesitan acudir a prestamistas extranjeros para financiar sus gastos e inversiones. Consumen más riqueza de la que producen.
Como se observa en el gráfico que sobre dicha balanza presentamos para España y Francia, la situación española ha sido de un creciente e insostenible deterioro hasta el 2008, cuando se inició la crisis, que solo se suavizará a consecuencia del desplome de las importaciones en ese año. Digamos que, por ejemplo, desde entonces dejamos de importar masivamente coches fabricados en Alemania adquiridos con créditos concedidos por bancos y cajas que conseguían sus recursos en dicho país. O de realizar inversión residencial con semejante financiación.
La mejora durante la crisis no debe verse como el resultado virtuoso de un cambio del modelo productivo sino de la ruptura de unos mercados que nos impidieron seguir financiándonos como en el pasado. Son las restricciones exteriores las que fuerzan el saldo positivo de la balanza por cuenta corriente.
Esta causa de fondo de nuestro desequilibrio por cuenta corriente contaba, antes de la incorporación del euro, con un mecanismo de ajuste que en estos momentos ya no está disponible: la devaluación reiterada de la peseta. En ausencia de este, la desactivación del desequilibrio solo podrá alcanzarse por el impulso de nuestra balanza comercial y de servicios (sobre todo turísticos).
LA GRAVEDAD RELATIVA
Para cuantificar la gravedad relativa de este desequilibrio presentamos un tercer gráfico en el que, en porcentaje del PIB, recogemos el resultado de aquella deuda externa bruta una vez que se deducen todos los derechos o activos financieros adquiridos contra el exterior.
Esta deuda externa neta es preferible a la bruta si lo que queremos es evaluar su sostenibilidad en relación al tamaño de la economía.
Como bien se observa, nuestro nivel se reduce ahora a menos de la mitad (de un 200 a un 94 % en el 2014), pero aun así la comparación con el resto de socios europeos nos sitúa como el quinto país más endeudado, tras Chipre, Grecia, Portugal e Irlanda. Países todos que han tenido serios problemas de inestabilidad financiera. Muy alejados del valor de referencia del -35 % que recomienda la Comisión Europea.
Si la causa de fondo del problema decíamos que estaba en el déficit de la balanza por cuenta corriente, el lector podrá observar cómo Francia presenta un muy reducido endeudamiento neto exterior (-16 % del PIB). También verá qué países gozan de una posición acreedora neta en la eurozona: Alemania, Dinamarca, Bélgica, Paises Bajos o Luxemburgo.
La bibliografía coincide en que si no se consigue un crecimiento sostenido (nada fácil en un escenario de ajustes fiscales) y con una política de control de precios y capitales asumida por el BCE, para un país como España -con una moneda única- se dibuja en el horizonte un default o reestructuración de la deuda externa como vía casi inevitable para su reducción. En el largo plazo la estrategia de salida pasaría por buscar, en la sustitución de importaciones y el ahorro interno una menor dependencia del exterior.